Saharauis: entre la resistencia, la esperanza y la tradición
Cinco décadas después de la Marcha Verde, el pueblo saharaui sigue resistiendo en los campamentos de Tinduf. En medio del polvo y el abandono internacional, la vida continúa con una promesa irrenunciable: volver al Sáhara.

El abuelo Mahmud y su nieto Abdu / Vicente Martín Hernán
Texto: Alfonso Pérez Caneiro / Fotos: Vicente Martín Hernán y Alfonso Pérez Caneiro
Era mi primera visita a los campamentos, y sentí que en Tinduf el tiempo se había suspendido en noviembre de 1975, cuando los abuelos saharauis huyeron al desierto para escapar de las torturas y de las bombas de fósforo blanco y napalm, cargando solo con lo imprescindible y con la esperanza intacta. Desde entonces, han resistido medio siglo.
La guerra volvió en 2020. Marruecos rompió el alto el fuego, y desde entonces sus drones acechan desde el cielo. Caen pastores y caen jóvenes. Y las minas siguen segando miembros y vidas.
Los nietos del exilio, los que crecieron entre muros de adobe, no se rinden. Aprendieron su historia en las aulas, en las plazas, en la piel de sus padres. Nacieron despojados, pero no vacíos.

Alumnas en un aula del colegio de Auserd. / Vicente Martín Hernán / Alfonso Pérez Caneiro
Allí no hay nostalgia, hay firmeza. Con lo mínimo, levantan escuelas, hospitales, medios de comunicación. Y sostienen la certeza que ningún olvido ha logrado quebrar: volverán.
En este aniversario de la Marcha Verde, mientras el mundo mira hacia otro lado y la guerra persiste, ellos siguen. Porque este es el único lugar desde donde aún pueden imaginar, pensar y soñar con regresar.
El campamento como resistencia
En la wilaya (provincia) de Auserd, la vida se ordena con la firmeza de un pueblo que no espera caridad, sino justicia: cada gesto cotidiano es un ensayo del regreso. “Aquí no somos solo refugiados. Somos un pueblo organizado que espera, no mendiga”, afirma con determinación Jira Bulahi, gobernadora de Auserd.
“No queremos la autodeterminación, queremos la independencia”, añade, como quien invoca una verdad fundacional. Las cinco wilayas saharauis, nacidas en medio del desierto, tienen sus propias estructuras de gobierno, escuelas y dispensarios sanitarios. “Nos enseñaron a sobrevivir, pero también a gobernar”, recuerda Bulahi, ingeniera formada en Cuba y exministra de Salud.
Desde Rabuni, capital administrativa, la Televisión Saharaui emite a diario desde 2004. Con medios técnicos escasos pero una voluntad inquebrantable, sus periodistas narran la actualidad de los campamentos, denuncian las violaciones de derechos humanos en el Sáhara ocupado y resguardan la memoria de un país en exilio forzoso.
Sus emisiones cruzan fronteras: alcanzan los campamentos, el territorio ocupado y parte de África. Para su director, Mohamed Ahmed, se trata de una “institución estratégica” del Polisario. “El relato es también un campo de batalla. Estoy convencido de que ganaremos, seguro”, afirma con serenidad en un perfecto español.

Central de la televisión saharui en Rabuni / Vicente Martín Hernán / Alfonso Pérez Caneiro
Vivir en espera: educación, salud e inclusión
En el corazón del desierto, donde la espera se ha convertido en forma de vida, la educación emerge como un acto de resistencia. La escolarización es obligatoria hasta los 16 años para todos los niños y niñas. “Educar aquí es preparar para volver”, proclama Abdehraman, maestro desde hace 41 años, como quien custodia una llama encendida durante décadas.
Desde los albores del exilio, la alfabetización fue empuñada como un arma estratégica frente al olvido. Hoy, una gran parte de los jóvenes cruzan mares y continentes para formarse en universidades de Cuba o Argelia, llevando consigo el anhelo de un futuro libre.
Pero la dignidad lucha cada día contra la precariedad. Las condiciones de pobreza que imperan en los campamentos de refugiados violan flagrantemente el Artículo 27 de los Derechos del Niño, despojando a la infancia de las condiciones necesarias para crecer en plenitud física, mental, moral y social.
En el centro de educación especial de Auserd, con pocos recursos pero mucha entrega, se cuida a quienes más lo necesitan. Allí, 69 niñas y niños con distintas discapacidades, desde los cuatro años, reciben atención diaria, dos comidas calientes y el transporte de ida y vuelta a casa.

