Ciencia portátil
Energía eólica marina: poder azul, retos reales

Aerogenerador del Windfloat Atlantic en Viana do Castelo, Portugal.
La energía eólica marina se consolida como una herramienta clave en la lucha contra el cambio climático. A inicios de 2025, Europa supera ya los 34 GW instalados, con previsiones de fuerte crecimiento. España se compromete a incorporar entre 1 y 3 GW antes de 2030, y Galicia destaca como enclave estratégico por su potencial energético. Sin embargo, esta expansión tecnológica genera un debate ineludible: ¿cómo generar energía limpia sin dañar ecosistemas ni perjudicar medios de vida tradicionales?
Dos tecnologías, un mismo viento
La eólica marina se presenta en dos formas principales: plataformas fijas, ancladas al fondo marino mediante pilotes o cimentaciones, y plataformas flotantes, sujetas mediante sistemas de anclaje, capaces de operar en aguas más profundas. Esta segunda opción resulta especialmente adecuada para regiones como Galicia, donde la costa desciende rápidamente y los vientos marinos son más intensos y estables.
Las flotantes permiten ubicar los parques más lejos de la costa, lo que reduce el impacto visual, minimiza conflictos en zonas turísticas y accede a recursos eólicos de mayor calidad.
Rendimiento energético y oportunidad industrial
Los vientos marinos son más constantes y potentes que en tierra firme. Mientras una turbina terrestre rara vez supera el 35 % de capacidad de generación, en el mar se alcanzan valores entre el 45 y el 60 %. Las turbinas modernas generan entre 12 y 15 MW por unidad, suficientes para abastecer hasta 15.000 hogares al año.
Gracias a su capacidad para operar mar adentro, las plataformas flotantes acceden a vientos más favorables y reducen el efecto de estela entre turbinas. Esto las posiciona como tecnología de alto rendimiento con un gran potencial industrial y de empleo local, especialmente en la construcción naval, ensamblaje y mantenimiento.
Balance climático: retorno rápido
Fabricar y montar una turbina marina requiere cientos de toneladas de acero, hormigón y materiales compuestos. Según el diseño y la cadena de suministro, esto genera entre 300 y 1.000 toneladas de CO₂ por megavatio instalado. Sin embargo, debido a su elevada eficiencia, ese impacto se compensa rápidamente: el «retorno energético» y de carbono suele producirse en menos de un año.
Una instalación de 1 GW puede evitar anualmente hasta 2,4 millones de toneladas de CO₂ si reemplaza generación fósil. Esto convierte a la eólica marina en una aliada inmediata en la reducción de emisiones.
Ruido submarino: construcción vs operación
Una diferencia clave entre tecnologías es el impacto acústico. En las plataformas fijas, la hinca de pilotes durante la construcción genera picos superiores a los 200 decibelios re 1 µPa, con capacidad para afectar gravemente a cetáceos y peces.
Las plataformas flotantes, al no requerir pilotes, eliminan este tipo de ruido de construcción. En ambas variantes, el ruido operacional oscila entre 120 y 145 dB, en frecuencias que interfieren con la ecolocalización de especies como delfines y marsopas.
A gran escala, la suma de múltiples turbinas puede crear un paisaje sonoro artificial continuo, alterando la comunicación, orientación y comportamiento de especies marinas. Por ello, resulta esencial aplicar medidas de mitigación y avances tecnológicos en diseño y operación.
Emisiones químicas: corrosión y metales
Tanto las turbinas fijas como flotantes necesitan protección contra la corrosión marina. Para ello, se utilizan ánodos galvánicos que liberan metales como zinc y aluminio. Una turbina puede emitir al año hasta 130 kg de zinc y 80 kg de aluminio. En parques grandes, esto representa más de 10 toneladas de metales vertidos anualmente al entorno marino.
Estos residuos pueden acumularse en los sedimentos y afectar a organismos filtradores, entrando en la cadena trófica. Además, existen riesgos de fugas de lubricantes y aceites, especialmente en condiciones de mar adverso, frecuentes en plataformas flotantes.
Fin de vida útil: un ciclo aún abierto
Las turbinas eólicas marinas tienen una vida útil de entre 20 y 25 años. Al final de este periodo, deben ser desmanteladas. Las estructuras metálicas son reciclables, pero las palas —fabricadas con materiales termoestables— presentan un gran desafío: solo entre un 10 y un 15 % se recicla eficazmente.
En plataformas flotantes, el desmantelamiento también implica retirar anclajes, líneas dinámicas y estructuras submarinas, lo que requiere planificación logística y normativa específica. Algunos países exigen fondos de desmantelamiento desde el inicio del proyecto, una práctica incluida en la hoja de ruta española pero aún pendiente de concreción legal.
Ecosistemas y conflictos sociales
En Galicia, como en otros territorios costeros, el mar es fuente de empleo, cultura y biodiversidad. La pesca artesanal y de bajura se ve amenazada por la posible pérdida de caladeros, alteración de migraciones de especies y obstáculos para la navegación provocados por las estructuras eólicas.
Ecologistas advierten sobre riesgos para aves como alcatraces, pardelas o cormoranes, vulnerables a colisiones con aspas. También señalan impactos sobre cetáceos residentes por ruido acumulativo, así como la interferencia electromagnética de los cables eléctricos en especies como tiburones y rayas.
Las comunidades costeras muestran preocupación por la transformación del paisaje, la ausencia de participación efectiva en los procesos de decisión y la percepción de que estos proyectos avanzan guiados por intereses empresariales, sin integración territorial real.
Hacia una transición justa
La energía eólica marina es imprescindible en la transición energética, pero debe desplegarse con responsabilidad, participación y rigor científico. Las plataformas flotantes ofrecen ventajas significativas respecto a las fijas en términos de profundidad, menor impacto constructivo y flexibilidad espacial. Aun así, ambas requieren una regulación robusta, planificación marina integrada y sistemas de seguimiento ambiental exigentes.
El mar no es solo una fuente de energía: es hábitat, cultura y sustento. La clave del éxito no está solo en la eficiencia técnica, sino en la capacidad de integrar esta revolución energética en armonía con los ecosistemas y las comunidades que habitan la costa.
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