Entrevista | Paco Álvarez Historiador y romanólogo
«Los romanos ya vivían en pisos compartidos»
Conocían la inflación y los problemas de acceso a la vivienda, según el autor de «Roma underground: el lado oculto del imperio», un libro sobre la historia de los romanos anónimos

Paco Álvarez, con su último libro. / FDV
Geógrafo e historiador y romanólogo, como le gusta que le llamen, Paco Álvarez acaba de publicar su sexto libro de divulgación sobre Roma, esta vez dedicado a la cara oculta del imperio, a los romanos anónimos, aquellos que no reflejan las películas ni las novelas históricas. El autor, de estilo ameno y con sentido del humor, es el invitado a la conferencia coloquio de Club FARO del próximo viernes, 17 de octubre, titulada ‘Roma underground: un paseo por la cara oscura del imperio’. Será a partir de las 20 horas en el salón de actos del Museo MARCO.
– Dedica su libro ‘Roma underground: el lado oculto del imperio’ a hablar de los romanos que no salen en los libros de historia, ¿si son anónimos, cómo ha llegado hasta ellos?
– Complicadamente. Al final lo que he encontrado son más preguntas que respuestas. He buscado gente anónima que un día hubiera brillado, que hubiera dejado un mensaje para la historia de algún modo, bien sea en forma de huesos, los de un chaval que crucificaron en Gran Bretaña en el siglo IV, del cual el hecho de que estuviera enterrado quiere decir que alguien le quiso. Por otra parte, busqué mucho en epigramas, en sátiras, en comedias , de Plauto incluso, pero no tomándolas al pie de la letra, porque si no sería como reconstruir los años 80 viendo los especiales de fin de año de Martes y Trece.
– ¿Además de este hombre crucificado, qué otros personajes que «brillaron por un día» le han llamado la atención y le dieron pie a escribir su historia, tal vez imaginándola?
– Evidentemente el hecho de que haya pocos datos te da pie a imaginar, pero también me he basado en las epigrafías, de las que no te puedes fiar mucho, en la arqueología, que sí nos cuenta mucho sobre lo que ocurrió, y en los márgenes de las fuentes. Por ejemplo, Suetonio, que para mí no es una fuente fiable, evidentemente no habla de la gente normal, cuando de Calígula nos dice que dormía mal por las noches y que tenía pesadillas, al final es una manera de como el pueblo entendería que era un mal bicho, de ahí que todavía digamos que quien no duerme bien es porque no tiene la conciencia tranquila. Quiero decir con esto que me baso en todas las fuentes, también en las pintadas de Pompeya. Entre los personajes que me hayan llamado la atención, está lo que suponemos que era una niña, por el nombre de mujer, Varia, que dejó arañado en su cuarto a una altura de la pared que hace pensar que tendría una estatura de una persona de unos once años, en el siglo IV en Complutum (Alcalá de Henares). También están unas esclavas que dejaron sus nombres grabados y las huellas de sus zapatos en una teja del tejado que estaban construyendo en un templo. Ese tipo de vestigios me han llamado la atención y me han dado pie a decir cómo vivían los pobres, la gente en el ejército, la gente normal y corriente, los que no salen en las películas de romanos.
– Precisamente la imagen que nos ha llegado a través del cine, de casas de lujo y mármol blanco, no se corresponde con como vivía la inmensa mayoría de romanos. ¿Cómo era Roma y cómo vivían sus habitantes?
– Hay un refrán romano que dice que «donde huele a ajo hay romanos». Roma olía a ajo y a otras cosas peores, como olería la ciudad en tiempos de nuestros tatarabuelos, cuando no había alcantarillas. Para la recogida de aguas fecales, por ejemplo, en las casas se usaba un barril donde se vertía la orina de los inquilinos de la ínsula y luego venía alguien a recoger ese barril y lo vaciaba en una lavandería cercana, donde utilizarían la orina para limpiar la ropa. Al final, en general, la Antigüedad es chunga. Los romanos vivían precariamente, poco e intentando pasárselo bien. Se movían entre el hedonismo (como en la canción de Hombres G «Voy a pasármelo bien») y el estoicismo, es decir, allí donde se puede vivir, se puede vivir.