Alumno del centro de educación especial de Auserd / Vicente Martín Hernán / Alfonso Pérez Caneiro
“Aquí nadie es invisible”, dice Mamía Brahim, directora del centro, con la certeza de quien defiende la dignidad por encima de cualquier carencia.
En los campamentos, la salud también resiste como puede. La doctora Milagros, una de las dieciséis cubanas que trabajan en el hospital central de Rabuni, lo resume con claridad: “Trabajamos con lo que tenemos, que es muy poco”.
Faltan tratamientos esenciales como la radioterapia o la quimioterapia, escasean medicamentos básicos y hay pocas ambulancias para más de 170 mil refugiados. La hipertensión y la diabetes hacen estragos en silencio, sin el material suficiente y necesario para combatirlas.

Milagros, médica cubana en el hospital de Rabuni / Vicente Martín Hernán / Alfonso Pérez Caneiro
“Pero quizás lo más grave son las minas”, afirma Milagros. Las minas antipersona, vestigios letales de la guerra, siguen mutilando cuerpos años después del alto el fuego. Hay cerca de ocho millones de minas esparcidas a lo largo de los 2.700 kilómetros del muro de la vergüenza que Marruecos construyó para dividir el Sáhara ocupado del Sáhara liberado. Una amenaza latente, silenciosa, que persiste como cicatriz abierta en la vida diaria de los refugiados.
Hijos del desierto: se agota la paciencia
En los campamentos, la juventud saharaui vive atrapada entre la memoria de una resistencia que no vivieron y la desesperación de un futuro que nunca llega. Hijos y nietos del exilio, han crecido en la promesa del retorno y bajo el peso de una causa que los obliga a madurar demasiado pronto.
“Tenemos que encauzar la rebeldía de los jóvenes”, admite Jira Bulahhi. “No quieren seguir aquí. Para ellos, la guerra es una obligación.” Su tono no es alarmista: es la constatación de que el tiempo juega en contra de una espera interminable. Porque lo que está en juego no es solo la continuidad de la lucha, sino el modo en que esta se redefine en manos de una nueva generación impaciente, formada y, sobre todo, cansada.
Muchos de estos jóvenes han estudiado en universidades extranjeras gracias a becas o convenios solidarios. Posiblemente han leído a Frantz Fanon y a Edward Said, dominan lenguas como el español, el francés o el árabe (hassanía) , y regresan con herramientas para construir. Pero se encuentran con un mundo detenido, sin opciones reales de trabajo ni desarrollo personal.
Gatineau Said, de 29 años y encargada de sociedad civil en Auserd, lo dice sin ambages: “El mundo deberá solucionar el conflicto porque, de lo contrario, seremos más belicosos que los mayores.”

Gatineau, saharaui de 29 años / Vicente Martín Hernán / Alfonso Pérez Caneiro
No es una amenaza, es una certeza: “Hay dos opciones. O volvemos o morimos. Estamos seguros de que no vamos a abandonar. Tenemos las esperanzas intactas porque tenemos el derecho. Hay una masa detrás reclamándolo. Habrá justicia, lo lograremos”.
El hartazgo germina en radicalización cuando la legalidad internacional se percibe como estéril y la diplomacia como una farsa interminable.
La juventud saharaui no se ha rendido pero su paciencia se agota. Y el mundo haría bien en escucharlos antes de que el silencio se rompa con estruendo.
Entre el derecho y el desamparo: una victoria legal y una traición política
En 2022, el presidente Pedro Sánchez envió una carta al rey de Marruecos apoyando el plan de autonomía marroquí, rompiendo con la posición histórica de España a favor del derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. En los campamentos, el gesto fue vivido como una traición. Dira Bulahi, gobernadora de Auserd, lo resume con firmeza: “Somos un puente a África y un amigo fiel”, y advierte: “Sánchez repite los errores de Felipe González y Zapatero. Pero aún confiamos en que la sociedad española reaccione.”
Desde marzo de 2024, el Congreso tramita una ley para otorgar la nacionalidad española a saharauis nacidos antes de 1976, como si la responsabilidad colonial española hubiera terminado entonces.
Pero el Derecho Internacional es claro: España sigue siendo la potencia administradora del Sáhara Occidental.
La iniciativa, sin respaldo del PSOE ni de VOX, ha dividido posiciones. Para Dih Nousa, parlamentario saharaui, “los saharauis siempre quieren volver”. En cambio, el fiscal Felipe Briones advierte: “No se puede abrir esa vía hasta que se materialice la autodeterminación, como establece el Derecho Internacional. Entonces es cuando habría una relación histórica. Esta propuesta podría, además, vaciar los campamentos y debilitar la causa saharaui. ¿Qué pasará con esas personas si se van?”
Pero no todo son sombras. En octubre de 2024, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea anuló los acuerdos de pesca y agricultura entre la UE y Marruecos por incluir al Sáhara sin consentimiento de su pueblo.
Para el Frente Polisario, fue una victoria jurídica decisiva. En palabras de Briones: “El fallo consolida que los recursos del Sáhara pertenecen a su pueblo, y solo el pueblo saharaui —a través del Polisario— pueden autorizar su explotación.”
El giro diplomático de Sánchez como la propuesta de nacionalidad parecen responder a un objetivo común: desactivar lentamente la lucha saharaui, debilitándola desde dentro, tanto en lo demográfico como en lo simbólico.
Los muertos que esperan el regreso
Los muertos esperan el regreso. En rincones del desierto argelino, tumbas humildes se alzan como centinelas de piedra: son saharauis que dieron la vida en el exilio. Pero aquí la muerte se convierte en promesa: “Un día volveremos, y ellos también volverán”, repiten como un juramento grabado en la arena.

