Sálvese quien pueda
No tengo tiempo para tener prisa
Cuando yo era un tierno infante una de las frases incansables que desde mi altura de pipiolo oía a los mayores cuando se saludaban aquí o allá con mis padres era «qué rápido pasa el tiempo» o «cómo se nos fueron los años de las manos». Era tan repetido que yo les miraba de abajo arriba embelesado y me preguntaba si esto era una clave como «abracadabra», una frase mágica entre esos señores altos y con bigote o, simplemente, eran gilipollas. Quizás estén ocultando algo que se nos escapa al mundo de los niños, pensaba yo, como cuando se acercaban a las sillas de ruedas con bebé, se agachaban a husmear y, de repente, hacían ruidos extraños con gestos chocantes al inquilino que les miraba pensando, suponía yo, qué hace este bocachanclas que entra en mi reino sin aviso.
Claro. Cuando yo era niño Rozalén no había lanzado al mercado su canción El paso del tiempo, ni siquiera había nacido, la pobre. Se oía a Joselito y su Campanera en España, en el mundo a The Platters con su Solo tú y el cine no andaba con sensibleras añoranzas burguesas porque prefería a Ben Hur. Lo propio era pensar cómo sobrevivir en el futuro ¿cómo en el pasado cuando aún se sufrían los estragos de la Segunda Guerra Mundial? El caso es que ha pasado el tiempo desde que veía como gilipollas a aquellos tipos y ahora es a mí a quien se le escapa esa exclamación manirrota cada vez que saludo a un colega antañón mucho tiempo sin ser visto: ¡cómo ha pasado el tiempo!
Me consuelo pensando que ha sido un tema muy relevante a lo largo de la historia y en muchos países, pues existen distintos tópicos que lo desarrollan ya desde los romanos, que se quejaban diciendo, a lo mejor mientras vomitaban para seguir comiendo o hacían un enjuague bucal con la orina: ¡tempus fugit!, ¡carpe diem! Es la nostalgia por el paraíso perdido, que mira al pasado y acaba convirtiéndose en arte como el mítico cuadro de Dalí de los relojes blandos. Abunda en la literatura pues es uno de los temas machadianos pero antes los iluminó con su verso Quevedo : «Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto; soy un fue, y un será, y un es cansado». Justo cuando estaba yo en estas lides quevedianas me llama Manolo Martín, seguro que con vino en mano porque era hora aperitiva, y entre los aromas preconcilares a queso y jamón de su aúrea cueva en Vigo, el Vazey. ¡Qué rápido pasa todo, Fernando, que ayer estaba cantando en Roma con mi coro y ya hoy, que nos parecía mañana, estaremos en la France!
Mi espejo lo delata cada primera hora del día: yo no parezco aquel que antaño lo miraba y a lo mejor ni soy siquiera. Ni aquellos más de cien longevos de los que hice biografía y entrevisté para esta casa son los que fueron, y no pocos están ya aquí porque abandonaron su cuerpo para ser solo memoria. Seguiremos saludando a los amigos con un ¡cómo pasa el tiempo! Porque es algo inexorable, el alma de este mundo.
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