– Dice que conocían la inflación, los alquileres costosos y los problemas de acceso a la vivienda, algo muy actual.
– La Roma del siglo II, en general, se parece en muchas cosas a nuestro mundo actual, por ejemplo, en las desigualdades. Estaban los muy ricos y luego había esclavos; ahora en nuestro mundo tenemos las ocho personas más ricas del planeta, que son todo hombres, y el resto de los 3.600 millones. Conocían bien la inflación, hasta Plauto se quejaba en el siglo III de que iba al mercado y no le daba para comprar nada. En la vivienda también vivían en pisos compartidos; hay casos tan graves como el de un rey de Bitinia que fue a Roma a ver qué había de lo suyo y con el dinero que llevaba para alojarse solo pudo alquilar una habitación en un piso compartido. Sila, que fue dictador en la república, decía que de joven vivía en una habitación que le costaba tres mil seistercios al año, en una época en la que un sueldo bueno anual era de dos mil. Y era un patricio de la alta nobleza. El problema de la vivienda no se arregló nunca, cuando Julio César estaba en vías de solucionarlo lo mataron.
– ¿Cómo se divertían?
– De todas las maneras que pudieran. Para empezar, afortunadamente el circo, las fiestas y las pantomimas eran gratis y llegaban a la inmensa mayoría del pueblo; las sátiras eran como nuestros monólogos cómicos, como si estuviera Goyo Jiménez contando sus chistes. Luego jugaban a todo, tanto a lo que estaba prohibido, como apostar dinero jugando a los dados (que, por cierto, son iguales que los que usamos hoy en día: cubos con puntitos del uno al seis en cada cara), al tres en raya, a los soldaditos (algo parecido a las damas), otros juegos de los que no conocemos sus reglas, a la gallinita ciega (que la llamaban la abeja de oro), con pelotas, con canicas, con nueces y, los niños de familias pudientes, con muñecas.
– ¿Y la vida nocturna?
– Las noches eran larguísimas porque no tenían relojes y si se levantaban para hacer pis no sabían cuánto quedaba para amanecer y si les compensaba volver a dormir. Los que tenían algo de dinero podían aprovechar para leer porque se habían sacado algún libro de una biblioteca pública y también tenían una lucerna o aceite. El verbo que designaba leer de noche era lucubrare, de donde viene nuestro elucubrar. El hecho de no saber la hora y que la noche sea muy oscura hace que sea muy distinta a la nuestra en todos los sentidos. La gente que iba a fiestas a casas de amigos iba acompañada de portadores que le llevaban las antorchas; otros se pasaban la noche haciendo colas para sacar entradas para el espectáculo siguiente, como si fuera un concierto de Taylor Swift. Luego estaban las tabernas, tenían como el doble de bares que nosotros por lo que se calculó en Pompeya, y había de todos los tipos, desde restaurantes de lujo o los famosos termopolios con barra de obra a un simple hueco donde te venden un mal vino y una manzana podrida. Y digo podrida porque obviamente la comida sin refrigeración te puedes imaginar cómo se conservaba. El 99% de la gente compraba la comida fuera porque sus pisos eran como los de Tokio: una habitación y para todo, lo normal es que no tuviera cocina y se tenían que comprar la comida fuera. Por eso había tantos bares, porque comían allí y porque el vino, que tomaban mezclado con agua, era muy barato, sobre todo el malo.

Paco Álvarez, con su último libro. / FDV
– Le concede mucha importancia al sentido del humor que tenían, ¿cómo era, de qué se reían?
