Entrevista | Marcos Giralt Torrente Escritor. Nieto de Gonzalo Torrente Ballester
«Mi abuelo priorizó su ambición literaria por encima de su familia»
«He llegado a la conclusión de que tanto mi abuela como los cuatro hijos del primer matrimonio, los Torrente Malvido, tuvieron serias dificultades para pactar con la realidad»

El escritor y crítico literario Marcos Giralt Torrente. / Juan Giralt Suárez
En Los ilusionistas (Anagrama), Marcos Giralt Torrente afronta el relato de las vidas de su abuelo, Gonzalo Torrente Ballester, de los hijos de su primer matrimonio y hasta de sí mismo. Estamos ante una obra inclasificable genéricamente hablando, pero descarnada y, a la par, con una marcada tendencia a la objetividad (en la medida de lo posible) que el autor presentará mañana lunes en el MARCO de Vigo, en acto organizado por el Club FARO.
–«La familia es el territorio de la memoria» sentencia usted en el prólogo de este libro, el segundo que publica sobre su familia, después de Tiempo de vida centrado en su padre, el pintor Juan Giralt. ¿Qué razones comunes entre ambos le han impulsado escribir estos dos libros?
–Todos los escritores tenemos historias fuertes, personales, que arrastran nuestra literatura y afloran, ficcionadas o no, en nuestras obras, porque la literatura siempre nace de ese punto en que la experiencia se torna conflictiva. Que yo me lanzase a escribir Tiempo de vida estuvo relacionado con la certeza de que ahí había una buena historia, la de mi padre conmigo, con lo cual lo que tenía que hacer era dar con la mejor manera de contarla, y esa resultó que era la de afrontarla mediante un relato descarnado y real. En Los ilusionistas me ha pasado prácticamente lo mismo, al punto de que tengo la convicción de que nunca hubiera sido capaz de contar estas historias de mi nuevo libro sin que antes hubiese escrito Tiempo de vida con todo lo que significó para mí como aprendizaje.
–Al documentarme sobre este libro noté que en reseñas, entrevistas, etc. lo calificaban de «autopsia familiar». Creí que era una etiqueta periodística pero, claro, al leerlo, descubrí que usted mismo lo autocalifica de autopsia. ¿Por qué?
–A la hora de afrontar un relato íntimo, el principal peligro estriba en que la narración se contamine de sentimentalismo o que la mirada peque de no ser neutral. Y la mejor manera de contrarrestar eso es adoptando un tono lo más frío y analítico posible, un tono que bien se podría calificar de forense.
–La primera impresión es que su abuelo Gonzalo no sale muy bien parado de este libro. Lo que me asombra es que, a la hora de escribirlo, consiga armonizar sus defectos (luego hablaremos) con la admiración y ternura que confiesa haber sentido por y hacia él. ¿Cómo concilia sentimentalmente escribir y describir a su abuelo desde esa posición tan objetiva e incluso fría, como usted acaba de decir?
–Matizaría eso de que mi abuelo no sale bien parado de este libro. Ocurre que yo analizo a mi abuelo Gonzalo con el mismo rigor y afán de ecuanimidad que a los otros personajes principales: a mi abuela, a mi madre, a mis tres tíos y a mí mismo. Y si se puede colegir en una apurada lectura que Gonzalo sale mal parado es porque se le trata en proporción al papel que él mismo se adjudicó en la familia, es decir, que, efectivamente, él era quien decidía dónde y cómo debía vivir su familia, y ocupaba un lugar central en ella, posición que yo me he visto moralmente obligado a reflejar. Pero ya se sabe que el ser humano es contradictorio y en todos los corazones hay virtudes y defectos, por decirlo de una manera estereotipada. Y yo, en la medida en que muestro así a todos los personajes del libro, incluso a mí mismo, he juzgado que no tenía ningún sentido ocultar los «defectos» de mi abuelo por el hecho de que él hubiese sido escritor y obtenido un merecido prestigio como tal, y menos cuando sus decisiones tuvieron un efecto indudable en el devenir de esa familia, por ello me resultó inevitable que eso también se dijese. Por otra parte, nada de lo que yo he escrito en Los ilusionistas desdice la importancia que Gonzalo Torrente Ballester tiene en la Literatura Española Contemporánea, importancia que yo soy el primero en reconocer.
