Opinión | Dramatis Personae

Sin cuna ni tumba

Una joven sostiene una pancarta durante las protestas contra el gobierno de Milei en Buenos Aires

Una joven sostiene una pancarta durante las protestas contra el gobierno de Milei en Buenos Aires / Daniella Fernández Realin (Europa Press)

«Frente al número 10 de Downing Street para un taxi vacío. Se abre la puerta y de él sale Clement Attlee», dicen que dijo de su rival el siempre mordaz Churchill. Aquel político lacónico y gris había derrotado al viejo león en las elecciones mientras aún sangraba Europa. El pueblo británico, aunque agradecido a quien había encarnado su voluntad de resistencia durante la guerra, se decantó por la protección «de la cuna a la tumba» que el laborista les ofrecía. Necesitaban esa promesa de solidaridad después de haber contemplado el horror que el ser humano es capaz de infligirse. Admiramos a los héroes, a los que soñamos con emular, y sus arengas. Son siempre los oficinistas, de acción discreta y palabra anodina, los que mantienen el mundo en funcionamiento.

En el oleaje cambiante de las ideologías nos vuelven a seducir los machos alfa; esta vez grotescos, de saldo, sin la brillantez intelectual de los de antaño. Gurús tecnológicos que gritan «libertad» desde el estrado mientras alzan la palma. Prescriptores de burpees y criptomonedas. Políticos que se ponen mantilla o blanden motosierras. Cristianos, se intitulan muchos, traicionando al rabí Yeshúa. Todos abogan por el adelgazamiento del estado social o por su directa destrucción. Han proclamado que los impuestos constituyen un robo. En realidad, no les importa acabar con el despilfarro o el fraude, que exageran y del que participan. Ellos mismos lo seguirán fomentando cuando la demolición haya concluido. Quieren quemar los mecanismos que nos guarecen del infortunio y su codicia. «Attlee es una oveja con piel de oveja», dicen también que dijo Churchill. Nos quieren hacer creer que todos podemos ser lobos. Es sólo para comernos mejor.

Yo soy más de Dani Martín. Ha declarado: «Pagar impuestos es mi manera de ser patriota». Es casi la única que concibo; desde luego mucho más profunda y auténtica que cualquier efusión de himno o bandera. Al impuesto no lo favorece la etimología. Debiera llamarse aportación, escudo, vínculo, sostén, abrazo, inversión... Yo me alimenté gracias a la pensión de mi padre, cuyas facturas médicas no habríamos podido afrontar, y me eduqué gracias a las becas que me concedieron. Ya que la salud y el trabajo me han acompañado, me siento orgulloso de cada céntimo que he pagado desde hace treinta años. Concibo cada una de mis nóminas como una carta de amor a mis semejantes. No sería más feliz con el bolsillo más lleno, habiendo dejado a mis vecinos a la intemperie. Este saldo me favorece. «Cada hombre que mato me aleja más de mi hogar», acepta Tom Hanks (Salvar al soldado Ryan). Cada receta que se expide a mi costa me acerca más al cielo. Lo que quiera que eso sea.

Gary Stevenson, un joven que se hizo millonario ejerciendo de operador financiero y se abismó a esa inmundicia, ha advertido contra la oligarquía. Stevenson pronostica que en Inglaterra volverán aquellos tiempos fabriles, de hollín, andrajo y patata cocida. Igual nosotros que ellos, sin cuna que nos arrope ni tumba que nos acoja. Sólo el impuesto nos separa del «sálvese quien pueda» de los naufragios. Pocos cabrán en los botes. Todos, en el infierno.

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