Opinión | El mundo 4.0
Tierras raras: el petróleo del siglo XXI

Puerto de Ilulissat, Groenlandia. / Freepik
Una revolución industrial se caracteriza por la aparición de nuevas tecnologías que provocan un profundo cambio en la estructura de la sociedad y en el modelo económico. Desde hace aproximadamente un siglo hemos utilizado masivamente una sustancia casi milagrosa llamada petróleo sobre la que hemos construido toda nuestra economía y modelo de sociedad, a la par que han surgido innumerables conflictos bélicos y políticos alrededor de este producto, principalmente en Irak, Siria e Irán. Pero ahora el mundo está dando un giro brusco: el acceso a Internet y a innovadores dispositivos tecnológicos, la computación en la Nube y de Altas Prestaciones, el aprendizaje de las máquinas (Machine Learning) y el uso de Inteligencia Artificial (IA), han derivado en una Cuarta Revolución Industrial, que además trae consigo una nueva necesidad de ciertas materias primas que demanda una economía radicalmente diferente a la anterior; unas materias primas que son imprescindibles para fabricar los equipos que son fundamentales en el desarrollo de las nuevas tecnologías: microchips, generadores eléctricos, baterías, turbinas eólicas o paneles solares, entre otros muchos. Un ejemplo sencillo de este cambio de tendencia es la enorme cantidad de materiales infrecuentes que podemos «llevar encima» cuando nos desplazamos en un vehículo eléctrico, con nuestro teléfono móvil en el bolsillo y el reloj inteligente en la muñeca: litio, cobalto, níquel, manganeso y grafito en las baterías, tungsteno en los motores de vibración, neodimio en los altavoces, zinc en los micrófonos, indio en las pantallas táctiles, itrio y lutecio en las bombillas, lantano en las lentes, paladio en los circuitos impresos, silicio en los chips, y un largo etcétera. Dentro de estas nuevas materias primas, las denominadas «tierras raras» se han hecho más y más populares debido a sus propiedades magnéticas o eléctricas. Se trata de 17 elementos químicos, con una excelente conductividad eléctrica, que resultan esenciales en las industrias tecnológica, aeroespacial y de defensa. Su combinación con otros metales, en pequeñas cantidades y como si estuviéramos usando especias en gastronomía, potencia de forma mágica sus cualidades y los hace mejores.
En lo que se refiere a la producción y comercialización de estos elementos químicos únicos, China, que constantemente demuestra una gran habilidad planificando su futuro, controla en estos momentos nada menos que el 80% del total mundial. Según el Global Times, un periódico estatal chino, las tierras raras son “un as en la mano de Beijing”. En 1992, el presidente chino Deng Xiaoping, impulsor del milagroso crecimiento económico en este país, afirmó: «Oriente Medio tiene petróleo; China tiene tierras raras». No se equivocaba: estos minerales son cruciales para una amplia gama de productos de alta demanda, desde smartphones hasta baterías recargables, luces LED, pantallas LCD, dispositivos láser, motores de automóviles eléctricos, reactores nucleares, generadores de turbinas eólicas, los rayos X de los hospitales, los visores nocturnos, los sistemas de guiado de misiles, los equipos de radar, … y China los controla todos. Aunque estos materiales se descubrieron en Suecia y se utilizaron por primera vez en Estados Unidos, la producción se ha trasladado gradualmente a China debido a los menores costos laborales, la menor preocupación por los impactos ambientales y los generosos subsidios estatales, lo que provocó el cierre de muchas minas en otras partes del mundo que no podían competir en esas condiciones. Esta posición dominante, junto con una demanda creciente que se espera se multiplique por cinco de aquí a 2030, hace que otros países sean muy dependientes y vulnerables en los sectores tecnológicos civiles y militares más avanzados, con importantes implicaciones estratégicas, ya que China podría usar esta hegemonía para imponer restricciones a la exportación o aumentar los precios, provocando conflictos significativos. Por otro lado, además de este contexto de escasez y monopolio, las tierras raras tienen graves implicaciones medioambientales. Su producción a menudo se asocia con importantes impactos en la naturaleza, ya que los procesos de extracción y refinado son altamente tóxicos y generan grandes cantidades de residuos. Su extracción no es sencilla, porque estos elementos no se encuentran de forma pura, ya que con frecuencia aparecen combinados con otros elementos de los que hay que separarlos. Una buena mina de tierras raras tiene un contenido de entre el 3% y el 6%, una mala, solo el 1%.
En lo que se refiere a las reservas mundiales, las más importantes están en China, Brasil y Vietnam. Groenlandia, la isla más grande del mundo, también posee importantes yacimientos de tierras raras. Por ese motivo ha atraído el interés de la Unión Europea, que recientemente ha firmado un acuerdo minero con este territorio autónomo que pertenece al Reino de Dinamarca, y también de EE. UU, cuyo nuevo presidente ha declarado en sus redes sociales que «Groenlandia es un sitio estupendo y sus habitantes se beneficiarán enormemente si, y cuando, se conviertan en parte de nuestra nación». En definitiva, nueva revolución industrial, nuevos conflictos bélicos y políticos, y una nueva partida de ajedrez de las grandes potencias económicas mundiales.
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