–Sugiere o más bien afirma usted en Los ilusionistas que su abuelo puso siempre su ambición literaria por encima del bienestar de su familia. ¿Cómo entender esto en un hombre que estaba apasionadamente enamorado de su mujer, como demuestra en las cartas que escribió a su abuela Josefina?
–El alma humana es muy compleja. Se puede estar muy enamorado de una persona y al mismo tiempo, por egoísmo, tomar una serie de decisiones en persecución de su propia ambición. Pero, visto desde otro punto de vista, esos supuestos defectos o pecados familiares de mi abuelo no fueron algo singular, yo los calificaría incluso de generacional. Hay toda una generación de grandes hombres de la literatura, de la ciencia, de las artes, de las finanzas…que subordinaron las vidas de sus familias a la consecución de sus objetivos profesionales. Si lo juzgo privadamente como padre eso me puede parecer aberrante, porque mi generación es otra y la sensibilidad ha cambiado, pero eso en la generación de mi abuelo no estaba tan claro, y que él fuese ambicioso en lo literario, no resta autenticidad al apasionado amor que sentía por su primera esposa.
«Que Torrente Ballester fuese ambicioso en lo literario, no resta autenticidad alguna al apasionado amor que sentía por su primera esposa»
–Se ha dicho de don Gonzalo que si se afilió a Falange fue debido a su padre (el bisabuelo de usted, el almirante) quien le avisó de que si quería vivir en España tenía que hacerlo y «obrar en consecuencia». Sin embargo ¿cabe la posibilidad de que don Gonzalo, al cabo, descubriese en Falange valores positivos que hasta entonces desconocía, o nunca creyó para nada en lo que escribía sobre Falange, como tantos otros que lo hicieron por conservar la vida?
–Yo suelo pasar muy de puntillas por el pasado falangista de mi abuelo porque no me interesa, y porque fue una etapa bastante corta en su biografía, a la que malintencionadamente, por razones ideológicas o propias de mafias literarias, algunos le han querido dar más importancia de la que tuvo. No me deja de resultar paradójico que vivamos constantemente en la reivindicación de Dionisio Ridruejo, que fue el más falangista del llamado Grupo de Burgos al que perteneció mi abuelo, como hombre que se distanció del régimen y que fue el primero de ellos que lo manifestó públicamente. Eso lo que refleja es que Dionisio era el más político y valiente de todos ellos, mientras los demás, como mi abuelo, se movían en un círculo marcado por la prudencia o, si quieres, en la cobardía.
–¿Fue cierto lo del almirante?
–Antes de que estallase la guerra, mi abuelo, que venía del anarquismo, se movía en el ámbito del galleguismo de izquierdas. Cuando, al comenzar la contienda, volvió de París preocupado por su familia, descubrió que muchos de sus amigos galleguistas habían sido asesinados, estaban en la cárcel o se había exiliado. La verdad es que su decisión de ingresar en Falange no sé quién se la exigió o sugirió. He escuchado decir que fue un sacerdote amigo suyo, y puede que también interviniese su padre, pero lo que está claro es que esa decisión fue tomada en primera instancia para salvar la vida. Lo cual no quiere decir que, posteriormente, y citando tu pregunta anterior, en el período concreto de la guerra en el que estuvo en Burgos, resulta probable que le sedujese aquel ambiente y la carismática personalidad de Dionisio, para que él se sintiese atraído por ciertos valores propagados por Falange. Pero, después, y ya disuelto el Grupo de Burgos, cada uno de sus miembros, mi abuelo también, se fueron alejando del falangismo y, sobre todo, del franquismo. De hecho, junto con otros intelectuales, mi abuelo firmó el manifiesto de protesta por la represión de una huelga minera en Asturias (1962) y sufrió las consecuencias: le costó perder su puesto de trabajo en la Escuela de Guerra Naval y sus colaboraciones como crítico literario en Radio Nacional y el diario Arriba.

