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Entrevista | Emilio Grandío Doctor en Historia Contemporánea

«Galicia pudo ser invadida por los aliados en 1943»

El historiador analiza junto a un grupo de compañeros las redes de espionaje en la Segunda Guerra Mundial en el libro «La España espiada»

Emilio Grandío intervendrá mañana en Club FARO.

Emilio Grandío intervendrá mañana en Club FARO. / Xoan Álvarez

El bando aliado barajó en la Segunda Guerra Mundial la posibilidad de invadir Galicia en octubre de 1943 como medida de presión a una dictadura que se declaraba «no beligerante» pero parecía favorecer los intereses alemanes. Es uno de los hechos relatados en uno de los capítulos de «La España espiada», un libro que reúne una serie de trabajos de un grupo de historiadores sobre las redes de inteligencia que operaron en España durante la contienda mundial. Emilio Grandío, doctor en Historia Contemporánea y catedrático de la USC, es uno de los dos coeditores de este trabajo, junto a Carlos Píriz, y autor del episodio centrado en Galicia. Intervendrá mañana en Club FARO, en la sala de actos del museo MARCO de Vigo, a partir de las 20 horas.

– ¿Qué aporta de nuevo «La España espiada» a las publicaciones e investigaciones sobre los estudios de inteligencia?

– Aporta fundamentalmente un nuevo enfoque: primero, la documentación que trabajamos es muy novedosa precisamente por la apertura de archivos, españoles pero fundamentalmente extranjeros. Además, ofrece un enfoque distinto desde la perspectiva de la interrelación de los servicios de inteligencia: para el grupo en el que trabajamos, el Reshint (Red Española de Estudios Históricos de Inteligencia), la información en sí misma es un producto con mucha interrelación, queremos alejarnos de la eterna cuestión de los espías divididos por servicios de información de países. Entendemos que la información es un producto global en donde los servicios y las personas que los integran se interrelacionan; otra cuestión es para dónde va esa información y si se va a ejecutar o no. Es un enfoque también que pretende llamar la atención sobre la perspectiva geográfica, sobre territorios que son tratados tradicionalmente por separado, pero que si los analizas en conjunto dan una visión mucho más trascendente de los servicios de información en el escenario de la península ibérica durante la Segunda Guerra Mundial.

– En el prólogo destaca la importancia de los «Intelligences Studios», ¿qué son, cuándo surgen y cómo puede cambiar su análisis nuestro conocimiento de la historia?

– Como su propio nombre indica, los servicios de información generan información para inteligencia procedente de muchos lugares, la gente que forma parte de estos servicios en su inmensa mayoría son profesionales del Estado, independientemente de que haya determinados conflictos o no, determinados gobiernos o no. El inicio de estos profesionales, que ya existen en la década de los 20, se produce estos años que nos ocupan. Los estudios históricos sobre inteligencia, que es lo que aborda el grupo Reshint, nos aportan una visión mucho más práctica de los gobiernos, de los estados y, en este caso, de la dictadura franquista durante la Segunda Guerra Mundial. Una visión que creemos más real, no basada tanto en el discurso de lo que se dice sino de lo que se hace. Todos estos servicios nutren de información y esa información pudo ser utilizada o no, pero la gente que operaba en aquel presente la conocía. Y no solo lo que se hace, sino también lo que se deja de hacer, nos da la justa medida de cómo era aquel contexto.

«Lo que se deja de hacer también forma parte de esa historia real que estamos intentando sacar»

– Pero lo que se deja de hacer no pasa a la historia ni la marca.

– No la marca porque los historiadores no la ven, pero sí explica determinados comportamientos. Por ejemplo, en el caso de Franco la presión que existió para echarlo del poder propicia que él se mueva de una determinada manera. Lo que se deja de hacer también forma parte de esa historia real que nosotros estamos intentando sacar.

– Dentro de esas acciones de presión para sacar a Franco del poder se sitúa un hecho que recogen en este trabajo: que en octubre de 1943 Galicia pudo ser objeto de una posible invasión aerotransportada de los aliados, ¿pudo ser Galicia la Normandía del conflicto bélico?