Cementerio en Smara / Vicente Martín Hernán / Alfonso Pérez Caneiro
Cuando la libertad reine en el Sáhara, sus cuerpos peregrinarán a su hogar, pues ningún hueso saharaui quedará fuera de su tierra.
Tras recorrer jaimas, escuelas, instituciones, dispensarios... surge una verdad inquebrantable: el exilio no ha vencido al pueblo saharaui.
Cincuenta años después de la Marcha Verde, la esperanza arde con la fuerza de un fuego eterno, nutriéndose de una memoria colectiva y una voluntad forjada en el silencio de la arena ardiente: la voluntad de volver, de reconstruir y de honrar a quienes siguen allí, bajo las estrellas de su desierto, aguardando el día de su retorno.

Sidi, perdió las piernas por un atropello intencionado de un camión marroquí / Vicente Martín Hernán y Alfonso Pérez Caneiro
Caminar sin tierra
Sidi: Memoria, dignidad y lucha en el exilio saharaui
Sidi nació en Smara en 1973, cuando aún había esperanza en el Sáhara. Pero a los seis años, un camión militar marroquí lo atropelló intencionadamente. Perdió las piernas y la infancia de un solo golpe.
Aun así, el cuerpo herido no detuvo su alma. En 1993, cruzó Marruecos —Agadir, Marrakech, Fez — hasta alcanzar la frontera argelina. Desde allí atravesó el desierto hacia Tinduf, persiguiendo una patria que solo sobrevivía en la memoria.
“No puedo digerir que España nos haya vendido a Marruecos. ¿Qué hicimos para merecerlo?”, dice, aún herido por aquella traición, y también por la más reciente: la carta de Pedro Sánchez.
Entre lágrimas, recuerda cuando en 1994 viajó a Italia, buscando ayuda. Allí le dijeron que no tendría piernas nuevas, pero que sí podía respirar el aire que no lograba respirar en los campamentos. Su verdadera cura, sin embargo, no estaba en Europa, sino en volver a su pueblo, aunque fuera al exilio.
De regreso, la vida le tendió un regalo imposible. En un autobús detenido en un control, un hombre que sube a inspeccionar. Era su padre, a quien no veía desde niño. No fue Sidi quien lo reconoció, fue su padre quien lo identificó al ver la ausencia de sus piernas, esa señal silenciosa que el tiempo no había podido borrar. En ese gesto, sin palabras, volvieron a encontrarse.
Hoy vive en Rabuni, cuida de su padre, ahora ciego, y cría a sus seis hijos. Su madre murió hace dos años, llevándose consigo una parte de esa resiliencia eterna que define a su pueblo.
Sidi cree que sin el apoyo de la sociedad española, el Sáhara está condenado al polvo. Y que “sin unidad en el Frente Polisario, será difícil resistir”.
Le preocupan los jóvenes: “Si no hay solución, serán más radicales que nosotros” “El crecimiento demográfico es también un desafío: tenemos que ser más”
Sidi sigue caminando. No necesita piernas: le basta con la memoria para sostenerse y la esperanza para avanzar.
(Eternamente agradecido a la generosidad de Ángela Carrillo, a su maravillosa familia saharaui y a la sabiduría de Felipe Briones).
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