Antonio Allende Felgueroso | Jesuita, rector de la Universidad Pontificia de Comillas (ICADE-ICAI)
«Queremos un alumno que haga impacto y sea transformador»
«Si se lee bien el magisterio de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II, todos los papas han hablado de lo mismo que Francisco, pero él lo hizo con lenguaje menos teológico y con gestos, y eso impresiona»

El jesuita Antonio Allende, rector de la Universidad Pontificia de Comillas / FDV
Ignacio Peláez
Desde que hace unos meses tomó las riendas de la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid (ICADE-ICAI) el jesuita Antonio Allende Felgueroso (Gijón, 1959), siempre vinculado a los proyectos educativos de la Compañía, no ha parado.
–¿Cuáles son los retos de una institución con 120 años?
–Hay una cuestión de la transferencia de conocimiento. La Universidad tiene que seguir trabajando y profundizando en que el conocimiento que se genera en la investigación llegue a la sociedad. ¿Por qué la Compañía de Jesús tiene universidades? Para tener un impacto y transformar la sociedad. Nuestra manera de tener esa transformación es por la investigación y la transferencia. Por otra parte, queremos un alumno que haga impacto y sea transformador. Tenemos el reto de la internacionalización, que no solo consiste en que nuestros alumnos vayan fuera, que para eso esta Universidad es muy buena en eso, sino ser capaces de atraer alumnos, por supuesto, pero sobre todo de atraer talento de profesorado, de investigadores. Luego tienes que seguir formándote personalmente y en tu campo de conocimiento. Seguro que hay muchos más retos, pero pongo esos tres.
«Una persona excelente es una persona consciente, competente y comprometida con la compasión»
–Vamos, seguir la línea de lo que decía San Ignacio. Alcanzar la excelencia y compartirla.
–Sí. Esta es la idea. Gracias a Dios a los jesuitas se nos ocurren bastantes lemas. Somos buenos en el lenguaje (risas). Hay para mí uno que es especialmente querido que son las cuatro ces. ¿Qué es ser una persona excelente? Una persona que ha alcanzado su máximo potencial. Uno es excelente porque es mejor que sí mismo, mejor de lo que era antes. ¿Cómo lo medimos? Con esas cuatro ces que manejamos desde hace tiempo. Una persona excelente es una persona consciente, es decir, se da cuenta del mundo en el que vive, un mundo muy bueno para muchas cosas, pero para otras es un mundo roto. Segundo, ser competente. Tú tienes las herramientas para vivir y para responder a este mundo roto. Y las otras dos van unidas, que es comprometido en la compasión, es decir, que seas capaz de comprometerte en la mejora del mundo y en el alivio de las situaciones y de las personas.
–¿La misión goza de buena salud?
–La Compañía se repliega comunitariamente, pero sigue desplegándose misionalmente. Lejos de disminuir, ha crecido el número de instituciones. Hemos creado una Universidad nueva en Andalucía, se han reforzado grandemente las de aquí, hemos logrado mantener el mismo número de colegios… La Compañía mantiene su despliegue misional en buena medida gracias a hombres y mujeres, no jesuitas, laicos, que asocian su vida a la misión de la Compañía. Goza de buena salud. Tenemos 200 universidades y más de 2.500 colegios en el mundo. Colegios muy vivos, porque están en continua erupción y buscando conocimiento y mejora, o sea que no es una institución acomodada en ese sentido.
«Falta lo que nosotros llamamos la dimensión vocacional en la vida»
–Pese a tantos centros apenas salen vocaciones. ¿Ya no se intenta captar?
–Nuestro análisis es que, en general, faltan vocaciones a cualquier cosa. Falta lo que llamamos nosotros la dimensión vocacional en la vida. No es lo mismo estar casado que ser jesuita, ser célibe que ser religioso o religiosa de clausura. Y esto es lo que produce que hay menos vocaciones. Es posible que los valores de la sociedad no coincidan exactamente con los que la Iglesia y en concreto la Compañía predica como buenos: la pobreza, la castidad y la obediencia tienen su dificultad. No más que la vida matrimonial, tampoco menos.
–¿Hay que potenciar el papel de la mujer en la Compañía y en la Iglesia?