– Para buscar un símil y con efecto literario, sí pudo ser la Normandía. La realidad es que Galicia pudo ser invadida por los aliados; esa presión existió, como existieron las de los procuradores franquistas y las amenazas del embajador británico Samuel Hoare a Franco en agosto de 1943 en el pazo de Meirás. El hecho de que había un proyecto de invasión está certificado por papeles y documentación de cuatro o cinco archivos de procedencias distintas, tanto desde la perspectiva del estado español, con los planes de defensa, como de los informes que se envían desde Lisboa con el desembarco de tanques y material de guerra en verano de 1943, así como de los archivos militares de Ferrol (que muestran la planificación de una red de inteligencia por toda la costa cantábrica, con especial interés en la costa gallega) y de las fuentes británicas. Hace quince años que empezamos a trabajar sobre esta temática, pero no fue hasta hace cuatro cuando hemos tenido todas las piezas que nos permiten redondear ese puzle. Acceder a la información en ese tipo de fuentes es difícil porque están confeccionadas solo para que las lean quienes tengan los códigos suficientes para entenderlas.

– ¿Qué pretendían llevar a cabo los británicos junto a los norteamericanos y por qué se abortó esa acción?

– Pretendían montar una red de telegrafistas, mujeres por cierto, que enviaran por radio directamente a Londres todos los informes que suministraba la red Sanmiguel (liderada por Lorenzo Sanmiguel Martínez y compuesta por noventa personas) y posiblemente de otras redes, aunque solo conocemos de la existencia de esa. Esa información se venía suministrando por valija diplomática a la embajada británica, con toda probabilidad desde principios de 1943, pero Alan Hillgharth, responsable de la inteligencia británica en España, decide apostar –contrariamente a a la posición oficial mantenida por el embajador Hoare– por contactar directamente con Londres a través de aparatos de radio controlados por mujeres, saltándose así el paso por la embajada, que estaba totalmente controlada por los servicios de información españoles, cuando menos.Por dos veces en 1943 asaltan su caja fuerte (o se la dejan abrir), el caso es que la información la conocen todos, también la existencia de esa red Sanmiguel. Hillgarth se pone al frente de este asunto porque en el pacto establecido de no beligerancia, la dictadura permite la presencia de la embajada británica en España con la condición de que no intenten trabajar en contra de Franco. Pero Estados Unidos estaba presionando para que Franco abandonase el poder, de hecho en la conferencia de Quebec Roosevelt y Churchill abordan directamente qué hacer con España, y quince días después de ese encuentro el 20 de agosto de 1943, Samuel Hoare se entrevista con Franco en el pazo de Meirás (luego se va a Londres y estará ausente de la embajada en Madrid hasta el 9 de octubre, un día después de la fecha prevista para esa invasión). Franco se entera y los rumores de que va a haber una invasión como medida de presión son constantes. A partir de ahí como el plan fracasa (desde septiembre se constata un descenso progresivo de ataques de submarinos alemanes a mercantes aliados en el Atlántico, con lo cual desciende la necesidad de defensa en España), matan al líder Sanmiguel y la red desaparece de golpe. También Hillghart desaparece de España desplazado hacia el sudeste asiático, en principio se dice que por un «asunto de faldas» (la realidad es que es la explicación que le dan a Winston Churchill, enfadado por ese traslado de quien tanto había hecho por los servicios británicos de inteligencia desde tiempos de la República). En este juego de los servicios secretos, que es muy atrayente, Hillghart se va porque es el cabeza de turco que Samuel Hoar ofrece a Franco para decirle que van a abandonar la postura de echarlo del poder.

Emilio Grandío intervendrá mañana en Club FARO.

Emilio Grandío intervendrá mañana en Club FARO. / Xoán Álvarez

– Describen España durante la Segunda Guerra Mundial como un campo de batalla y experimentos de los servicios secretos y como espacio de confrontación entre dos bloques conformados, democracia versus fascismo, lo cual le otorga un mayor protagonismo al país en la contienda mundial. ¿Qué elementos propiciaron que fuera un escenario tan relevante?

