Los primeros últimos de Filipinas
José Enrique Gil Delgado Crespo recupera, en su novela ...Y volcanes en el mar, el episodio de Novaliches, en el que un destacamento español comandado por su abuelo, el teniente gallego Ignacio Crespo Soto, derrotó a los independentistas en la primera batalla de la guerra

Crespo Soto, primero por la derecha, con algunos de sus compañeros oficiales. / FDV
Entre los días 18 y 19 de noviembre de 1896, un destacamento del ejército español en Filipinas, constituido por cincuenta y siete hombres del Batallón Expedicionario N.º 3 y veinte más del Tercio de la Guardia Civil, resultaron atacados por, según la prensa de la época, más de tres mil insurrectos filipinos del movimiento independentista del Katipunan armados en su mayor parte de rifles y fusiles. La defensa se sostuvo durante toda la noche y, en la mañana del día siguiente, el teniente y comandante del puesto, Ignacio Crespo Soto, recibió tres heridas graves de arma de fuego aunque, sin atender a su curación, continuó defendiendo el convento donde se alojaban hasta que, incendiado el edificio y siendo imposible la resistencia en él, decidió abandonarlo y apoderarse de la iglesia, ocupada por el enemigo, dividiendo al efecto la fuerza en dos grupos. Uno de ellos, mandado por el sargento de la Guardia Civil Venancio María de Paula, procedería a la toma de la iglesia mientras, en el otro, Coto permanecía con los heridos al frente del segundo grupo en el atrio del convento para contener al adversario.
Se produjo entonces una lucha tenaz, estableciéndose allí el destacamento hispano bajo el mando único del oficial Crespo, después de recoger a todos los muertos, los heridos y el armamento que llevaban. Durante el enfrentamiento fallecieron nueve soldados españoles, pero al cabo, el destacamento consiguió poner en fuga a los rebeldes, que sufrieron una estrepitosa derrota pese su abrumadora superioridad en número sobre los españoles. La noticia de la que es considerada la primera batalla de la guerra de la independencia de Filipinas se publicó de manera muy destacada en el Diario de Manila que, a toda plana, publicó un articulo titulado “Un puñado de héroes”.
El episodio ha sido rescatado ahora por uno de los nietos del citado teniente Crespo, José Enrique Gil Delgado Crespo, para escribir …Y volcanes en el mar, una novela en la que, sin embargo, declara que se ha tomado muy pocas licencias para la ficción, contra lo que suele ser habitualen estos casos. “Los personajes son todos reales y muchas situaciones también”, afirma contundente José Enrique, quien confiesa que la obra nació de su curiosidad por “saber” la vida de su abuelo materno: “Desde muy pequeño he tenido en mis manos documentos familiares, las cartas que se escribía con su hermano, también oficial del ejército, todo su expediente militar y el relato de mi madre, quien sentía, a la par que un inmenso cariño, una gran admiración por su padre”.

José Enrique echándole un vistazo a su libro. / FDV
Ignacio Crespo Soto es, obviamente, el protagonista principal de la novela… y de los hechos reales que en ella se reflejan. Nacido en A Coruña el 15 de abril de 1871, se graduó como oficial en la Academia Militar de Ferrol, de la que, una vez licenciado, solicitó formar parte del voluntariado español destinado a Filipinas. “Sí -asiente su nieto- mi abuelo estaba allí por voluntad propia, pero no ocurría lo mismo con la mayoría de aquellos jóvenes reclutados a la fuerza entre los más pobres, es decir, aquellos que no podían pagar la «multa» económica que les exigían por no irse a la guerra. Y es precisamente por eso por lo que esta novela, además de un homenaje a mi abuelo, también lo es a todos aquellos chicos que cayeron a cientos, a miles, en las batallas de la guerra de Filipinas».
Acontecía, efectivamente, que los muchachos seleccionados mediante sorteos podían librarse de acudir a aquellos conflictivos destinos de ultramar si pagaban una cuota de 2.000 pesetas, que les permitirían evitar los horrores de los combates que en esos días se estaban librando contra los independentistas en aquellos territorios de la España ultramarina. Pero dos mil pesetas era entonces una cantidad inalcanzable para las familias humildes de las zonas rurales de España.
Por eso, la inmensa mayoría de los jóvenes incorporados en las levas eran parcial o totalmente iletrados, y los avisos de incorporación al servicio militar en las colonias les llegaban a sus localidades de origen con pocos días e incluso, a veces, horas de antelación a la que había de ser su marcha para los territorios de ultramar. Y, en el momento de embarcar, tanto los que iban forzados como los que habían pedido incorporarse voluntarios, ignoraban lo que en aquellos días estaba sucediendo en las Islas Filipinas. Sabían que tendrían que combatir a unos grupos de insurrectos, que pretendían que aquel archipiélago se independizase de España, pero no tenían ni la más remota idea de cómo se llamaban aquellos grupos ni de los enfrentamientos que habrían de librar con ellos y que en muchos casos les podían, como así fue, conducir a la muerte.
Regreso a Filipinas
El teniente Crespo estuvo hospitalizado unos días en Manila tras los cuales regresó a España. El 2 de enero de 1897 volvía a la Península para disfrutar de un permiso de seis meses, reponerse de las heridas que le causaron en Novaliches y como recompensa por su heroico comportamiento en aquella primera batalla contra los independentistas. Tras seis meses en Madrid, volvió a solicitar ser voluntario para ir a Filipinas, a donde retornó en 1898, el año del Desastre. “Lo pusieron al mando de pequeños batallones e incluso llegó a ser prisionero de Katipunan, pero consiguió escapar. El caso es que, al poco tiempo -narra José Enrique- regresó, esta vez definitivamente a España y... ocurrió lo que ocurrió”.

