Mujeres fuera de serie

La mujer que atrapa la belleza

Puri del Palacio es una de las pintoras y diseñadoras más reconocidas de Galicia. A sus 80 años, sigue pintando con la misma pasión de sus inicios y disfrutando de sus hijas y nietos. Canta, juega al golf, aprende a tocar el violín y no deja nunca de fascinarse por todo lo bello que la rodea.

Puri del Palacio, en su estudio de Vigo, con uno de sus autorretratos.

Puri del Palacio, en su estudio de Vigo, con uno de sus autorretratos. / Pablo Hernández Gamarra

Amaia Mauleón

Amaia Mauleón

El color, la solidez y, sobre todo, la belleza. Esas son las máximas de la obra de Puri del Palacio, una artista que no concibe una obra de arte que no sea «una fiesta para la vista».

Puri del Palacio (Madrid, 1944) cumple casi sesenta años con el pincel como bandera. Ha expuesto en cientos de exposiciones, individuales y colectivas, y su obra forma parte de colecciones de grandes instituciones de Galicia y otros centros de España. Puri, que destacó también como una de las más cotizadas decoradoras de Vigo, sigue, a sus 80 años, pintando con la misma devoción. No entiende la vida de otra forma: «Para mí, pintar es como respirar», afirma.

No fueron, sin embargo, los pinceles los que conectaron a Puri por primera vez con el mundo artístico. «Mi abuela paterna, María Luisa Chevalier, era una conocida pianista y compositora y a las tres hermanas nos enseñó nuestra tía a tocar», relata. También el marido de ésta, Eduardo del Palacio, era un célebre poeta que participaba activamente en la vida cultural de la época.

Puri nació en Madrid. Su madre, Elisa Solá, era de la isla de A Toxa, donde el padre de ésta dirigía la fábrica de jabones del balnerario. Su padre, Carlos del Palacio, iba con su familia en ocasiones a tomar las aguas y en una de aquellas visitas conoció a Elisa y surgió el amor. También el arte estaba en el ADN por parte de la familia materna. «Mi abuelo estudió Bellas Artes junto a Sorolla y mi bisabuelo escribía poesía», añade la artista.

La pareja se mudó a la capital, donde nacieron Puri y sus dos hermanas, la mayor, Elisa, y la más pequeña, Ángeles. Pero la relación con Galicia -especialmente con Vigo, donde se trasladó la mayor parte de la familia materna- fue constante. «Mis tíos vivían en la calle Príncipe y nos divertíamos muchísimo jugando por allí», recuerda.

Puri del Palacio con su hermana mayor cuando eran niñas

Puri del Palacio con su hermana mayor cuando eran niñas / Cedida

La artista estudió en un colegio hispano francés de monjas y muy jovencita empezó a interesarse por la pintura. Inició los estudios de Comercio, pero pronto se dio cuenta de que aquello no era lo que buscaba. «Pedí a mis padres hacer un curso por correspondencia y me gustó tanto que les dije que quería seguir formándome de forma profesional».

En aquel momento, para entrar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando había que pasar unas pruebas muy rigurosas, por lo que Puri se apuntó a una escuela para prepararse. «Los exámenes eran en junio y yo me apunté en marzo. El profesor me dijo que era imposible que pasara las pruebas en tan poco tiempo, pero cuando me vio pintar fue cambiando de idea», recuerda. Puri se puso a trabajar a conciencia, además de la escuela iba a menudo a pintar al Círculo de Bellas Artes, donde había siempre modelos de desnudo, una de las temáticas que más le atraen, y algo que la pintora sigue manteniendo cada vez que va a Madrid a visitar a su familia.

Y lo logró. Puri ingresó en la Academia de Bellas Artes y comenzó una etapa de cinco años que disfrutó muchísimo. «Recuerdo que trabajé a conciencia, que aprendí muchas cosas y, sobre todo, que hice grandes amigos y muchos de ellos aún lo seguimos siendo y nos encanta ser partícipes de los éxitos de todo el grupo», afirma.

No sintió nunca en esta formación, destaca, ningún trato diferente por el hecho de ser mujer. «Éramos más o menos mitad hombres, mitad mujeres, y a todos se nos trataba de la misma manera».

Mientras estudiaba en la Academia, en el camino de Puri se cruzó Manuel Soto, el que sería primer alcalde de Vigo en la Democracia y su gran amor. «Él venía a Madrid para trabajar en temas de ventas de moda y una prima nuestra le puso en contacto con nosotros, para que tuviera algún conocido al llegar, y ¡en seguida nos enamoramos!», cuenta Puri, a la que se le apaga la mirada cuando recuerda el fallecimiento de su marido, en 2019.

Puri del Palacio con su marido cuando este hacía la mili

Puri del Palacio con su marido cuando este hacía la mili / Cedida

La pareja se casó en Madrid cuando Puri terminó sus estudios y, tras un breve periplo en Vitoria, se instalaron en Vigo. «Yo estaba encantada porque esta ciudad era mi segunda casa», apunta la pintora.

