Carlos Pérez, el tragamillas
El exatleta vigués tres veces olímpico y campeón de España en carreras de fondo y maratón en 16 ocasiones rememora, a punto de cumplir 90 años, sus principales hitos deportivos

Jose Lores
«Me sigo considerando olímpico, es como un médico: cuando se jubila sigue siendo médico». A cuatro meses de cumplir noventa años, Carlos Pérez, el corredor vigués tragamillas, como le calificaron en algún reportaje de prensa, continua al frente de la Asociación de Olímpicos Gallegos. Llega a la cafetería donde mantenemos la entrevista apoyado en su bastón y con una cartera de la que comienza a sacar fotografías, historiales deportivos y artículos de prensa. «Aquí estoy con Samaranch, estuve seis veces con él en su despacho del Comité Olímpico Internacional en Lausana, en esta foto salgo con el rey emérito y el jugador de baloncesto Moncho Monsalve en los Juegos del Mediterráneo en Túnez en 1966 (donde gané la medalla de bronce); aquí estoy otra vez con Juan Carlos comiendo en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972 (él siempre me llamaba Carlitos), en éstas fue cuando nos vimos en una celebración del día del Carmen en la Escuela Naval Militar de Marín, aquí con la reina Sofía, aquí con el rey Felipe, en este papel está la firma que me dedicó Emil Zátopek, el atleta checo al que llamaban la locomotora humana, coincidí con él en Lasarte y nos hicimos amigos, y de su mujer también, era campeona olímpica de jabalina y me hizo un dibujo en el que sale ella con la jabalina persiguiendo a su marido…»
«Tengo tanto que contar que no sé por dónde empezar» comenta el corredor tres veces olímpico, 46 veces internacional y campeón de España absoluto en 16 ocasiones, en las modalidades de cinco y diez mil metros, campo a través, maratón y Gran Fondo. «Nací en la calle Real, soy el segundo de cuatro hermanos, me bautizaron a los pies del Cristo de la Victoria, me crié con mis abuelos y mi padrino en los soportales del Berbés y me casé con una chica del Arenal en la iglesia Santiago de Vigo, como ves soy medio vigués», bromea.

Carlos Pérez en las pistas de atletismo de Balaídos. / José Lores
El atletismo no fue su primera opción deportiva. “Estaba en el Frente de Juventudes, que era lo que había en la época. Fui campeón gallego juvenil de tenis de mesa, hacía vela en el balandro de mi padrino, en el club de baloncesto Remeros del Berbés jugué de base, y también estuve en el equipo de balonmano Siete Machos”.
El azar hizo que participara en su primera carrera cuando aún no tenía 17 años. «Yo iba de delegado de un equipo de atletismo a participar en los campeonatos provinciales; uno de los chavales metió el pie en la escalinata del tren haciendo tonterías y se lo torció, cuando llegamos a Pontevedra faltaba uno para completar el equipo y me dijeron: ‘Participa tú’, me dejaron unas zapatillas y el equipaje del chaval y salí a hacer cinco kilómetros. Mi sorpresa fue que quedé de quinto en la general y de primero de debutantes, así que el seleccionador, que estaba de profesor de gimnasia en los Maristas, me dijo que fuera el lunes por el colegio. Le aparecí el miércoles (el lunes tenía unas agujetas tremendas) y ya me llevó con la selección provincial al campeonato de Palencia, iba de novato pero quedé en el puesto 25 y fui el segundo mejor gallego. A partir de ahí participé en campeonatos escolares, venían de Madrid para homologar los tiempos y en dos mil metros gano y me dicen: ’¿Sabes lo que has hecho?, el récord de España de escolares’. Un año después, en 1953, ya fui al campeonato escolar de Europa que se celebraba en Ostende (Bélgica). Recuerdo que fuimos a visitar París y vi la primera huelga de mi vida. No sabía qué era aquello”.

En la maratón de Zarautz en 1966 junto a los campeones olímpicos Abebe Bikila y Mamo Wolde / Archivo
Antes de cumplir los 23 años, edad que en aquella época marcaba el inicio de la categoría absoluta, el atleta gallego ya despuntaba. Un séptimo puesto en el Cross Internacional de Lasarte, logrado en 1955, le daba acceso directo a participar en el mundial de cross con los ‘adultos’ cuando aún no tenía los 20. «Mi entrenador, Luis Miró, me dijo que todavía era muy joven, que más valía ser cabeza de ratón que cola de león, así que decidimos no ir al mundial pero sí participar como telonero del campeonato del mundo, en la carrera de cinco kilómetros del campeonato de España de Juventudes que se celebraba el mismo día. La gané de calle y un entrenador extranjero de la selección española se fijó en mí».
Como integrante del combinado nacional, en el que estuvo desde 1955 a 1972 y fue capitán durante seis años, participó en tres olimpiadas, tres juegos del Mediterráneo, dos Juegos Iberoamericanos y un Campeonato del Mundo de Maratón. Luciendo la camiseta del club Alerta, primero, y del Celta, después fue 16 veces campeón de España en las modalidades de cinco y diez mil metros, campo a través, maratón y Gran Fondo.

