La ingeniera que transforma algoritmos en decisiones
Antía Fernández es Directora de Innovación para mercados estratégicos en Gradiant, centro tecnológico de vanguardia ubicado en Vigo. La ingeniera ourensana colabora en diversas iniciativas para luchar contra los estereotipos de género y motivar a las chicas a elegir las carreras STEM

La ingeniera Antía Fernández, en las instalaciones de Gradiant, en Vigo. / Marta G. Brea
Su agenda es tradicional, en papel y repleta de recordatorios escritos a mano. Ha desconectado las notificaciones de su móvil y, cuando descansa, lo que más le gusta es la naturaleza. Antía deja claro desde el primer momento que ser una experta en tecnología no significa, ni mucho menos, estar obsesionada con el mundo digital.
La ingeniera de Telecomunicaciones Antía Fernández (Allariz, 1986) es Directora de Innovación para mercados estratégicos en Gradiant, centro tecnológico de vanguardia ubicado en Vigo. Es una de las mayores profesionales en Galicia en inteligencia artificial relacionada con el dato para diferentes sectores como la industria, la salud o la sostenibilidad. Y una de las escasas mujeres que trabajan en este sector. En su empresa, ellas representan algo más del 20% de los trabajadores, un porcentaje que mejora el del número de estudiantes que cursan en estos momentos estas ingenierías. Y para luchar contra esta brecha también trabaja Antía, colaborando en diversas iniciativas que tratan de ofrecer a las niñas referentes en este ámbito y convencerlas de que las carreras relacionadas con la tecnología son muy atractivas y brindan miles de posibilidades también para ellas.
Recuerda esta profesional que en su casa no había antecedentes en este ámbito, pero su madre, ama de casa, y su padre, albañil, animaron a sus tres hijas a estudiar lo que ellas quisieran. “Yo era una niña de lo más normal, buena en matemáticas y física; me gustaba más resolver problemas complejos que estudiar Historia, y era la encargada de programar el vídeo y cosas así. Siempre he tenido una mentalidad muy práctica, pero también era muy deportista”, comenta.

La ingeniera Antía Fernández en una imagen de cuando era niña / FDV
A ella la animó a estudiar ingeniería un profesor que acudió a su instituto y, “de una manera muy sencilla, nos explicó cuál era la labor de los ingenieros de telecomunicaciones. Yo no tenía una vocación clara, pero aquello despertó mi curiosidad”, cuenta. Además, cuando le dijeron que la carrera era muy complicada y exigía una alta nota para acceder, Antía, amante de los retos, ya lo tuvo claro.
“De 200 alumnos solo unas 50 éramos chicas, aunque ahora el porcentaje es peor”
Se mudó a Vigo para estudiar y se encontró con poquitas compañeras en la facultad: “De 200 alumnos solo unas 50 éramos chicas, aunque ahora el porcentaje es peor”, advierte. Sin embargo, esa mayoría masculina no supuso para la ourensana en ningún momento un trato diferente por parte de los profesores ni de los compañeros. “Conocí a personas con las que tenía intereses comunes e hice buenos amigos y logré organizarme bien y sacar todo adelante”.
“Cuando comencé a acudir a reuniones y congresos, especialmente en el sector industrial, y, sobre todo, al acceder a cargos directivos, es cuando realmente fui consciente de las pocas mujeres que éramos"
Al terminar sus estudios -fue la primera de su promoción- Antía entró como becaria en Gradiant, donde realizó su trabajo de fin de carrera, y su trayectoria ha estado ligada desde entonces a esta empresa. “Cuando comencé a acudir a reuniones y congresos, especialmente en el sector industrial, y, sobre todo, al acceder a cargos directivos, es cuando realmente fui consciente de las pocas mujeres que éramos. Aquello pudo crearme algunas barreras, sobre todo en el momento del networking, pero en general, cuando consigues acercar las tecnologías a los clientes y enseñarles de qué forma pueden mejorar sus procesos y la toma de decisiones en base a los datos, te ganas su confianza y al final no importa que seas hombre o mujer”, considera.