Monumento a los repatriados de Cuba y Filipinas en el cementerio Vigués de Pereiró. / FDV
Y lo que ocurrió, entre otras cosas, fue que el 31 de agosto de 1903, después de un largo “juicio contradictorio”, al joven oficial Ignacio Crespo Coto le fue concedida por el rey Alfonso XIII la Cruz Laureada de San Fernando individual, por su heroico comportamiento como comandante del puesto, en el sitio de Novaliches. Se tardó seis años en reconocer, así pues, su heroicidad, pero al menos esa Cruz también era su mayor orgullo cuando, el 7 de octubre de 1938, fallecía en Madrid rodeado por los suyos.
Su féretro fue envuelto en los restos de aquella misma bandera de España enarbolada en la posición que defendió en Novaliches.
Tres gallegos entre los supervivientes de Baler

Los supervivientes del sitio de Baler, a su regreso en Barcelona. / FDV
Como suscribe José Enrique Gil Delgado Crespo, «es importante que la gente conozca bien aquel final del imperio español en el Pacífico y en el Caribe, el Desastre de 1898, cuando perdimos, además de Filipinas, Cuba y Puerto Rico que, por cierto, en vez de independizarse, cayeron en manos de los intereses norteamericanos, que los trataron como colonias. Fue a partir de esas guerras cuando los Estados Unidos se empezaron a expandir hasta convertirse en la gran potencia que hoy son». En la Historia de España, 127 años después, todavía se desconoce el número de jóvenes que fueron destinados a combatir a aquellas colonias ni, por supuesto, se estima una cifra aproximativa de quienes murieron allí. Tan solo se registran esfuerzos personales, como el del propio Delgado Crespo, o el que en su día realizó Juan José Rocha, autor de El último de Filipinas de Almeiras, un libro en el que rastreó la vida de José Martínez Souto, e intentó hacerlo (y lo sigue haciendo) con las de los otros dos gallegos supervivientes del asedio a Baller, Vicente Pedrouzo Fernández y Bernárdo Sánchez Caínzo. Los tres aparecen en las fotos de los 33 supervivientes de aquel episodio, manipulado posteriormente por el franquismo, asunto que no debe restar méritos a aquellos chavales que lucharon hasta el final por una causa que sus superiores daban de antemano por perdida.
Decía de ellos Rocha que «aunque todos figuraban teóricamentemente como voluntarios, la realidad es que lo que los hizo partir a la guerra fue la precariedad en la que vivían en sus aldeas y la posibilidad (ya que no disponían de 2.000 pesetas para librar) de ganar un dinero que les vendría muy bien, a ellos y a sus familias, aunque fuese a costa de arriesgar sus vidas”. Pero tampoco sucedió así, porque si bien es cierto que regresaron a sus respectivas aldeas condecorados, sus vidas prosiguieron como si nada hubiese pasado: sumidas en miseria en la que se vivía en la Galicia de aquella época.
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