Supervivientes de la fase más dura de la pandemia
Jorge Parada, Chis Oliveira, José Antonio Fernández Bouzas y Salvador Fraga fueron de los primeros pacientes ingresados por Covid en Vigo. Cinco años después relatan cómo el virus sobre el que había un gran desconocimiento estuvo a punto de segar sus vidas y cambió su óptica

De izda. a dcha.: el arquitecto Salvador Fraga; José Antonio Fernández, director del Parque Illas Atlánticas; la catedrática de Filosofía Chis Oliveira; y el marino y ex Gobernador Civil Jorge Parada. / Marta G. Brea/Alba Villar
Fueron de los primeros pacientes que ingresaron por Covid 19 en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, a escasos días de que el Gobierno decretara el confinamiento de la población y el estado de alarma sanitaria que se prolongó desde el 14 de marzo al 21 de junio de 2020. Eran días en que la pandemia paralizó el mundo, asistíamos alarmados a la vertiginosa expansión de una enfermedad de la que había un gran desconocimiento y contábamos las vidas que el virus se iba cobrando. Jorge Parada, Chis Oliveira, José Antonio Fernández Bouzas y Salvador Fraga son cuatro supervivientes del coronavirus, cuatro personas que en aquellos días registrábamos como cifras de afectados. Cinco años después nos relatan cómo lo vivieron y qué ha supuesto la experiencia en sus vidas.
Jorge Parada

Jorge Parada (35 días en la UCI, dos meses ingresado), en su casa de Gondomar. / Alba Villar
«Nos enteramos del confinamiento cuando estábamos de viaje por Cataluña, volvimos a nuestra casa y empecé a encontrarme mal, muy congestionado y con fiebre», relata el exgobernador civil de la provincia de Pontevedra, Jorge Parada. Su mujer llamó al número de teléfono que había facilitado la Xunta y le recomendaron que tomara paracetamol y no saliera de casa, pero dos días después los síntomas de su marido empeoraron, así que lo llevó a urgencias de su centro de salud, donde la médica que lo atendió lo remitió al Cunqueiro porque sospechaba que tenía neumonía. «Me ingresaron en la UCI esa misma noche, del 24 al 25 de marzo, porque ya estaba azul, estaba muriéndome. Estuve allí 35 días y luego veinte más en planta», resume.
Lo siguiente que recuerda con nitidez es la voz de su médica en la UCI, Angelina Gómez, que le dice: «Jorge, estuviste muy malito, parece que estás mejorando». Empezaba a despertar del coma que le habían inducido, estaba intubado y con una traqueotomía. La doctora le contó que en ese periodo que estuvo sin consciencia atravesó dos episodios muy críticos en los que pensaban que se les iba y que habían probado con el «de todo» tipo de medicaciones que los médicos acordaban en los contactos que mantenían entre hospitales.
De todo el tiempo que estuvo en coma -y de los breves periodos en que estuvo semiconsciente- guarda recuerdos incoherentes. «Me monté una historia tremenda, había una enfermera, Mariluz, que me decía que estaba en la UCI, yo le decía que sí pero realmente yo estaba en un buque hospital propiedad de un multimillonario portugués que se dedicaba a la investigación genética y del que nunca vi su cara, solo veía las piernas cruzadas porque estaba sentado en una silla detrás de una columna. Yo estaba allí porque me había tocado un premio junto a cuatro amigos», narra Parada. Su aventura durante el delirio incluyó paseos en camilla por la selva, peripecias con la guerrilla, hospitales comunicados por subterráneos, ambulancias extrañas que se mezclaban con tiovivos y norias, un acompañante chino llamado Xanjan, y hasta un episodio en que dos médicas estaban haciendo su certificado de defunción, ante lo que él pidió ayuda a un compañero de colegio que actualmente es neumólogo y al que sus colegas doctoras convencieron de proseguir con el funesto proceso que documentaba el fallecimiento . «Recurro a las alucinaciones graciosas, pero también las hubo angustiosas: vi cómo se ahorcaban mi sobrino y mi cuñada, que afortunadamente están ahí», comenta.
En cuanto volvió a la realidad, pidió atención psiquiátrica. «Vino una psicóloga a hablar conmigo y lo único que hice fue llorarle como un condenado, no sé por qué», dice. Ya en planta y tras un último contratiempo en la unidad de críticos por una derrame en la espalda que requirió transfusión de sangre, Parada comenzó a recibir rehabilitación. «El primer día que viene el fisio, me sienta en la cama y cuando me coge para levantarme, las piernas hacen como un flan: no sabía andar, no tenía fuerzas».
Los veinte días en la habitación del hospital, aislado, sin más visita que las del personal sanitario «vestidos como astronautas» resultaban cada vez más tediosos a medida que se iba encontrando mejor. «Nunca en mi vida vi tanto La2 de TVE , en las otras solo hablaban del covid y yo no estaba para eso». También consiguió que su mujer le hiciera llegar un libro, que, aunque no le gustaba mucho, leyó con todo el interés.
Dos meses después de su ingreso llega el día del alta. «Me llevaron en ambulancia sentado y al salir del hospital me encuentro en el aparcamiento de ambulancias tres coches fúnebres. No es una queja, el personal sanitario forma parte de mi santoral», comenta. Durante el trayecto a casa el color verde de la naturaleza hace que llore de emoción, aunque también ve carretera y percibe soledad. «Llegué a casa, salí por mi propio pie, abracé tímidamente a mi mujer y saludé a los vecinos que habían salido a las puertas de sus casas (cumplían las normas de distancia)».
Un año después acude a una revisión con la neumóloga y le descubren que lo que desde niño, y hasta las pruebas que se realizó ocho mentes antes del covid, era un leve soplo al corazón había derivado en una estenosis aórtica severa, por lo que tienen que someterle a una operación a corazón abierto. «No saben si es una secuela del covid», dice. Lo que sí son secuelas son los bajones emocionales que le dan de vez en cuando, cierta rigidez en los pies y algo de pérdida de olfato.
«Ahora celebro dos cumpleaños, el 25 de marzo y el 25 de mayo, cada vez que cojo un resfriado me acojono, hago media hora de elíptica tres veces a la semana, voy al psiquiatra una vez año (sobre todo para charlas porque ya nos hemos hecho amigos) y cuando voy a vacunarme del covid y de la gripe pido si hay una tercera vacuna», dice. La experiencia le ha cambiado la manera de ver la vida: «La veo como efímera e incomprensible, dejo de pedirme explicaciones que me hacía a veces y veo todo como un devenir en el que uno tiene menos que pintar», manifiesta.
Chis Oliveira