Al tiempo que se formaba en San Fernando, Puri estudió Diseño y Decoración y fue en este ámbito en el que comenzó a ganarse la vida en la ciudad olívica. «Comencé en este mismo estudio que estoy ahora (en la calle Velázquez Moreno) con un aparejador y hacíamos juntos proyectos para casas y para restaurantes, tiendas, etc.». Puri se convirtió en una reputada profesional y recuerda que disfrutaba mucho «escuchando a los clientes y dibujando mis propuestas, que casi siempre aceptaban encantados».

«Tengo la sensación de que antes en la política trabajaban concejales de distintos partidos mucho más unidos que ahora, todos por el bien común»

Del Palacio no se considera una mujer «política». El largo periodo que su marido fue alcalde de Vigo, sin embargo, asegura que lo vivió de una forma muy natural y le permitió conocer a grandes personas. «Tengo la sensación de que antes en la política trabajaban concejales de distintos partidos mucho más unidos que ahora, todos por el bien común. Fue una época bonita y lo disfruté más que sufrirlo», destaca.

En ningún momento aparcó los pinceles y recibía numerosos encargos, sobre todo de retratos, a familiares, conocidos y a personajes relevantes, como uno muy especial que realizó a la presidenta del Parlamento de Galicia Dolores Vilariño. «El retrato es un reto muy complejo ya que no solo importa la técnica; tienes que plasmar a la persona y, al mismo tiempo, lograr que sea una obra de arte», reflexiona. Y el autorretrato, en el que Del Palacio tiene mucha experiencia.

Durante todos estos años, la pintora ha realizado numerosas exposiciones, individuales y colectivas, y ganó siete premios. Conserva recuerdos de muchas de ellas, pero destaca la que realizó en la Casa das Artes en 2019. «Le tengo especial cariño porque fue la última en la que me acompañó Manuel y, además, porque me permitió reunir mis distintas temáticas en cada uno de los espacios. Es una de las que me siento más satisfecha», considera.

Puri del Palacio con sus cuatro hijas y su marido

Puri del Palacio con sus cuatro hijas y su marido / Cedida

La maternidad le llegó a Puri y a Manuel por partida cuádruple, ya que adoptaron a cuatro hermanas de entre 8 y 12 años, toda una aventura que la pintora abordó sin temor. «Claro que hubo dificultades al principio, pero no soy una persona miedosa ni suelo pensar en negativo», considera. «Además, Manuel era muy niñero y disfrutaba mucho con las niñas», recuerda. En estos momentos, la familia ha crecido y Puri tiene cuatro nietos. «Unos viven cerca y los veo muy a menudo y otros están en Francia, así que tenemos menos oportunidades de estar juntos».

Puri confiesa que la pérdida de su marido fue muy dura para ella y, durante un tiempo, ha estado un poco apartada de la vida social. «El año en que murió cumplíamos 50 años como pareja y hacíamos todo juntos», dice con tristeza.

Puri sigue pintando cada día. Nunca se planteó la docencia, pero un día a la semana pinta con un grupo de amigas en su estudio. «No considero que sean clases; ellas me piden consejo y yo las guío, pero en realidad estamos pintando juntas», dice.

Del Palacio, con una de sus obras.

Del Palacio, con una de sus obras. / Pablo Hernández Gamarra

También mantiene muy viva otra de sus grandes pasiones: el canto. Actualmente está en coro senior de Gli Appassionati, que dirige Nuria Lorenzo. Además, está aprendiendo a tocar el violín en una orquesta aficionada y juega al golf.

También disfruta viendo exposiciones, «aunque soy más de los grandes museos, al Prado voy varias veces al año». Lamenta que el arte contemporáneo «no tenga en cuenta la pintura figurativa; parece que solo cuenta lo abstracto y eso es un gran error», opina. Critica también la falta de belleza en una parte del arte. «En pintura ya no se valora la belleza, solo la originalidad… Pero si una obra por mucho que te impacte no te conmueve, ¿eso es arte?», concluye.

Las pioneras: Clara Peeters, la pintora reflejada en sus bodegones

«Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas» y recorte del reflejo de la pintora.

«Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas» y recorte del reflejo de la pintora. / FDV

Clara Peeters (1580/1589-después de 1657) fue una pintora flamenca considerada una de las iniciadoras del bodegón en los Países Bajos. No existe prácticamente información sobre su vida y lo poco que se sabe es gracias a sus pinturas.

Fue hija y nieta de pintores y artista precoz, pues su primera obra conocida la pintó con catorce años.

Sus cuadros son bodegones en los que aparecen comida, flores, y toda clase de vajilla. En aquel momento las mujeres no tenían la misma libertad que los hombres para crear. Ella fue de las pocas que consiguió desarrollar su carrera artística en Europa en pleno siglo XVII. Meticulosa en el detalle, Peeters se caracterizó por incluir pequeños autorretratos en miniatura en los reflejos de las copas de algunos de sus bodegones, algo que muchos otros artistas emularían. También era muy hábil a la hora de distinguir texturas. Cada elemento que aparece en sus obras está cargado de significado y permite entender mejor las costumbres y estilo de vida de la época.

En el mundo se conservan treinta y nueve obras con su firma.

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