Un fascinante descubrimiento
El Museo Reina Sofía expone en Madrid la primera gran retrospectiva en Europa de la artista libanesa Huguette Caland

«La Grande Bleu», 2012 /
El eurocentrismo que casi monopoliza el arte contemporáneo no deja que lleguen al espectador auténticas joyas; un desconocimiento cuyas barreras sólo a veces se consiguen superar gracias al trabajo de galerías y de museos que las rescatan del anonimato. Es el caso de la artista libanesa Huguette Caland (1931-2019), que desarrolló su trabajo en su país, en los Estados Unidos y en Francia, y cuya obra deslumbrante llega ahora al museo Reina Sofía de Madrid en una gran exposición de más de 300 obras, algunas nunca antes expuestas al público, que abarca todas las etapas de su producción. Otras 33, de su primera y de su última época, no han podido viajar a Madrid a causa de la invasión del Líbano por Israel, que ponía en peligro su traslado, entre ellas “Una vida en pocas líneas”, que da nombre a la exposición. El museo confía que se puedan traer antes de que se clausure la muestra.
Huguette Caland era la hija única del que fuera primer presidente de la República Libanesa Independiente, Bechara El Khoury. Su marido militó en la oposición favorable al mandato francés en el país y ella fundó en 1969 una ONG para ayudar a las mujeres palestinas de los campos de refugiados. Es fácil suponer las dificultades que tuvo que superar una mujer en un Líbano misógino y represivo teniendo en cuenta además que su obra supuso un constante desafío a las convenciones estéticas, sociales y sexuales de su país de origen, su actitud transgresora y su vocación cosmopolita. Mantuvo desde siempre su apuesta por la libertad y la liberación sexual contra las convenciones que impedían el desarrollo de la mujer.
Comenzó su actividad en Líbano y se trasladó primero a Francia y más tarde a Los Ángeles, para regresar a su país al final de su vida. Esta exposición se ha organizado de forma cronológica en 12 salas que muestran progresivamente las diferentes fases de su producción artística, sus recursos y sus estrategias plásticas con principio y final en Beirut, pasando por los lugares en los que desarrolló su obra durante los años posteriores a la independencia, el París de los años setenta y ochenta y el ambiente bohemio de Venice Beach en Los Ángeles en los años noventa y los primeros del siglo XXI. Aquí se pueden ver pinturas, dibujos, esculturas, collages, diseños y hasta vestidos.
En sus primeros años sólo practicaba el dibujo, pero la muerte de su padre en 1964 le inspiró su primer cuadro “Sol Rojo/Cancer”, sobre la enfermedad de su progenitor. Huguette Caland estudió en la Universidad Americana de Beirut donde John Carswell la instruyó en el arte de la línea continua, que consiste en dibujar sin levantar el lápiz, una técnica que va a emplear en muchos de sus dibujos, en los que explora las partes del cuerpo sugiriendo encuentros íntimos como en “Acróbata Mustafá”.
“Autorretrato con bata” es uno de los muchos que se hizo a lo largo de su carrera en una época en la que también pintaba criaturas fantásticas y paisajes urbanos, terrestres y marinos que evocan la claustrofobia del entorno en el que vivía. Aquí ya aparece su interés por representar el cuerpo humano por partes, como en “Sácame el dedo”, pintado al poco de abandonar el Líbano en 1970.

«Sácame el dedo», 1971 / Huguette Caland
En París, donde decidió vestirse con un caftán, una prenda por la que todo el mundo la identificaba, continuó con la representación del cuerpo humano por partes con la serie “Retazos de cuerpo”, pintada con colores brillantes, con los que intentaba conseguir una representación ambigua y sugerente de los géneros. Senos, nalgas, labios vaginales, muslos que sugieren un paisaje erótico de suaves líneas atenuadas. Posteriormente estos retazos adoptaron escalas minimalistas de tamaño postal con ojos y bocas deformadas y con orificios inventados. En “Guerra incivil”, inspirada por la guerra del Líbano, las partes del cuerpo pasan de ser presagios de placer a miembros amputados y rostros agonizantes. En la década de los años 80 continuó con sus representaciones del cuerpo, ahora las menos visibles, que adoptan formas escultóricas, influidas por la obra de su amante, el escultor Georges Apostu, como en “Funámbulo”. Con Apostu se retiró a un pequeño pueblo francés donde pintó paisajes que combinaba con retazos de cuerpos. En 1987, tras la muerte de Apostu se trasladó a Los Ángeles.
En los años noventa realizó autorretratos en collages y la que se considera su obra maestra, “Cartas desnudas”, donde mezcla escritura y pintura. En Los Ángeles compuso “El dinero no compra la felicidad, pero contribuye en gran medida a ella”, una serie de cuadros creados día a día con monedas de distintos países del mundo, con los que critica la monetarización del mercado del arte.
Con el nuevo milenio pinta la serie “Cartas silenciosas”, en la que utiliza páginas de cartas reales escritas a mano donde las líneas se multiplican y semejan páginas de libros. En esta etapa de su vida en su obra se enfrenta al deterioro físico de la edad, como en la serie “Cityscapes”, en la que las ciudades representan la atmósfera de Venice Beach y al mismo tiempo el urbanismo caótico de Beirut.
En la sala que cierra la exposición se recoge la obra realizada a partir de su regreso definitivo a Beirut en 2013. Nuevamente los achaques de la edad y la aparición de las enfermedades. Aquí las simultanea con la figura de Rocinante, el “corcel demacrado” del Quijote, en cuyo entorno crea una serie de obras humorísticas en la que hay también insectos fantásticos y caricaturas. Sus últimas obras son telas de gran formato, como murales o tapices y a veces colchas, con las que manifiesta que cuanto más se aproxima la muerte, más se rememora la juventud.
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