La catedrática de Filosofía y escritora Chis Oliveira pasó un mes ingresada, nueve días en coma en la UCI. / FDV
Al segundo día del confinamiento, Chis Oliveira, catedrática de filosofía y escritora, comenzó a experimentar síntomas compatibles con el Covid que trató de mitigar, por recomendación médica, con paracetamol, hasta que sufrió un desvanecimiento y la trasladaron en ambulancia al Cunqueiro. «Visto agora coa perspectiva do tempo é flipante todo o que me pasou antes de chegar á habitación do hospital porque reflexa a situación de precariedade e incertidume que vivíamos», comenta. Y es que durante el trayecto entre su domicilio y el hospital, en una ambulancia en la que iba solo acompañada por la conductora, vomitó manchando la mascarilla, por lo que pidió otra a la sanitaria, quien se disculpó explicándole que solo tenían una por paciente. Ya en el hospital, recuerda esperar a que el personal médico se vistiera para atenderla. «Estaba nun cuarto coa ventá aberta e co camisón que che poñen, estaba mareada e destemperada, tiña tanto frío que chamaba para que me abrigaran pero non viña ninguén, así que púxenme de pé enriba da camilla e pechei a ventá, logo puxen toda a roupa que me sacaran e tamén a bolsa de plástico onde a meteran».
Cuando llegan a atenderla dos sanitarias siente su nerviosismo. «Querían tomarme unha mostra de sangue pero non eran quen de dar coa vea porque non vían nada con toda o aparataxe que tiñan enriba: gafas de mergullo e plásticos, uns por riba dos outros» . La trasladan a una habitación donde sufre un colapso y lo siguiente que recuerda es despertarse en la UCI nueve días después tras un coma inducido. «Non sei canto tempo tardei en ter consciencia plena de min e do meu corpo, non sei se foron días ou horas pero si que foi un proceso no que mesturaba o delirio alucinóxeno coa realidade: eu pensaba que polas noites na UCI abrían unha especie de bar de copas moi agradábel, onde baixaban a luz e puñan música moi boa, os que atendían o local eran os sanitarios de garda, que eu vía polos cristais». El box de la unidad de críticos de al lado era para ella una sala de juegos donde el personal probaba prototipos y realizaba una especie de danza, cuando en realidad lo que hacían era manejar y mover, por parejas, a un paciente. «Foi unha boa viaxe, non recordo nin angustia, nin medo, nin sufrimento, cando ao meu redor todo o mundo estaba angustiado».

Medidas coronavirus en Vilagarcía: desinfectan el ambulatorio de San Roque tras detectar un brote de Covid-19 / IÑAKI ABELLA
Ya en la habitación la ponen con una señora octogenaria madrileña que había venido a Vigo a la boda de su hija, que no se pudo celebrar, y contrajo el Covid en el avión. «Fixémonos moi amigas, aínda temos relación, con ela e cos seus fillos, cos que contactei por Facebook estando no hospital e lle ía dicindo como estaba a súa nai (ela non quería falar, ao principio estaba enfurruñada e triste). Foi unha relación moi enriquecedora, as enfermeiras pensaban que eramos nai e filla».
Durante esos días ingresada (en total estuvo un mes en el Cunqueiro), Chis Oliveira tuvo que volver a aprender a andar y a escribir - «non era quen de coller un boli», dice–. «Un dos días máis felices da miña vida foi cando una auxiliar me axudou a lavar o pelo, porque levaba quince días sen lavalo. Non llo permitían porque había perigo de contaxio polo vapor, pero ela veu un día ben parapetada e axudoume». Tiempo después, esa auxiliar fue a una de sus conferencias y se le presentó. «Non coñecía a súa cara porque sempre estaba co traxe de seguridade, menudo abrazo lle din!».
Un año después de la pandemia, acudió a su revisión, de la que salió perfecta, y cuando se disponía a celebrarlo en familia con una mariscada sufrió un derrame cerebral que la obligó a estar un mes en la UCI, esta vez consciente de todo. Cinco años después, se encuentra perfectamente. «Estou a tope, incorporada á vida normal, escribín un libro e agora estou con outro, dou conferencias, teño os pulmóns recuperados (a neumóloga díxome que eran de cartón cando saín do hospital, pola fibrose brutal que tiña)». Comenta que la experiencia vivida le ha valido para comprobar lo frágiles que somos, valorar el sistema público de salud, distinguir lo importante de lo prescindible y acercarse a la gente que quiere.
José F. Bouzas

