Mujeres fuera de serie
La reina de la belleza auténtica
La modelo viguesa Laura Ponte fue una de las más cotizadas internacionalmente en los años 90. Musa de grandes diseñadores como Valentino y Loewe y de fotógrafos como Mario Testino, actualmente sigue protagonizando las campañas que elige con esmero, pero está centrada en su marca de vestidos de novia y en sus hijos.

La modelo Laura Ponte, al natural. / Cedida
Sus fotos de mirada penetrante y gesto serio poco tienen que ver con la mujer que uno se encuentra durante una charla distendida, mientras riega las plantas de su casa y prepara un pastel de calabacín. La naturalidad, sencillez, frescura y risa de Laura Ponte (Vigo, 1973) logran una conexión inmediata con la que fue una de las modelos más cotizadas internacionalmente en los años 90. “La gente es muy prejuiciosa y muchas veces me han tachado de seria e incluso de antipática solo por esa imagen”, lamenta.
Ahora, centrada en su trabajo como diseñadora de trajes de novia y sus hijos, de 18 y 19 años, y sin dejar de hacer las campañas de fotografía que le interesan, Laura asegura sentirse tranquila y satisfecha. Alejada de las jornadas maratonianas y los viajes continuos que la modelo realizaba cuando comenzó a trabajar y triunfar en las principales pasarelas de todo el mundo, Laura se plantea desde hace años su vida de una manera muy diferente. Tiene el taller en su propia casa, en Madrid, lo que le permite vivir el día a día de sus hijos con mucha facilidad, y solo acepta las sesiones de fotos que realmente le apetecen. “Y lo disfruto a tope, como un regalo”, asegura.
Laura nació en Vigo porque en aquel momento sus padres, José Manuel, coruñés, y Marcela, asturiana, ambos periodistas, estaban trabajando en la ciudad. “No tengo recuerdos de Vigo porque realmente solo viví un año allí, luego ya nos mudamos a Oviedo, que es donde me crie con mi madre, ya que cuando yo tenía cuatro años mis padres se separaron y estuve prácticamente siempre con ella”, explica.
Cuenta que hasta la preadolescencia era una niña muy abierta y comunicativa. “Mi madre me decía que me perdía a menudo cuando salíamos porque en seguida me ponía a hablar con cualquiera”, ríe. Después, confiesa que se hizo más tímida, arrastraba complejos y buscaba pasar desapercibida.
De su niñez, recuerda “los veranos tranquilos entre Galicia y Asturias” y la curiosidad que sembraron en ella y en su hermano mayor ambos progenitores. “Nunca me animaron a estudiar Periodismo, pero sí querían que hiciera una carrera y fomentaron mucho mi espíritu crítico y la búsqueda de información; que siempre me cuestionara las cosas y las contrastara”, apunta. “Si quieres opinar, no te quedes solo con el titular”, le aconsejaban.
La atracción por la moda le llegó a Laura a través del cine: “Me gustaba mucho fijarme en la forma de vestir de los personajes de películas extranjeras y luego dibujaba prendas y joyas. Su madre, asegura, no consumía mucha ropa aunque sí le inculcó el valor de la calidad y el diseño.
Se matriculó en Ciencias Políticas pero no terminó la carrera ya que su vida dio un giro muy diferente cuando, durante un viaje a Londres, un fotógrafo se deslumbró de su belleza y comenzó a ofrecerle trabajos. Con 19 años ganó el prestigioso premio Look of the Year, de la agencia Elite, y se metió a fondo en el mundo de la moda. “Con 15 años tienes una idea frívola de este mundo y de las supermodelos, pero en seguida me di cuenta de que era un trabajo de lo más normal y comienzas a relativizar todo. En ningún momento sentí que aquello se me fuera a ir de las manos porque era una chica muy controlada”, apunta. Tampoco sus padres tenían miedo por ella en ese sentido. “Hazlo lo mejor que puedas, aprovecha el tiempo, conoce mundo y no te dejes llevar”, le recomendaban.

