Opinión | Dramatis Personae

Soplones

Pavlik Morózov.

Pavlik Morózov.

Cuando a Elia Kazan le entregaron su Oscar honorífico en 1999, algunos se levantaron a ovacionarlo en el Dorothy Chandler Pavilion y algunos se quedaron sentados, reprobándolo. No le discutían los méritos artísticos, sino la catadura moral. Tras su reticencia inicial, el director había colaborado con la Caza de Brujas del macartismo, proporcionando el nombre de quince antiguos camaradas izquierdistas. Kazan defendió la delación como un deber cívico en un anuncio en el New York Times y, sobre todo, en La ley del silencio. Medio siglo después, Marlon Brando, que había protagonizado la película sabiéndola un alegato, se negó a entregar ese galardón, como le pedía Karl Malden. «El tipo es un soplón», argumentó.

Kazan y Brando habían transitado entre sus extremos, cruzándose en el camino. Quizá ambos sólo pretendían justificarse ante el mundo y ante el espejo. La moralidad nos parece una membrana que se estira y se contrae según nos convenga o determine la época. En 1932, Pavlik Morózov, de 13 años, denunció a su padre por delitos contra el pueblo. Trofim Morózov fue recluido en un campo de trabajo y posteriormente fusilado. En venganza, otros familiares asesinaron a Pavlik. Investigadores modernos han discutido la veracidad de esta historia. En realidad no se sabe quién y por qué mató al adolescente. Nunca importó. Las autoridades soviéticas lo habían convertido en mártir de la causa, adaptando detalles como el pecado específico del padre (venta de documentos, acaparamiento de grano) a las necesidades de su propaganda. A Pavlik se le dedicaron estatuas, escuelas, obras de teatro, óperas... Se le proponía como ejemplo que la juventud debía emular.

Aunque muden las ideologías y las tecnologías, nos seguimos enfrentando a los mismos dilemas. En plena ola de deportaciones, un profesor de un instituto de Texas, Jason Buchanan, ha conminado al Servicio de Inmigración a que investigue a sus propios alumnos. «En mis clases hay muchos estudiantes que ni siquiera hablan inglés», ha escrito en Twitter. La dirección del centro ha apartado temporalmente a Buchanan mientras estudia el caso, que unos secundan y otros deploran.

Buchanan, como Kazan y Pavlik, no ha cometido ningún crimen. Se ha plegado a una corriente social y a una legalidad vigente. De niños se nos inculca que debemos decir la verdad a la vez que se penaliza al chivato. No resulta fácil distinguir esa frontera. Siento, sin embargo, que existe una decencia básica que nos puede guiar por esa umbría o devolvernos a casa, como un faro, si nos desnortamos. Como ese remordimiento que nos vibra en la conciencia por todas las veces que hemos acusado al débil y callado ante el poderoso. Al menos una esperanza de redención.

Estados Unidos anticipa siempre nuestro futuro. Se avecinan tiempos en que contrapesaremos el interés y la compasión; si señalar con el dedo u ofrecer la mano.

–Tengo que pensar en mis hijos –se justificó Kazan ante el productor Kermit Bloomgarden

–Esto pasará y entonces serás un soplón también para tus propios hijos –le auguró Bloomgarden.

¿Y si nuestros hijos nos celebran como soplones? Sin esa última luz, nos habremos perdido irremediablemente.

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