Ambiente en la Carrera del Pavo en Vigo en los años sesenta / Archivo
Su primera experiencia olímpica fue en Roma en 1960, donde disputó la final directa de 10.000 metros. «Éramos unos novatos, participamos unos 50 y pico y quedé de número 22», comenta. A la cita olímpica de Tokio no pudo acudir por una lesión, pero sí fue a México en 1968, participando en la modalidad de maratón, en la que se había iniciado cuatro años antes con Alfonso Ortega de entrenador. «Tuve que abandonar porque se me quemaron los pies. Hacía mucho calor, las previsiones indicaban que haría entre 20 y 22 grados pero al final estuvimos a 33. Iba en el pelotón de cabeza, pero tenía los calcetines ensangrentados y me tuve que retirar pasados los 30 kilómetros. A las zapatillas se les quedó el asfalto pegado».
Al campeón olímpico de maratón en México, el etíope Mamo Wolde, ya le había ganado el corredor gallego en la Maratón Internacional de Zarautz en dos ocasiones: la primera fue en 1996, año en que el vigués quedó de segundo tras el bicampeón olímpico en Roma 1960 y Tokio 1964 Abebe Bikila. «En 1967 vuelvo a ir a Zarautz y quedó otra vez de segundo, ganándole esta vez a Bikila pero perdiendo contra Wolde. Y en 1968 les ganó a los dos, pero no me doy cuenta de que el que yo pensaba que era una liebre y dejé ir era un tercer etíope que me ganó».

Aupado por Juan Carlos de Borbón y Moncho Monsalve en los Juegos del Mediterráneo en Túnez en 1966 / Archivo
El pasaporte para disputar sus terceras olimpiadas en Munich en 1972 le salió complicado. «No querían que un gallego fuera tres veces y yo ya tenía 37 años, me hicieron ir a cuatro maratones, que es una animalada, y en la última, en la de Manchester, quedé de primer español, séptimo en la general, así que me clasifiqué para Munich». Esos juegos estuvieron empañados por el atentado cometido por un grupo terrorista islamista contra el equipo olímpico israelita, que se saldó con once hebreos fallecidos. «Los apartamentos de España estaban a 50 metros de la plazoleta donde aterrizaron los helicópteros que iban a rescatar a los rehenes y luego echaron bombas a los terroristas. Vivimos todo en la habitación, nos enterábamos de lo que estaba pasando por la televisión interna de la villa olímpica. Cuando vi las imágenes de uno de los fallecidos me di cuenta de que era el entrenador de levantamiento de pesas que tres días antes me había entregado un llavero de recuerdo del equipo olímpico de Israel. Años después le di ese llavero a Samaranch y desde entonces está en el Museo Olímpico de Lausana».
A lo largo de su carrera deportiva, el corredor se enfrentó a varias lesiones. «En 1958 se hizo en Vigo un campeonato de España de a través absoluto y tuve la mala suerte de fastidiarme una rodilla un mes antes entrenando por el campo del Lagares. Pero participé. Me inyectaron novocaína y al principio sentí como una bolsa de agua caliente, no me dolía nada. Pero a los diez kilómetros de carrera iba en el pelotón de cabeza y me empezó a doler. Llegué a la meta de tercero y me clasifiqué para el mundial, pero no pude ir. Estuve más de un mes en la cama». En 1961 sufre otra lesión grave de rodilla que le hace plantearse dejar el atletismo, pero un año más tarde vuelve a las pistas. «En 1971 estaba entrenando en Finlandia para el Campeonato Europeo de Maratón y tropecé contra un aspersor de riego oxidado y me metí un tajazo en la pierna. No obstante, corrí y acabé de 21 en la meta. Llegué a Barajas con muletas y me mandaban así para casa, sin atenderme. Estuve mes y medio en la clínica de Fátima con la pierna escayolada».

Portando la antorcha olímpica en Vigo en 1971 / Archivo
Meses después intenta probar si ya está en forma corriendo desde Vigo a Santiago. «Salí a las tres de la mañana y llegue a las nueve, antes de lo previsto, porque calculaba que me llevaría más y el deán de la catedral me esperaba a las doce; me acompañaban atletas del Celta que iban en una furgoneta DKV y se turnaban para correr conmigo quince kilómetros cada uno. Al llegar me dieron la Compostelana y le dejé en ofrenda al Apóstol un equipaje y una zapatillas del Celta».
Pese a su extensa trayectoria deportiva que le llevó a participar en pruebas en una treintena de países de los cinco continentes, Carlos Pérez nunca pudo vivir del deporte. «De aquella el atletismo no se pagaba, tuve tan mala suerte que a los tres años de retirarme empezaron a remunerarlo y al campeón de España le daban un Seat 600 y un millón de pesetas. Yo solo tuve una pequeña subvención cuando la Olimpiada de Munich, pero eran cinco ml pesetas al mes, no me daba ni para gasolina». Lo que sí recibía eran premios cuando conseguía algún logro importante. «Franco me dio por el bronce de los Juegos del Mediterráneo un Rólex, que vendí por 40.000 pesetas. Otras veces me dieron una moto y relojes Omega y Erika».

Con el olímpico gallego Franco Cobas, el actual presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, y el presidente de la Asociación Española de Deportistas Olímpicos Ernesto Pérez Lobo en 2024. / FDV
Para ganarse la vida, el atleta trabajó en varios sectores. De soltero compraba pescado en la lonja para enviar a las conserveras. «Me levantaba a las cinco o seis de la mañana, cuando sonaba la sirena de la Ribera. Entrenaba un poco a mediodía y por la tarde-noche». Al casarse con Isolina Carrera, conocida en Vigo por ser la cantante a la que hacían peticiones en el programa ‘Coser y cantar’ de Radio Vigo y actuar en festivales benéficos, dejó el trabajo portuario y fue representante de Chupa Chups, el que introdujo los primeros caramelos con palo en Galicia.
«En 1972 me retiré el atletismo , pensaba que era mejor que me recordaran por lo que había sido». Un año antes había comenzado a trabajar de profesor de Educación Física en el Colegio Hogar San Roque, donde estuvo hasta su jubilación. Como entrenador nacional de atletismo, siguió vinculado al deporte de su vida, y como presidente de la Asociación de Gallegos Olímpicos, entidad de la que es presidente desde su fundación en 1992, continua en contacto con el mundo olímpico.
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