Opinión | Sálvese quien pueda
Del telón de acero al de silicio

Una persona interactúa en una red social
Mi pluma podría ser considerada arqueológica si digo que empecé a escribir en prensa en los años de la Transición, siendo yo un pipiolo, y no he dejado de hacerlo hasta hoy. Pertenezco a esa generación de jóvenes periodistas que sustituyeron con voluntad de cambio a los redactores que habían accedido a la profesión en la posguerra, y algo me tocó incluso de ese arte de escribir entre líneas para evitar la censura, que ya no era previa pero se practicaba a posteriori con las citaciones judiciales más inesperadas. A mí, por apología de la lucha armada contra el Estado por el simple hecho de entrevistar a fondo para una revista marginal a un exiliado político, el comunista Luis Soto, que en ningún momento habló de lucha armada.
Desde aquel tiempo en que si nos desplazábamos fuera del periódico teníamos que llamar desde un bar al de hoy han pasado muchas cosas. Me siento un privilegiado por haber vivido todos estos cambios desde una Transición que fue un camino lleno de dificultades pero en el que siempre fuimos ganando derechos. Cierto que al principio me tocó ser algo radical para contrarrestar la inercia conservadora pero ahora soy un moderado y no se crean que es fácil en estos tiempos polarizados: ya dijo Iñaqui Gabilondo que para ser moderado hoy tienes que ser un valiente. Y es que en mi última etapa de vida laboral entraron las redes sociales en juego y crearon un nuevo mundo más radicalizado del que me salvé por los pelos porque me jubilé, pero marcó los nuevos contornos del periodismo. Yo nunca entré en Twitter, hoy X, ni Instagram, ni Tic Toc ni falta que me hace, y por tanto no he tenido que huir desencantado como tantos. Y es que ingenuamente se pensó que podían perfeccionar las relaciones pero...
No podemos subestimar los enormes beneficios de estas plataformas pero como tengo perspectiva histórica veo que, si durante los años de Transición había que calmar muchas veces los ánimos para reconciliar a dos sociedades, la que llegaba y la que había que tenido que ceder sus bártulos, hoy tenemos que lidiar con redes llenas de noticias falsas y tipos anónimos llenos de ira. Si alguien pensó que las redes iban a promover las interconexiones de las cortezas prefrontales, como bien nos explicó Yuval Noah Harari, lo que han hecho es estimular las de los sistemas límbicos, mucho más primitivas.
Hemos pasado del telón de acero al de silicio de los ordenadores. Hoy la palabra de moda se llama algoritmo y mi mente de Letras no entiende de eso pero si sabemos que los algoritmos fomentan nuestros instintos más bajos, premian más y recomiendan a los usuarios lo escandaloso y lleno de falsedades: una hora de mentiras y odio puntúan más que diez minutos de verdad o compasión. Ahora el periodismo tradicional se pone en duda y se valora a deslenguados y pazguatos, de ellos se nutre lo poco que se lee y así se percibe que, a pesar de que hay más información, no se ha conseguido que haya más sabiduría. El periodismo debe incorporarse a esa escucha del mundo digital, liarse con las redes y sortear a terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos y extremoderechistas que de la nada han entrado en ellas y ven como los algoritmos potencian sus desatinos. El mundo siempre estuvo lleno de ignorantes pero ahora sus obscenidades tienen acceso sin censura a las redes y sus mentiras tienen más eco que las verdades.
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