Laura Ponte y el diseñador Roberto Verino, en 2001. / FDV
La pasarela no era lo que más le gustaba, Laura siempre prefirió las fotos, que le permitían expresarse mejor. “Encontré una forma de mostrar las personas que escondía en la vida real”, afirma. Y es que, en aquellos momentos de máximo éxito, Laura asegura que seguía teniendo muchos complejos. “Disfrutaba del proceso, me lo pasaba bien, pero no de las fotos que resultaban y que muchas veces me daban vergüenza”, cuenta la modelo, que trabajó para los más grandes diseñadores, desde Valentino a Loewe, Hugo Boss, Ralph Lauren o Christian Lacroix, así como para fotógrafos como Steven Meisel o Mario Testino.
Ella misma se autodefine como una “antimodelo”: “Nunca me consideré una gran belleza”, dice. Se refiere también a su sentido de la naturalidad, que abarca desde no estar en todo momento arreglada a no pensar en ningún momento en la cirugía para luchar contra el paso del tiempo. Tampoco presta excesiva atención a su físico. “¿Gimnasio? ¡Me aburre! Por mi edad, considero importante hacer algún ejercicio de fuerza así que a lo máximo que he llegado es a dejar cerca de la máquina de café unas pesas y, mientras se hace el café, que tomo varios al día, hago algunos ejercicios”, describe divertida. Tampoco soporta rutinas largas para el cuidado de la piel. “Tengo arrugas desde hace años, pero no pasa nada”. Y, aún inmersa en esa naturalidad, su elegancia y su porte son únicos.
Admite, sin embargo, que hay momentos en los que ella también es “vanidosa” y quiere verse bien, pero reivindica que “esa esclavitud no sea el mandato del día a día”. “Creo que es importante que los modelos sean diversos, como la gente de la calle. Esa variedad es lo que tenemos que mostrar”, opina.

La modelo fotografiada por Annie Leibovitz. / Annie Leibovitz
De aquellos años de éxito, Laura valora la mucha gente interesante que conoció. “Realmente no me sentía sola, ya que convivía con personas de diferentes países y culturas y aprendí a compartir, a conectar… Fue muy terapéutico para una persona como yo, una gran escuela de vida”, considera.
Tras tomar la decisión de alejarse de las pasarelas sobre 2003 —“de la que nunca me he arrepentido porque era lo que creía que tenía que hacer”— Ponte se formó durante dos años en Nueva York en patronaje y modelaje. “En aquel momento también estaba saturada de las sesiones de fotos, aunque seguía haciéndolas”. De hecho, el 11-S la pilló precisamente en medio de una.
A los 30 años, Laura contrajo matrimonio con Beltrán Gómez-Acebo —primo del Rey Felipe VI—, al que conoció mientras vivía en París y, sin quererlo, la modelo se convirtió en protagonista de la crónica social, aunque ella ha logrado siempre mantener al máximo su privacidad. Se separaron en 2009.
Del enlace nacieron (curiosamente el mismo día, con un año de separación) sus dos hijos, Luis y Laura, de 20 y 19 años, respectivamente, que hacen gala de la misma discreción que sus padres. “En esos años monté una marca de joyas y un coworking de artistas, además de asesorar a diseñadores… Hacer una sola cosa me aburre, necesito esa variedad y disfruto mucho de los procesos”, cuenta.
De aquellas iniciativas, la que cobró más peso fue la del diseño de trajes de novia e invitadas, que cumple ya siete años. “Tener el taller en casa me permite disfrutar a mis hijos mucho más que cuando eran pequeños, ya que estudiaron varios años en Inglaterra. Me siento una privilegiada por poder desayunar o comer con ellos, conocer a sus amigos y vivir sus cosas del día a día. La maternidad es un gran aprendizaje para mí, me ha ayudado a entender muchas cosas y la estoy disfrutando mucho”, afirma.
De momento, cuenta que ninguno de los dos dirige sus pasos hacia el mundo de la moda. “Son jóvenes aún y tienen otras inquietudes; yo quiero que cada uno decida en su momento lo que desee hacer”, apunta.
Las rutinas tranquilas de Laura se alteran cuando viaja para las sesiones de fotos, en las que asegura que se divierte mucho. “Recientemente he hecho unas muy bonitas con Adolfo Domínguez y con Zara. Me gusta mucho la moda gallega —de hecho, en 1998 fue nombrada embajadora oficial de ella— y sigue habiendo mucha industria y mucho oficio en esta tierra”, afirma.
Pero, insiste, es la vida sosegada y sencilla con la que ahora disfruta realmente. Y su satisfacción se retrata en la sonrisa serena que luce fuera del objetivo. Belleza auténtica.
Las pioneras: Schiaparelli, la visionaria de la moda que desafió convenciones

Prada/vs/Schiaparelli. Elsa Schiaparelli (1890-1973). / FDV
Elsa Schiaparelli fue una de las diseñadoras más audaces del siglo XX. Nacida en Roma en 1890, se instaló en París y revolucionó la moda con una mezcla explosiva de elegancia y surrealismo. Mientras Coco Chanel apostaba por la sobriedad, Schiaparelli convertía la ropa en un juego provocador: vestidos con langostas, sombreros con forma de zapato y botones que eran labios o cerraduras.
Amiga de artistas como Salvador Dalí o Jean Cocteau, rompió las reglas de la costura tradicional y convirtió cada prenda en una obra de arte. Fue la primera en usar cremalleras visibles como detalle estético y en popularizar el “rosa shocking”, un color que aún hoy grita libertad y atrevimiento.
Schiaparelli no solo vestía cuerpos, vestía ideas. Y aunque su casa de moda cerró en los años 50, su legado sigue latiendo en cada pasarela donde se mezcla arte, humor y rebeldía.
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