– Usaban mucho el sarcasmo y la retranca, era un humor muy socarrón. Si uno se lee los epigramas de Marcial, piensa que si escribiera ahora no le habrían publicado, era muy soez en algunas cosas y muy hiriente en otras. Por poner algunos ejemplos, en uno de sus chistes habla de un borracho y dice: «¿Si creéis que apesta a vino de ayer, es mentira, sigue bebiendo después del amanecer? O cuando dice: «Quinto ama a Tais, /¿A Tais la tuerta?/ Sí/ Pues a Tais le falta un ojo, pero a Quinto los dos». Estos son los suaves, los hay más brutos, como el que dice que su novia está muy triste porque ha muerto un esclavo que tenía un pene de 30 centímetros; son cosas que ahora no nos hacen gracia. Los romanos decían que preferían perder a un amigo antes que la oportunidad de perder un buen chiste; eso quiere decir que si se tenían que burlar de un amigo para reírse estaba admitido. ¿Por que tenían tanto sentido del humor? Porque tenían cuatro de seis posibilidades de morir al nacer, cinco de diez de morir antes de llegar a los diez años y, si los superaban, tenían un 50% de posibilidades de superar los 35. Eso explica que vivieran disfrutando el momento y todos esos refranes del estilo de «vive, ama, juega» o «el vino, el amor y las termas destrozan nuestra salud, pero el vino, el amor y las termas son nuestra vida», o epitafios como «Cuando viví bebía, bebe tú que vives». Hay un epitafio de una lápida situada saliendo de la Vía Apia, a la izquierda, que dice: «Sepulturero aparte, este nicho está ocupado».
«Vivían poco, precariamente e intentando pasárselo bien. Se movían entre el hedonismo y el estoicismo, entre el 'carpe diem' y el 'memento mori'»
– Da la impresión de que se lo ha pasado en grande escribiendo este libro.
– Es que creo que la historia tiene que ser mucho menos solemne que de la manera que nos la han contado, sobre todo la de la gente normal, como nosotros, que lo que piensas al levantarte es a ver si hoy me río, si alguien me quiere o si alguien me invita a cenar, si me encuentro con un amigo, me enamoro o tengo la oportunidad decirle que le quiero a la persona que está conmigo. Se trata de atrapar el momento, la vida es una lucha continua entre el carpe diem y el memento mori: recuerda que vas a morir, pero agarra el día con todas tus fuerzas.
– En esa Roma sombría también había malhechores, ¿qué delitos eran los más frecuentes y cuáles los castigos más habituales?
– Los robos. Si te pillaban robando en el acto, te podían matar; si ya te escapabas con lo robado era distinto, había que llevarte a juicio y era complicado demostrar que lo robado te pertenecía. No había una policía ni un fiscal de oficio, si te robaban o asesinaban a alguien que conocieras, tenías que ir tú a ver al pretorio. La justicia era privada, entre comillas, si nadie conocía al muerto, ahí no había pasado nada; consideraban que el crimen era algo intrínseco al ser humano. Por otra parte, el derecho romano, que afortunadamente sigue vigente, tiene muchas cosas buenas, como la presunción de inocencia, el derecho a un juicio justo y a apelar si consideras que la sentencia no es justa.
– Roma parece una fuente inagotable de historias, a juzgar por los seis libros que lleva publicados. ¿Le queda mucho por contar?
– Algo me queda, mi intención es hacer diez y ni uno más, porque ya soy mayor y hay que dejar paso a la juventud. Sí, es una historia que nunca se acaba y cada vez se encuentra uno más parecidos con cosas de la actualidad. Al principio fue el nombre de los días de la semana y ahora acabo encontrando coincidencias de sentimientos. Hay poemas romanos que se repiten en canciones modernas o en el cine, por ejemplo hay una escena en «Blade Runner» cuando está Roy Batty a punto de morir y dice: «¿Sabes lo que es vivir con miedo?, eso es ser un esclavo». Esa frase es de Horacio, tal cual, no sabemos si Rutger Hauer conocía la obra de Horacio o tenía ese mismo sentimiento. También siguen vigentes el hedonismo y el estoicismo, que actualmente se ha refugiado más en las religiones.
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