José Antonio Fernández Bouzas, que pasó 23 días en la UCI. / Alba Villar
José Antonio Fernández Bouzas, director del Parque Nacional Illas Atlánticas, estaba en un curso de formación de guías que se tuvo que suspender cuando decretaron el confinamiento. El 17 de marzo por la tarde se encontró mal y se aisló en su habitación, llevándose el ordenador y los teléfonos móviles para poder trabajar desde casa. «Llamé al médico de cabecera y me medí la saturación de oxígeno con un oxímetro; me mandaron una ambulancia a casa, me hicieron las pruebas e ingresé en el Cunqueiro; al día siguiente, como no respondía bien ni respiraba correctamente, me metieron en la UCI, donde estuve 23 días en coma inducido», relata.
El día que estuvo en planta le preguntaron si se prestaba voluntario para probar una serie de medicamentos. «Soy biólogo, confío en la ciencia, tengo paciencia y soy optimista; dije que sí a todo», comenta. «Me fiaba completamente del equipo médico, así que me puse en sus manos, e hice muy bien: el trato fue exquisito, la atención maravillosa y el equipo de la UCI es fenomenal; no me enteré de nada, los que sufrían eran mi mujer y mi hijo, que estaban fuera».
Cinco años después no sufre ninguna secuela de relevancia. «Los dos primeros años me costaba caminar, ahora ya no, de vez en cuando me da un achaquito pequeño pero no me quejo», dice.
A nivel personal, haber pasado por una experiencia cercana a la muerte le ha hecho ver la vida de otra forma. «Los que lo hemos pasado, sabemos que estuvimos más cerca del otro lado que de aquí; en cambio hay mucha gente que se ha olvidado y otra se lo toma a broma», expresa. Y a nivel social, considera que la pandemia ha servido para poner en relieve la importancia de la investigación básica: «La vacuna se hizo rapidísimo gracias a los científicos que se pusieron a ello, hay que tomar nota de lo que pasó, invertir en investigación básica para no depender de terceros o cuartos países, recordar que los avances están para usarse y que el negacionismo no pinta nada». Sin embargo se muestra escéptico sobre si la respuesta a una alerta sanitaria de ese calibre sería hoy en día mejor. «La responsable de la OMS ha dicho que cometeríamos los mismos errores; luego está la dispersión de criterios, Europa no está tan unida, hay discrepancias y bulos que hacen mucho daño».
Salvador Fraga

Salvador Fraga, que estuvo ingresado por Covid una semana. / Marta G. Brea
El covid fue más benévolo con Salvador Fraga. Comenzó a tener síntomas a los dos días de comenzar el confinamiento, por lo que fue ingresado en el Cunqueiro durante una semana y posteriormente tuvo que estar aislado un mes en un cuarto de su casa.
«En la habitación del hospital solo veía el monte Cepudo desde la ventana, no sabía lo que estaba pasando fuera, no veía la tele porque la puse un momento y vi que estaban en una tertulia hablando sobre qué hacer con los cadáveres de Milán». Se iba enterando de que en el Cunqueiro estaban aislando cada vez más habitaciones y plantas porque se lo contaban los sanitarios que le atendían. «Venían a verme completamente enfundados, parta hacerme una placa me trajeron la máquina a la habitación y vino un despliegue de varias personas; mi percepción del equipo sanitario fue de una solidaridad tremenda, porque había que ser valeroso para enfrentarte a gente que no sabías qué tenía y que era muy contagiosa».
Dado que su evolución fue favorable y necesitaban camas, le proponen darle el alta y que continúe su aislamiento en su domicilio. «Ese mes largo encerrado me dio para pensar mucho; yo, como arquitecto, empecé a ver la vivienda de una forma distinta, como si fuera una máquina que de repente dejó de funcionar, como le pasó a los barrios, sin nadie paseando, y a la ciudad, sin coches. Surgieron temas para reflexionar que me siguen rondando con el paso de los años; igual que la sociedad ha modificado prácticas -ahí está el teletrabajo, que llegó y se quedó -, ha quedado la valoración de que una casa tiene que ser algo más permeable, más abierto, además del valor que se le da desde entonces a un balcón, a una terraza o a una finca».
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