Oona O'Neill, un largo viaje hacia la noche
Se cumplen cien años del nacimiento de la última esposa de Charles Chaplin

La actriz Oona O'Neil. / FDV
Durante muchos años Oona O’Neill fue una de las mujeres más deseadas por la alta sociedad y más acosadas por los medios de comunicación de todo el mundo. Las especulaciones sobre su vida forjaron a su alrededor un aura, entre la leyenda y la mitología, que convirtió su figura en una fabulosa e inalcanzable quimera. Era hija del dramaturgo Eugene O’Neill, Premio Nobel de Literatura en 1936 y cuatro veces Pulitzer, y fue durante 34 años, hasta la muerte del cómico, la esposa de Charles Chaplin. La editorial Circe acaba de publicar un libro sobre la vida de Oona O’Neill, de quien el 14 de mayo se celebra el centenario de su nacimiento.
Antes de cumplir 18 años, Oona O’Neill ya era una mujer guapa, elegante, inteligente y culta, admirada por muchos de sus contemporáneos. Fue durante un tiempo novia del escritor J.D. Salinger, que se enteró de su matrimonio cuando estaba en el frente durante la Segunda Guerra Mundial. Despechado, Salinger escribió contra ella una feroz diatriba en forma de carta abierta. Otros de sus novios habían sido el dibujante del «New Yorker» Peter Arno y el director de cine Orson Welles, que una vez le dijo (en broma) que terminaría casándose con Chaplin.
Cuando en mayo de 1943 se anunció el compromiso entre Charles Chaplin y Oona O’Neill, los comentarios acusaban una maliciosa tendencia hacia un supuesto oportunismo de la hija del escritor de teatro más reconocido internacionalmente, autor de obras como «Deseo bajo los olmos» y «Largo viaje hacia la noche». La calificaban de cazafortunas, le atribuían el interesado y ambicioso objetivo de disfrutar de una vida regalada gracias a la riqueza del cómico. Ella tenía 18 años; Charlot era 36 años mayor y Oona era la cuarta de sus esposas después de Mildred Harris, Lita Grey y Paulette Godard, con quienes Chaplin vivió relaciones conflictivas. Se casaron en el domicilio de un juez de Carpinteria, en California, el mismo día que Oona cumplía 18 años. En realidad Oona no quería el dinero de Chaplin. Los motivos iban por otros caminos. En realidad Oona y Charlie se salvaron mutuamente.
Eugene O’Neill abandonó a su hija cuando tenía dos años, al mismo tiempo que a su mujer, la escritora Agnes Boulton, una madre soltera y alcohólica con quien había tenido otros dos hijos. O’Neill se casó con la actriz Carlotta Monterey, que reforzó las barreras entre el escritor y su anterior familia. Desde entonces los contactos de Oona con su padre fueron muy esporádicos. O’Neill mantuvo siempre un distanciamiento con ella y con sus hermanos; sus relaciones eran siempre por carta y pasaban años entre una visita y la siguiente. La animadversión que sentía hacia Agnes la trasladó a sus hijos, a quienes llegó a ignorar por completo. Incluso desdeñó a Eugene, de un matrimonio anterior, que llegó a ser una importante autoridad intelectual del mundo universitario (se suicidó en 1950, rechazado también por su padre, entregado a la bebida y divorciado de su tercera mujer). A Oona no le permitió ser actriz ni actuar como una persona independiente, y cuando se casó con Chaplin decidió desheredarla y no volver a verla nunca más. Pese a todo, Oona intentó hasta la muerte de su padre una reconciliación que nunca se produjo.
Un romance auténtico
Quienes atribuían a Oona objetivos espurios se equivocaban. El amor entre Charles Chaplin y Oona O’Neill, según la opinión unánime de quienes los conocieron y los trataron, fue un romance auténtico, una verdadera pasión amorosa. A Chaplin, Oona lo salvó de una vida complicada y animó siempre su dedicación a la creatividad. Para Oona el matrimonio fue una fuente de felicidad sin paliativos, que le hizo sobrevivir a los desplantes de su padre y al alcoholismo de Agnes. Después de dar a luz a Geraldine el matrimonio tuvo siete hijos más, de los que siempre se ocupó con auténtica devoción, para no repetir en ellos la experiencia que había tenido con sus progenitores. Acompañó a Chaplin durante el resto de su vida, se instaló en Hollywood en una casa que se convirtió en cenáculo de intelectuales y artistas fascinados por la personalidad y la belleza de Oona, se mudó con él a Londres y a Suiza cuando la caza de brujas del senador McCarthy lo condenó al ostracismo, se encargó de todas las gestiones para cerrar su casa y sus negocios en los Estados Unidos, se nacionalizó británica por solidaridad con él y lo ayudó en todos sus proyectos, compartiendo sus éxitos y sus fracasos y siendo una animosa testigo de su ocaso creativo. Y viajó con él a Estados Unidos cuando en 1972 Hollywood lo galardonó con un Oscar honorífico y celebró uno de los homenajes más multitudinarios que se recuerdan en el mundo del cine, en el que Charlot se encontró con un anciano Jackie Coogan, el niño de su película «El chico». Lloraron abrazados.
Cuando comenzó a resentirse la salud de Chaplin, Oona estuvo a su lado y lo atendió con absoluta dedicación hasta aquel día de Navidad de 1977, cuando a primera hora de la mañana la muerte sorprendió al cómico más famoso del mundo mientras dormía.
Los años posteriores a la muerte de Chaplin fueron tormentosos para Oona O’Neill. Ya antes había comenzado a beber, pese a los reproches de sus hijos, pero al faltar el soporte de su marido se hundió en un alcoholismo destructivo con el que trataba de superar la soledad, la pena y el dolor de la pérdida. Su comportamiento también se vio alterado por estas circunstancias, con erráticos romances con Michael Jackson, Ryan O’Neal, David Bowie y el guionista Walter Bernstein. El siquiatra Christ L. Zois, en quien buscó refugio para un tratamiento contra el alcoholismo, la hundió aún más cuando descubrió que el médico quería aprovecharse de ella para enriquecerse.
Su inquietud e inestabilidad le hacían viajar constantemente entre América y Europa, buscando un equilibrio que ya nunca alcanzaría. Una desesperación absoluta se adueñó de su mundo, distorsionado por el alcohol, hasta que un cáncer terminó con su vida el 27 de septiembre de 1991. Sobre su tumba se vertió media tonelada de cemento para evitar que fuera profanada, como ocurriera con la de Chaplin dos meses después de su entierro, cuando dos ladrones se llevaron el ataúd y pidieron un rescate millonario por el cadáver, que apareció en un maizal a veinticinco kilómetros del cementerio. Un episodio que también contribuyó a precipitar el largo viaje de Oona hacia la noche.
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