La banda terrorista ETA preparó once atentados en Galicia de 1987 a 2004
Solo tres artefactos llegaron a explosionar, causando heridos leves. ETA intentó en dos ocasiones establecer un comando en tierras gallegas

Efectivos de la Guardia Civil inspeccionan los restos del contenedor donde estalló una bomba en el puerto deportivo de Baiona en agosto de 2004 / FDV
La banda terrorista ETA intentó establecer una estructura estable en Galicia, donde preparó once atentados entre 1987 y 2004, todos ellos en agosto, y trató de organizar dos comandos, desmantelados en 1996 y en 2001. La mayoría de las bombas colocadas en la comunidad ni siquiera llegaron a explosionar, pues fueron desactivadas antes por los artificieros de las fuerzas de seguridad , y las que explotaron causaron heridos leves y daños materiales.
El primero de los objetivos fue el centro comercial Cuatro Caminos de A Coruña, donde el comando Txarito se desplazó desde Navarra para colocar un artefacto de escasa potencia el 9 de agosto de 1987, una semana después de que el atentado en el Hipercor de Barcelona matase a 21 personas.
Nueve años después, en 1996, se gestó la gran ofensiva de ETA en Galicia. Los etarras habían conseguido penetrar en el territorio y crear una base para establecer un comando. Tenían arsenal preparado para una masacre prevista para el 25 de julio, Día de Galicia, y planeaban asesinar a Manuel Fraga, entonces presidente de la Xunta.
Sin embargo, la Guardia Civil abortó la operación y el 24 de julio detuvo en Pontevedra a tres antiguos integrantes del comando Vizcaya: Aitor Fresnedo, María Aranzazu Garbayo y Carlos Emilio Cristóbal, quienes a principios de ese mes habían alquilado una vivienda que habían dejado vacía unos estudiantes universitarios en el número 7 de la calle Bernardirno Fondevila (hoy rúa da Seca).

Fotos de los tres etarras detenidos en Pontevedra en 1996 / FDV
En el registro efectuado en el piso franco se encontró, además de tres pistolas y munición, cuantiosa información sobre más de doscientas personas en Galicia, entre ellos policías, guardias civiles, militares, empresarios y políticos contra los que la banda pretendía atentar. Además de Fraga, figuraban en esa lista Francisco Vázquez, entonces alcalde de A Coruña, Augusto César Lendoiro, presidente de la Diputación de A Coruña, los entonces ministros Mariano Rajoy y Romay Beccaría, y el director de Caixa Galicia, José Luis Méndez.
Dos días más tarde las fuerzas de seguridad del estado encontraron en un piso del edificio Corme de A Coruña el arsenal que ocultaban los tres detenidos en Pontevedra para la masacre que planeaban: 254 kilos del explosivo amonal, granadas, ollas, juegos de matrículas de coches, armas, munición, detonadores e imanes lapa para colocar bombas bajo los vehículos. Era el mayor arsenal incautado a la banda en los últimos años.

Arsenal incautado al comando de ETA que pretendía atentar en Galicia en 1996 / Víctor Echave
Pese a la desarticulación del llamado comando Galicia, la banda terrorista dio sus últimos coletazos ese verano con la colocación de seis artefactos explosivos antes de volver a desaparecer de la comunidad autónoma. El 21 de agosto una llamada al diario vasco Egin avisa de la colocación de dos bombas en Santiago, una de las cuales es retirada por especialistas de la Policía en la Alameda (la segunda se encuentra en noviembre en las inmediaciones de la iglesia de Santa Susana). Ese mismo día una vecina de Baiona que paseaba por el parque de La Palma da la voz de alerta sobre la presencia de un paquete sospechoso en una fiambrera, que acabaría siendo otro artefacto que explosionaron los especialistas de la Guardia Civil de Pontevedra en la zona, acordonada. El 23 de agosto se desactiva la tercera bomba en las inmediaciones del Parador de Baiona, desalojado previamente tras un aviso de la banda, el 24 ocurre lo mismo en la playa de Portonovo y el día 25 en el paseo de la playa de Silgar, junto a un hotel. Esta vez los objetivos eran los intereses turísticos.

Concentración en Santiago en repulsa por un atentado de la banda terrorista ETA en el año 2000 / X. Rey / EFE
ETA retomó su proyecto de organizar un comando en Galicia cinco años más tarde, pero otra vez fue un intento fallido. En marzo de 2001 se llevaron a cabo operaciones policiales en A Coruña, Santiago y San Sebastián que desmantelaban un comando, cuyo nombre en clave era Zapabaru, cuyo objetivo era una vez más atentar contra Manuel Fraga y otros políticos, miembros de la judicatura y de cuerpos y fuerzas de seguridad del estado de los que tenían información detallada sobre sus movimientos. La primera detención fue el 26 de marzo en la cafetería Cuatro Caminos de A Coruña, donde arrestan a Alicia Sáez de la Cuesta, uno de los integrantes más buscados de ETA en ese momento. Dos días después localizan en Santiago el piso franco que esa terrorista había alquilado en la cale Pelamios junto a Nerea Garaizar. Otros dos etarras implicados en ese comando, Olizola Baseta y Eider Aristizábal son detenidos en Irún y Rentería.
En agosto de 2004 ETA vuelve a atentar en Galicia, en las cuatro localidades donde ya había colocado bombas en 1996: el día 21 estallan dos bombas colocadas en contenedores en el Puerto Náutico de Baiona y en Club Náutico de Sanxenxo, provocando lesiones a un vecino, la primera, y a otras dos personas, la segunda; y una semana después, el día 28, detona un artefacto en la iglesia Santa Susana de Santiago 45 minutos después de una llamada de la banda terrorista alertando de la presencia de esta bomba y de otra en A Coruña, en el paseo del Parrote, la cual finalmente no explota por un fallo del mecanismo.

