Opinión | Dramatis Personae

Los malos de Bond

Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk

Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk / FDV

Biden, al que esquinaron por gagá, se ha despedido del despacho oval con lucidez. Nos ha prevenido contra la oligarquía, su «concentración extrema de riqueza, poder e influencia», igual que Einsenhower contra el complejo militar industrial, su «influencia injustificada», en su propia clausura en 1960. Prédicas en el desierto y confesiones hipócritas. Nada hicieron o pudieron durante sus presidencias contra esos monstruos. De nada valieron ni valdrán sus advertencias. Ese complejo militar industrial ha alentado todas las guerras que Estados Unidos y otros países han emprendido desde entonces. Esa oligarquía ya paladea su reinado.

Con las tendencias políticas sucede como con los pantalones acampanados y el terraplanismo. Se guardan en el armario porque en algún momento volverán a estar de moda. Reaparecen adaptadas a la época pero inmutables en su esencia, cuando ya las dábamos por condenadas al olvido. Nunca acaba el hombre de liberarse de sus miserias.

Y así, en Occidente, lo que eso sea, cuando nos creíamos empeñados en pulir las imperfecciones de nuestra teórica isocracia, el gobierno de los iguales, retorna la timocracia obvia, el gobierno de los ricos. Ya sucedía en Atenas, sometida a constantes tensiones. El pueblo, de vez en cuando, incluso demandaba o consentía a tiranos que las sujetasen. Ha sucedido en todas las culturas que se reclaman sus hijas desde entonces.

Seguimos oscilando entre Clístenes, Solón y Pisístrato; entre los que nos tratan como adultos, los que nos gobiernan como a niños y los que nos pastorean como a ovejas. Estos tiranos ya no nos aleccionan desde el ágora, una silla de la Bürgerbräukeller o el andén de la estación de Finlandia. Estos oligarcas ya no se reúnen a inhalar rapé en salones parisinos ni a fumar cigarros en clubes londinenses. Ahora se hacen llamar CEO, viajan por el mundo en sus jets privados y manejan los instrumentos de control más poderosos que el mundo haya conocido. Ninguna policía accedió a tanta intimidad. Ningún sistema clientelar nos apacentó de forma tan omnímoda. Están en cada timbrazo con nuestros pedidos y en cada clic de nuestros ratones.

Se despereza la oligarquía o para mayor precisión, se despoja de los disfraces que durante un tiempo creyó necesarios. Se asimilan así a los dictadores. También los oligarcas se han cansado de los contrapesos y equilibrios que la democracia implica. No fuimos capaces de intuir que la gran literatura de anticipación no era la de Orwell o Huxley, sino la de Ian Fleming. Esta vez sus ridículos villanos que planean conquistar el mundo y a los que combate James Bond, esos Elon Musk o Jeff Bezos, son nuestros héroes.

Cunde la concepción de la sociedad como una empresa corporativa, perfectamente jerarquizada, tan opresora como cualquier distopía estatalista. Nos han convencido de que la libertad consiste en elegir en el supermercado entre diez cereales distintos y en dejar morir a los inmigrantes en sus cayucos. Quizá en esto consista en verdad el fin de la historia. Por si acaso, guardaré mi esperanza en el armario.

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