Antía Fernández en un congreso / FDV
La capacidad de la ingeniera para interactuar y gestionar equipos pronto destacó y eso guio su carrera hacia puestos de liderazgo. De becaria, Antía fue pasando a investigadora senior, jefa de proyectos y directora técnica y, desde hace tres años, es directora de innovación. “Me gusta mucho porque desde este punto abordo las tecnologías desde los tres ejes que trabajamos: la conectividad, la inteligencia artificial y la ciberseguridad. Yo necesito mucho el cambio para no aburrirme, la rutina excesiva me apaga: necesito enfrentarme a nuevos problemas, la chispa que se me enciende cuando hay que buscar soluciones diferentes, y tener contacto con distintos sectores”, destaca.
“El ideal son los equipos diversos, en todos los sentidos, para conseguir que esa tecnología que creamos tenga los menos sesgos posibles"
La empresa cuenta con 250 trabajadores, de los que el 25% son mujeres. “El ideal son los equipos diversos, en todos los sentidos, para conseguir que esa tecnología que creamos tenga los menos sesgos posibles. Pero resulta muy difícil contratar a más mujeres porque apenas nos llegan currículums de ellas”, lamenta.

Antía dando una charla sobre las carreras STEM en un colegio / FDV
En su compromiso por acercarse a esa deseada igualdad e incentivar el papel de la mujer en la tecnología, la ingeniera no duda en colaborar en iniciativas como Referentes Galegas nas Aulas y acudir a centros educativos para hablar de su profesión, borrar los prejuicios y animar a las niñas a optar por las carreras STEM. “Es curioso porque en estos encuentros al principio son los niños los que más participan y ellas se quedan un poco al margen, pero en cuanto empiezas a trabajar con grupos más pequeños son las chicas las que intervienen más. La sociedad no sabe muchas veces para qué sirve realmente la tecnología y creo que tenemos la obligación de visibilizar este trabajo para que todos entiendan sus aplicaciones y romper estereotipos”, considera.
También querría inspirar a sus propios hijos, un niño de 9 años, Antón, y una niña de 7, Antela, a seguir su camino y el de su padre, también ingeniero, Ángel -“en lo de los nombres que comienzan por A sí que somos un poco frikis”, ríe la ingeniera-.
Asegura que la maternidad no supuso un freno en su carrera ya que los primeros meses pidió una reducción de jornada y luego le permitieron teletrabajar por las tardes, lo que hizo más sencilla la conciliación. Siempre ha destacado por su gran capacidad de organización, aunque admite que, “por mucho que organices, a veces encajar el tetrix semanal es demasiado complejo”. Y a veces exige renuncias personales. “Cuando Antón tenía 5 meses me propusieron ser asesora de la Comisión Europea para la inversión de fondos para proyectos tecnológicos. Era una gran oportunidad para mí y acepté, aunque eso supuso, por los viajes, dejar de dar el pecho al niño, pero creo que fue una buena decisión ya que esa colaboración la sigo manteniendo y me enriquece mucho en mi trabajo”, explica.
En su tiempo libre, Antía escapa bastante de las máquinas y confiesa que ni siquiera ve la televisión: “Trato de desconectar al cien por cien. Me gusta mucho el contacto con la naturaleza y el deporte y ahora estoy muy metida en el triatlón”, concluye.
Las pioneras: Hedy Lamarr, la actriz inventora de un sistema de comunicaciones

Hedy Lamarr en 1944 / FDV
Pocas estrellas de Hollywood pueden presumir de haber cambiado el rumbo de la tecnología moderna. Hedy Lamarr (Viena, 1914- Florida, 2000) era la hija única de un banquero y una pianista y en el colegio era considerada superdotada.
Compleja e inquieta, abandonó los estudios de ingeniería, decidida a cumplir el sueño de ser actriz. Protagonizó una treintena de películas y se convirtió en una estrella emergente en los años 30 y mientras rodaba, en su tiempo libre ideaba sistemas de comunicación secreta. Durante la Segunda Guerra Mundial, desarrolló junto al compositor George Antheil un sistema de salto de frecuencia para evitar que los torpedos aliados fueran interceptados. Aunque su invento no fue utilizado en su momento, sentó las bases de tecnologías actuales como el Wi-Fi, el Bluetooth o el GPS.
Durante décadas, su faceta como inventora fue ignorada. Solo en los años 90 empezó a reconocerse su legado científico y hasta 2014 su trabajo no entró en el National Inventors Hall of Fame.
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