Maribel Lolo, hija de un policía gallego herido por ETA. / Cedida
El 15 de abril de 1978 un etarra disparó al policía municipal de Portugalete Jesús Lolo Jato, nacido en O Courel, dejándole graves heridas que lo mantuvieron postrado en una silla de ruedas y conllevaron más de veinte intervenciones quirúrgicas y mucho dolor hasta su fallecimiento, 25 años después. No fue la única víctima de ese atentado: la vida cambió radicalmente para su mujer, una gallega de Viladecruces fallecida hace dos años, y para su única hija, Maribel, que entonces tenía cuatro años. «La bala que disparó el etarra a mi padre nos atravesó también a mi madre y a mí», dice desde Pontevedra, donde reside actualmente.
– Cuando se habla de las víctimas de ETA pensamos en los asesinados, pero no en los heridos en los atentados ni en sus familias.
– Somos víctimas de largo alcance, personas que desde el día del atentado han convivido con las secuelas físicas y psíquicas que el terrorismo les dejó. La gravedad del terrorismo de ETA, con más de 850 muertos en su haber, opacó la figura de los más de 2.500 heridos que ha dejado, en los casos más graves personas que han sufrido discapacidades permanentes o han sido considerados grandes inválidos. Y hay una figura casi siempre desconocida que fue la de los cuidadores, en nuestro caso mi madre y yo como hija, a quienes el terrorismo cambió su existencia y les obligó a dedicarse a cuidar a sus familiares.
– ¿Cómo fue el atentado de su padre ?
– Todo empezó el 15 de abril de 1978. Él era policía municipal en Portugalete, esa noche se encontraba de servicio con un compañero en el parque Doctor Areilza, donde solía haber robos, y vio a un chico corriendo con una mochila al que le dio el alto. Era un etarra, que en ese momento encañonó y disparó a mi padre. Lo primero que le dijo mi padre a mi ama (madre) cuando le dejaron pasar a rehabilitación del hospital tras extraerle la bala y los casquillos fue: «Podría haberlo matado, pero no quería el cargo de conciencia de haber matado a una persona». En mi casa siempre ha existido el perdón, mi padre perdonó a su asesino y nosotras también, somos creyentes y la fe es mi mejor anclaje para seguir adelante. Esa noche mi madre casi se entera por la televisión porque estaba viendo una película y la apagó un par de minutos antes de que pusieran el avance del atentado. Al rato vinieron una compañeros de mi padre a buscarla a casa pero no le supieron decir el alcance de la gravedad, le dijeron que tenía unos rasguños. Yo estaba dormida, así que me despertaron, me envolvieron en una manta y me llevaron a casa de uno de los compañeros de mi padre que vivía cerca. A mi madre la dejaron sola en una parada de taxis para que fuera al hospital de Cruces, donde entró sola, con esa fortaleza que le caracterizaba; era una mujer llena de vida, de proyectos, y ahí se le rompió todo.
– ¿Qué recuerdos guarda de su infancia y de él?
– ETA convirtió los pasillos de los hospitales en un patio de juegos y a los celadores y a las enfermeras en mis compañeros. La bala del etarra que disparó a mi padre también nos atravesó a mi madre y a mí. Mi casa fue el hospital de Cruces, donde estuvo mi padre 18 meses, seguido del de San Juan de Dios, el de Basurto, los de Madrid (Ruber y Ramón y Cajal) e incluso uno en Turín. La bala le había atravesado la médula espinal y le ocasionó heridas muy graves en el riñón izquierdo; necesitó 27 operaciones y vivió toda su vida postrado en una silla de ruedas y con dolores. Las primeras veces que iba al hospital recuerdo que había un policía custodiando la puerta de la habitación porque sospechaban que podrían ir a acabar mi padre. Él estaba allí, postrado, como diciendo «no voy a poder llevar a mi hija al parque nunca más». Y mi madre estaba a su entero cuidado, fue mi ejemplo, la mejor enfermera, la mejor psicóloga, la mejor profesora.
– Ha mencionado el perdón. ¿También se olvida?
– Nunca podré olvidar que ETA me arrebató mi infancia y mi adolescencia. Recuerdo al sanguinario asesino Josu Ternera diciendo que podía pasear con su hijo por los montes. Yo los únicos montes verdes que pude ver fue a través de las ventanas de los hospitales.
– ¿Echa de menos haber tenido algún tipo de apoyo por parte de la sociedad?
– Los heridos de ETA siempre hemos sido los olvidados de las instituciones ante una sociedad cobarde que se ha puesto de perfil. Lo triste es que se ha dejado a los terroristas escribir la parte final de ETA; no puede haber ese blanqueamiento de ETA con el apoyo de las instituciones: soy integrante de COVITE (Colectivo de Víctimas de Terrorismo) y hemos contabilizado en 2024 421 actos de apoyo a ETA y a sus presos (en 2025 ya no los habrá porque habrán conseguido excarcelar a todos). Pedimos memoria y respeto por los que han dado su vida por España (mi padre evitó una masacre mayor, porque el etarra que le disparó llevaba en su mochila un arsenal, iba a reunirse con el resto del comando en el puente colgante de Portugalete). Y justicia: el de mi padre es uno de los más de 300 casos sin resolver, no se ha llegado a saber quién fue su asesino. Pero sé que no me moriré sin saber su nombre y apellidos; seguramente él esté disfrutando de una vida normal, con sus hijos o nietos; a nosotros nos ha desestructurado la familia y un proyecto de vida.
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