– En primer lugar España desde un punto de vista estratégico es clave: es Gibraltar, el Mediterráneo, la relación con Portugal y el paso para África. La comunicación más rápida en aquellos años era por barco, con lo cual todo lo que supone de conexión al Atlántico Norte es fundamental. Lo mismo ocurre en cuanto a materias primas. Pero en el caso concreto de los servicios de inteligencia, al ser un país neutro, «no beligerante», que es el eufemismo que se saca Franco de la manga copiando a Mussolini, es un escenario maravilloso para su trabajo profesional (al principio Portugal también lo era, pero la dictadura de Salazar se decantó por favorecer a los aliados mucho antes que Franco). En España la información no solo la cogías de temas españoles, podías estar en la embajada francesa y saber cosas de Brasil o al revés. Esa interrelación entre servicios de espionaje hace que unos aprendan de otros, de hecho los servicios de información españoles esos años no tienen nada que envidiar a otros que trabajaban en el país. Esa experimentación y aprendizaje de todos ellos en España hacen que al finalizar la guerra la información deje de ser un producto exclusivamente defensivo, que vigile revoluciones, posibles golpes de Estado o agresiones del exterior, a ser un elemento proactivo que puede modular sociedades.

– ¿Hasta qué punto ese papel de escenario desempeñado por España tuvo que ver en el alargamiento futuro del franquismo?

– Por supuesto que mucho. Para mí hay dos elementos fundamentales de la supervivencia de la dictadura: uno es la violencia ejercida desde el principio hasta los cinco asesinados el último año del franquismo y el segundo es la información, tanto para controlar el interior como el exterior. Esos años en que todos los servicios de inteligencia se estuvieron interrelacionando en España le sirvieron a la dictadura para aprender y crear un sistema de inteligencia altamente cualificado y profesional. Y para usar la información de manera proactiva: para dejar hacer tienes que saber lo que se tiene que dejar hacer.

– ¿Qué le ha llamado más la atención de esos personajes que se dedicaban al espionaje?

– Generalmente a estas personas que han formado parte de los servicios de información no se les conoce su trayectoria profesional, a no ser que ya esté amortizada o que interese sacar esa visión. Lo que sí está claro es que en el caso español entre 1936 y 1945 es gente que está yendo de un lado al otro a salto de mata, en guerra permanente, cualquiera de estos personajes supera la ficción. Por cuantificar, cuando en 1948 empieza a reclamar a Franco que repatríe a alemanes, hablan de un listado de tres mil personas. Sí destacaría el papel de las mujeres, quienes por su invisibilización durante esos años llevaron a cabo trabajos muy relevantes, a la altura de misiones llevadas a cabo por hombres. De hecho, uno de los proyectos que vamos a sacar de manera conjunta los miembros de Reshint es el papel de las mujeres espías. La base de datos de la que partimos en esos años en España es de 150 mujeres. Y eso sin rascar, la cifra se va a multiplicar.

– Tenemos la imagen de que los dos bandos presentes en el espionaje, al menos en Galicia, eran los británicos y los alemanes. ¿Había espías de otras nacionalidades?

– El espionaje alemán estaba por toda Galicia desde los años de la Segunda República; el francés tenía redes instaladas pero no muy extensas, y el británico fue muy intenso, sobre todo a partir de 1940. Galicia era un lugar absolutamente privilegiado desde la perspectiva de que estaba fuera de foco (no es Madrid ni Barcelona), no tenía embajadas pero sí consulados de pequeño calado, tenía una capacidad notable de comunicación a través de la vía marítima y sitios de observación extraordinarios para esa nueva fuerza militar que era la aviación. De todas formas, no deberíamos presentar el tema de los servicios de información por nacionalidades: había españoles trabajando para los nazis o franceses que vendían su información a quien se la comprara, por ejemplo. La idea de agente doble, que se ha popularizado tanto a través de la literatura, no era la excepción sino la norma.

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