Opinión | Cuaderno de bitácora

El ministerio de la Verdad

La actriz Karla Sofía Gascón.

La actriz Karla Sofía Gascón. / FDV

A estas alturas deben estar ustedes aburridísimos de leer sobre Karla Sofía Gascón y sobre los premios de cine, ya sean los Óscars o los Goya. Sin embargo, permítanme que me sume a la gregaria tendencia de opinar sobre todas las cosas del mundo, pues he estado reflexionando estos días sobre varios asuntos. Comencemos por el principio, que suele ser lo conveniente para ordenar los pensamientos. Karla Sofía Gascón cae mal, así, en general. Su soberbia en las entrevistas, su negativa a ser reconocida como «mujer trans», pues el no describirla como «mujer», sin más, parece una ofensa. Aquí tendría algo que decir J.K. Rowling, que —a pesar de lo que muchos se empeñan en decir, solo por generar polémica— defiende a muerte a las mujeres trans, pero no admite que sean denominadas «mujeres» sin más, pues biológica y hormonalmente no lo son y sus condiciones físicas y anímicas son diferentes. Pienso de forma similar, y así lo manifesté en este mismo periódico cuando hace tiempo escribí un artículo sobre la injusticia de que una nadadora trans —que antes había sido hombre— ganase todas las competiciones femeninas. Me manifestaría en el mismo sentido si una mujer que hubiese transicionado a hombre ganase a un equipo masculino en pruebas de elasticidad, por ejemplo. Pero resulta difícil debatir ni expresar opinión ni argumento alguno porque de pronto, si no sigues el pensamiento grueso de la masa, eres el enemigo.

Los famosos twits de Karla Sofía Gascón son viejos y obedecen, también, a un contexto socio cultural distinto: las modas éticas cambian a velocidad vertiginosa. Su contenido, obvio, es reprobable y no nos gusta a la mayoría, pero en el delito y la pena debe haber proporcionalidad, y aquí se han saltado todas las barreras. Esta mujer no es una asesina en serie ni una criminal. Tampoco ha atacado de forma violenta a nadie ni esclavizado a ningún infeliz; sin embargo, ha sido cancelada. Eliminada del mapa. Y nosotros, siguiendo al pie de la letra el mundo distópico que se inventó George Orwell en «1984», nos sacamos de la manga un pensamiento uniforme y monocromático que no admite disonancias. Solo nos falta un Ministerio de la Verdad, como en la novela, para que se reinvente y se reescriba la historia y así podamos eliminar todo lo que nos molesta, que por cierto es algo que ya está sucediendo cuando se censuran libros infantiles y novelas. Sin embargo, y aún sin borrar nada, lo que perdemos es el pensamiento crítico: seguimos estudiando a Sócrates y a Platón, por ejemplo, sin detenernos en la idea que estos filósofos tenían tiempo y espacio para desarrollar tantos pensamientos profundos porque disponían de esclavos para todo. Por no hablar de la vida personal y abusiva de unos cuantos pintores, escritores y directores de cine, que seguimos reverenciando. 

El caso es que llegaron los Goya la semana pasada y Karla García Gascón, denostada y bajo el manto de la vergüenza, no apareció en la alfombra roja. A cambio, obtuvimos un sinfín de discursos políticos y sociales de quienes iban a recoger su premio. Como si fuera obligatorio posicionarse y que, además, toda la sala pensase como ellos. Como si el no aplaudir implicase «ser facha» o el sí hacerlo significase ser comunista. Y encima, hombres y mujeres maduros, llenos de argumentos y pensamientos profundos, viéndose obligados a leer sus agradecimientos en trozos de papel. Como si no pudiesen memorizar a quién dar las gracias, como si de pronto volviésemos a ser niños en la escuela, temerosos de fallar a alguien, de defraudar a la opinión general. Atentos, porque en cualquier momento se creará un Ministerio de la Verdad, y entonces estará todo perdido.  

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