Marcos Giralt Torrente. / J. G.
–En escribir sobre don Gonzalo se le adelantó su tío, Gonzalo Torrente Malvido con Torrente Ballester, mi padre. ¿En qué asuntos convergen su tío y usted y en cuales mantienen divergencias sobre la figura de, respectivamente, su abuelo y su padre?
–Te confieso que la lectura de Torrente Ballester, mi padre la tengo bastante lejana en el tiempo, pero lo que sí puedo decirte es que, como tantas otras cosas de mi tío, ese libro nació de un impulso que no fue totalmente genuino porque, para empezar, se trata de un libro de encargo, y luego porque se publicó en vida de mi abuelo. El libro salió como salió pero estoy seguro de que, si lo hubiese escrito tras la muerte de su padre, mi tío no hubiese escrito ese libro o no lo hubiese escrito así.
–La obra literaria de su tío Gonzalo siempre tuvo encima la losa de «el hijo de…». En esta pregunta apelo a su faceta de crítico literario: ¿Cree que la de Torrente Malvido es en conjunto una obra literaria a rescatar y reivindicar?
– Lo que hizo que mi tío no hubiese desarrollado una obra literaria conforme a su talento (que lo tenía, y mucho) no se debió a la etiqueta de «hijo de…» sino a otro tipo de complejidades relacionadas con su vida que yo trato de analizar en este libro. Mi tío Gonzalo era un hombre muy complicado que no desarrolló esa carrera literaria porque tampoco él se lo permitió a sí mismo, porque le pudo esa otra parte de su vida que pasaba por una manera de vivir a salto de mata que no casaba bien con la literatura. Es decir, que para poder escribir, se necesita al menos una casa y una mesa, y Gonzalo Torrente Malvido careció muchas veces de esas dos cosas, con lo cual, no sé si es que lo eligió voluntariamente, pero en cualquier caso nunca desarrolló una capacidad que, paradójicamente, sí tenía para alcanzar una obra literaria de altura y trascendencia.
«Mi tío Gonzalo no desarrolló una carrera literaria porque, aunque tenía talento para ello, no se lo permitió a sí mismo, le pudo esa otra parte de su vida que pasaba por una manera de vivir a salto de mata»
–¿Siente que, hablando en plan futbolero, tras la muerte de su abuela Josefina, la familia materna, a la que pertenece usted, jugó la vida en Segunda División y la que tuvo después, con un padre triunfante, jugó en Primera?
–En el libro hablo de una familia, que es la Torrente Malvido, que a su vez forma parte de una familia más grande en la que hay otra mujer y otros hijos de mi abuelo. De estos otros apenas hablo, salvo citas de algunos y con la pulcritud máxima, solo cuando son imprescindibles para entender la historia de la rama de los Malvido. Y si los Malvido fueron segundones o no en la vida de mi abuelo depende de la percepción de cada quién, pero lo que sí es cierto es que en todas las familias hay conflictos, también en las que no hay dos madres. Visto con mi perspectiva, lo que ocurrió fue que mi abuelo desplazó sus prioridades y eligió concentrarse en los siete hijos de su segundo matrimonio.
–¿En qué sentido utiliza el calificativo ilusionistas que atribuye a los protagonistas de este libro?
–Un poco en todos los sentidos. En el de magos, en el de vivir de ilusiones… La principal pregunta que mueve el libro es ¿por qué los cuatro hijos de un matrimonio más o menos acomodado e intelectual han tenido unas vidas alejadas de lo convencional? Y la respuesta es tan compleja que he necesitado 253 páginas para responderla, y a caballo de responder a eso, en el fondo resultó también el intento de responder a otra pregunta mayor aún que es la de ¿qué es lo que nos hacer ser como somos?
–Y la respuesta, sintetizada, es…
– En buena parte reside en las dificultades que los Torrente Malvido tuvieron para pactar con la realidad.
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