–Hay una congregación general que hizo un documento sobre la mujer y la Compañía de Jesús. Hay que reconocer la contribución que las mujeres hacen en nuestras instituciones. No hay techo de cristal para las mujeres en las obras de la Compañía. No hay ningún puesto, salvo el de provincial que debe ser un jesuita, para el que esté excluida la mujer. Si examinas los órganos de gestión de esta Universidad y de cualquier otra prácticamente la mitad son mujeres.
–¿Se habla poco de la persecución de los cristianos en el mundo?
–Es un dato incontestable. En algunos sitios hay factores históricos y culturales, pero en otros no. En otros sitios sencillamente se trata de un desprecio y de una persecución real de los cristianos. A los que vivimos en países culturalmente católicos o de tradición católica, nos cuesta más verlo, pero tengo compañeros que la han vivido. Pensamos muchas veces en países menos occidentales, pero persecución tenemos en Nicaragua, donde nos han expropiado una Universidad y han expulsado a la Compañía y a otros religiosos.
–¿Por qué hay esa persecución?
–Porque la Iglesia es de las instituciones, no digo la única, que mantienen siempre cierta capacidad de crítica al Gobierno y a los abusos de otros modos de entender el mundo que pasan un poco por encima de las personas.
–Ese análisis choca con la imagen extendida de que la Iglesia siempre está con el poder.
–Tendemos a juzgar las cosas desde nuestra propia historia. La Iglesia, sobre todo en Europa, era la institución medieval más poderosa, incluso era la única institución supranacional que había en Europa y en el mundo. Tenía una preponderancia sobre otras instituciones. ¿La Iglesia hoy está más pegada al poder? Yo preguntaría que dónde. El Papa es un hombre libre para no tener que preocuparse de si habla a favor o en contra de determinados líderes o determinados regímenes.
–Continúe.
–En Europa y en concreto en España, la Iglesia desde la Transición mantiene una postura que es la que tiene que tener. Una cosa es el poder político y otra la Iglesia, que se ocupa de otras cosas. Pero no diría que en este momento la percepción de las personas sea que la Iglesia se alía con el poder. Otra cosa es que en una sociedad culturalmente católica muchos actos oficiales cuenten con la liturgia católica. Pero eso no significa que estés pegado o que te quite libertad para criticar según y qué.
–¿Hay algo de lo que no se haga trinchera?
–De todo, de todo. Hoy eres de un equipo o de otro, eres de un partido y ya no puedes reconocer que el otro tenga nada bueno. Hemos llegado a un absurdo. Hay una polarización real de la sociedad, se tensiona a la gente y estamos estresados con «es lo que tengo que decir para estar alineado con los míos y en contra de los otros».
–¿La Iglesia contribuye a destensar?
–Lo que hace la Iglesia es no entrar en estas polémicas. Hay que huir de polarizar. Segundo, todas aquellas iniciativas que sean del bien común, la Iglesia debe ir de la mano, incluso con gente que no crea. Ya ocurre con muchos voluntarios que están trabajando en muchas organizaciones. El tercer aspecto es la reconciliación. Hay un déficit de buscar la razón que tiene el otro y entender por qué dice lo que dice, por qué sufre y por qué esto no es legítimo, lo que no es legítimo es romper la comunión. Vamos a poner el diálogo y la razón, no los insultos ni los eslóganes.
–Uno de los mensajes más claros del Vaticano, durante la etapa del papa Francisco, ha sido contra los abusos sexuales. Le leí que no eran conscientes de la dimensión. ¿Qué pensaban que ocurría cuando movían a los religiosos para taparlo?
–No éramos conscientes del daño que se le estaba haciendo a las víctimas. Es un tema delicado. No se pensó, por lo que sea, en el daño que quedaba en las personas. Pero los jesuitas, y muchas otras órdenes, en general, respondieron con diligencia.
–La Compañía ha sido pionera en la creación de grupos de escucha y en el intento de reparación a las víctimas. ¿Cómo está evolucionando?
–Se lleva con mucha discreción. Cuando nos acusan de falta de transparencia es injusto, porque la Compañía da la información que puede dar respetando el anonimato de las víctimas. Hasta donde sé, en general, la gente se siente bien tratada, escuchada.
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