Opinión | El mundo 4.0
Europa al borde del abismo industrial

Nave industrial en ruinas. / IA
Europa tiene las bases para una industria altamente competitiva. Tenemos un modelo que combina una economía abierta, un alto grado de competencia y un marco jurídico sólido. Sin embargo, la importancia de la industria en la UE se ha desacelerado en las últimas dos décadas, perdiendo fuerza de forma notable en comparación con Estados Unidos y China. En el año 2000, la industria representaba más del 20% del PIB, con un valor absoluto de 1,6 billones de euros, pero, en la actualidad, solo representa algo más del 17% y pierde fuelle de forma continua. Todavía somos una potencia mundial a nivel industrial, especialmente en sectores como la siderometalurgia, una de las más antiguas del mundo, la industria química, metalmecánica, farmacéutica, aeroespacial, automoción, alimentación y bienes de equipo, pero no parece que tengamos una estrategia clara y decidida para seguir siéndolo. A nivel mundial, la población de Europa supone solo el 5,5% del total, el PIB el 15%, y, sin embargo, el gasto social representa el 50%. Pero no podremos mantener este alto nivel de bienestar social si desaparece la industria.
El diagnóstico parece suficientemente claro, pero ¿qué palancas deberíamos mover para seguir manteniendo una industria fuerte y competitiva? A mi juicio, y coincidiendo con las conclusiones del informe realizado para la UE por el economista italiano y expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi, necesitamos centrarnos en dos aspectos:
- Reducir la brecha de innovación con Estados Unidos y China, aumentando la inversión en I+D, fortaleciendo la colaboración entre países, apoyando a las empresas emergentes y pymes innovadoras, y desarrollando tecnologías avanzadas
- Reducir el coste energético, punto en el que quiero incidir en este artículo. Tanto el consumo de energía como el precio de la misma son un factor clave de la competitividad de la industria, y su encarecimiento puede poner en peligro la viabilidad de algunas empresas que, de otro modo, serían rentables, lo que podría repercutir en el empleo y lastrar la recuperación económica. Los precios de la energía pueden llegar a representar, en algunos procesos como la industria electrointensiva, hasta un 50 % de sus costes de producción. El input energético que utilizan las empresas varía en función de su tamaño y sector, pero de forma representativa podríamos decir que las medianas y grandes empresas destinan el 60% de su gasto energético a la electricidad, el 28% al Gas Natural, y el 12% a otros combustibles, que incluyen gasóleo, fueloil y gasolina.
La dependencia exterior de combustibles fósiles en la UE es enorme: para el petróleo y sus derivados, que son los productos energéticos más demandados, el 97% de la demanda es importada de terceros países. Para el gas natural, el segundo producto energético más demandado, la tasa de dependencia exterior es del 83%. Además, la generación de electricidad en la UE todavía es muy dependiente de los combustibles fósiles, con un 38% del total (principalmente el gas, seguido del carbón). Esta doble casuística provoca que una empresa industrial ubicada en China tenga unos costes de energía dos veces inferiores a la misma empresa si está situada en Europa, y tres veces inferiores en Estados Unidos respecto a nuestro continente. A nivel local la comparación tampoco sale bien: la industria española paga la energía un 174 % más cara que en Francia y un 82 % más que en Alemania, según las conclusiones del barómetro energético de la Asociación de Empresas de Gran Consumo de Energía (AEGE).
Señala Draghi en su informe, que algunos problemas fundamentales en el mercado energético de la UE son una inversión lenta y deficiente en infraestructura, tanto para las energías renovables como para las redes eléctricas, y demasiadas regulaciones del mercado energético, que impiden que las industrias y los hogares aprovechen al máximo los beneficios de la energía limpia en sus facturas. Otro de los factores clave es la fiscalidad energética, mucho más alta que en otras partes del mundo, lo que añade una prima a los precios y lastra la competitividad del sector energético y de la región europea en su conjunto. Por lo tanto, es imprescindible y urgente reducir los impuestos y las tasas sobre los precios de la energía para impulsar la competitividad de la industria europea. En lo referente al suministro de gas, sería necesario promover mecanismos de compra conjunta; desarrollar infraestructuras estratégicas de almacenamiento e importación; y descarbonizar el sector centrándonos en el hidrógeno verde. Entre las medidas concretas para las energías renovables, que suponen casi el 40% del total, es fundamental simplificar los trámites administrativos para desplegar nuevas instalaciones; ampliar el abanico actual, con la eólica offshore (turbinas que se sitúan mar adentro) o la bioenergía; y fomentar la contratación de compraventa de energía a largo plazo (PPA) entre grandes consumidores industriales y generadores de energías renovables. En paralelo, no deberíamos renunciar a la energía nuclear hasta que se complete la transición hacia las energías renovables, impulsando los SMR, innovadores reactores modulares de pequeño tamaño. La energía nuclear supone actualmente el 22% del total y se concentra principalmente en Francia, que aporta más de la mitad del total de la UE.
Por último, es importante señalar que el ahorro del coste energético tendría un efecto multiplicador en el ahorro de costes en toda la cadena de suministro. Cuando los precios de la energía son altos, también suben los costes de los insumos de fabricación, lo que afecta a toda la cadena de suministro, y provoca que los bienes fabricados al final del proceso tengan un sobrecoste que lastra sus ventas, en beneficio de sus competidores asiáticos y americanos. En definitiva, Europa necesita más industria, y la industria necesita más a Europa.
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