Entrevista | Raquel Peláez Autora de «Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España»

“Se puede ser perfectamente de clase obrera… y pijo”

La periodista de moda opina que «vivimos un momento bastante psicópata y muy cruel, donde alguien expresa en un lamento sus dificultades económicas y la gente, en lugar de compadecerse, piensa que algo habrá hecho»

Raquel Peláez, en la redacción de la revista «S Moda», de la que es subdirectora.

Raquel Peláez, en la redacción de la revista «S Moda», de la que es subdirectora. / FDV

Eduardo Lagar

La periodista Raquel Peláez firma uno de los ensayos que más éxito están teniendo en las librerías: «Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España» (Blackie Books). Es el tercer ensayo de esta periodista, nacida en Ponferrada, que desempeña el cargo de subdirectora de la revista «S Moda».

–Usted trabaja en el mundo de la moda. ¿Consigue verlo con distancia o cae en la hipnosis del glamour?

–Me parece fenomenal que haya industrias que generan cosas bellas, que dan alegría a la gente, le permiten ser creativa,fantasear, que son pura evasión… Por otro lado, soy capaz de ver la destrucción que trae la moda rápida, lo terrible que es para el medio ambiente o cómo la industria del lujo ha contribuido a acentuar las diferencias de clase. Aquí fue antes la gallina que el huevo: o sea, los grandes actores económicos teniendo mucho interés en imponer el modelo neoliberal, todas las industrias que crean símbolos yendo detrás de eso.

–¿Para hacer la historia de los pijos en España hay que no ser pija?

–No, yo soy bastante pija. Ser pijo es una cosa muy relativa. Para mucha gente, vista desde fuera, yo puedo ser muy pija: soy subdirectora en una revista de moda, estuve 10 años en «Vanity Fair»... Me interesa genuinamente la moda. No creo que esté libre de la etiqueta. Donde más rabia me da que me la pongan es cuando la gente comprueba que he estudiado un máster en el extranjero. No quiero aburrir a nadie, pero eso ocurrió cuando tenía 30 años. Llevaba 10 años trabajando, había ahorrado para hacerlo y di un salto mortal importante. Me fastidia que se identifiquen la formación y las experiencias transnacionales, muy normales en el mundo globalizado, con privilegios de clase. Eso va en contra también de los que somos de clase media, incluso de clase media baja. No puede ser que eso sea un privilegio solo de gente rica.

–¿Todavía hay gente que se considere obrera o de clase baja?

–Todos somos obreros. Hay una confusión de la imagen con la clase. Se puede ser perfectamente de clase obrera, de clase media… y pijo. Tiene que ver con la proyección que quieras ofrecer al mundo de dónde quieres ubicarte. El mundo contemporáneo da muchas herramientas para construir una identidad que no tenga nada que ver con nuestros ingresos o nuestra capacidad de acceso a los privilegios mayores, que son los que tienen que ver con el verdadero bienestar. Entonces, tú te puedes disfrazar fácilmente de pijo. De momento.

–¿Cómo «de momento»?

–También está la inflación, que viene dada por las guerras y por las estrategias de la industria de la moda. Las cosas que antes eran baratas -la moda rápida, por ejemplo- cada vez son más caras. Pero, de momento, te puedes disfrazar.

–El disfraz de pijo cala dentro, ¿no?

–Sí. Siempre pienso en ese chiste de esos dos marcianos que aterrizan en la Tierra y ven un tricornio en una cuneta. Uno le dice: ¿qué es eso? Y el otro se lo pone y dice: no sé, pero me están entrando unas ganas de darte unas hostias…. Es la misma paradoja que ocurre con la vivienda, lo que decían que dijo Leguina. Que si le dábamos una buena vivienda y urbanizaciones con servicios a la gente de clase obrera se iban a acabar derechizando y votando a los partidos conservadores. Yo defiendo la apropiación de los símbolos de bienestar, que no tengamos que disfrazarnos de obreros con hollín en la cara. Al mismo tiempo, que no tengamos vergüenza de lamentarnos de lo que nos pasa.

«Es mucho más tribu urbana el «cayetano» de hoy en día de lo que lo fue el pijo de los años 80. El pijo era muchísimo más integrado y optimista»

–¿Por qué lo dice?

–Vivimos un momento psicópata y cruel, donde alguien expresa en un lamento sus dificultades económicas y la gente, en lugar de compadecerse, piensa que algo habrá hecho. Piensan: no seas pesao, déjanos en paz. Hace poco puso un tuit Roberto Sotomayor (candidato de Podemos a la alcaldía de Madrid) diciendo que su casero le va a echar a finales de Navidad y las respuestas me han parecido demoledoras. Mucha gente tiene que ponerse un disfraz de prosperidad para no recibir insultos, crueldad, sospecha.

–Escribe desde el punto de vista de los pijos ¿En qué momento pensó que el deseo de ser pijo podía explicarnos?

–Siempre estamos contando la historia de la lucha de clases desde el punto de vista de los pobres, pero para que sea atractivo y lo que de verdad explica por qué se ha derechizado tanto casi toda Europa, es contarlo al revés. Contar por qué todos queremos estar ahí y cómo funciona la maquinaria aspiracional. También me di cuenta de que siento una atracción fatal por esos universos. Tenía que escribirlo de manera que no pareciese que los estaban ensalzando, al contrario: explicar el porqué de esta atracción fatal,que es bastante universal. Por eso el libro funciona tan bien.

–Cierto, no conozco a nadie que no le guste la buena vida.

–Todos hemos sentido fascinación por lo inalcanzable. Presenté el libro en Ponferrada y hablamos de la escena del libro donde estoy jugando al tenis en el club de tenis. Al final, una chica levantó la mano y dijo: pasé muchas tardes de mi adolescencia subida al muro del club de tenis comiendo pipas y viendo jugar al tenis a los pijos. El concepto pijo es interesante, porque no se acaba nunca. Siempre uno tiene más arriba.

–¿Quiénes son los pijos hoy en día?

–Los cayetanos, cien por cien. Eso partiendo de la premisa de que todos podemos ser pijos en la clase media española, por todo lo que le acabo de explicar y por todo el sistema de símbolos aspiracionales que manejamos casi todos gracias a Amancio Ortega. Pero hay un relevo clarísimo al pijo de los 80 y es el cayetano. Es súper arquetípico, está súper definida su estética, es fácil distinguirlo y tiene muchas similitudes con una tribu urbana en el sentido de que tiene una afiliación con una causa y un sentimiento contracultural muy acentuado. Paradójicamente el cayetano cree que es contracultural, que va contra el Estado, contra el poder establecido, contra la tiranía de las feminazis, contra la agenda 2030… Es mucho más tribu urbana el cayetano de lo que fue el pijo de los 80. El pijo era muchísimo más integrado, optimista.

–¿Qué es un pijo?

–Según la RAE , una persona que en su forma de expresarse de vestirse y en su estilo de vida intenta aparecer de clase adinerada. Lo seas o no, añado. Es una descripción que está bastante cerca, pero la clase no solo tiene que ver con el dinero y por eso es tan difícil definir qué es un pijo. Como hay tantos capitales diferentes no es fácil decir cuando uno está intentando aparentar ser de una clase superior. Ese concepto de clase es lo resbaladizo y por lo que la definición es muy inexacta. Hoy en día muchísima gente asimila pijo a tener dinero.

–¿Y no es eso?

–Las palabras son lo que la mayoría de la gente piensa que son, pero es más sofisticado. Tiene que ver con la emulación pecuniaria y la aspiración. 

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