Galicia honra a su primer científico
El matemático lalinense José Rodríguez, de cuya muerte se cumplen doscientos años, fue uno de los investigadores más brillantes de su tiempo, con hallazgos en geometría, astronomía, geografía y mineralogía, además de ser diputado. Su desginación como Científico Galego do Ano lo rescata del olvido
El considerado por muchos como el primer gran científico gallego es también uno de los más desconocidos. A ello quizá ha contribuido que desarrollase buena parte de su carrera fuera de España y que tuviese dos apellidos de lo más corrientes. José Rodríguez González (1770-1824), apodado “el matemático de Bermés” por la aldea de Lalín en la que nació, contribuyó con sus investigaciones a la definición del metro en el sistema métrico decimal, confirmó la teoría de Newton de que la Tierra está achatada por los polos, impulsó la creación de lo que hoy es la Universidad Complutense de Madrid y fue diputado en Cortes. Pese a todos estos logros, su figura cayó en el olvido, algo que la Real Academia Galega de Ciencias (RAGC) quiere solventar con su elección como Científico Galego de 2024, coincidiendo con el bicentenario de su muerte. Precisamente mañana, lunes, se cumplen esos 200 años.
“Hasta ahora no se le daba la importancia que merecía. La Real Academia Galega de Ciencias está acertando muchísimo”, destaca el físico y divulgador gallego Jorge Mira sobre el matemático y astrónomo, nacido el 25 de julio de 1770 en el seno de una humilde familia campesina del Deza, y que fue un prodigio intelectual en buena medida autodidacta. En 1780, Rodríguez se trasladó a Monforte de Lemos para estudiar Gramática, Aritmética y Latín en el Colegio de Humanidades. Allí contaba con el apoyo de su tío Pedro, fraile de la Congregación de los Mercedarios. Al morir éste, el joven José, de 16 años, se quedó sin protector y se trasladó a Santiago de Compostela para continuar los estudios eclesiásticos, que seguía más por imposición familiar que por vocación. Tras lograr los grados de bachiller en Filosofía y Teología, renunció a los votos sacerdotales para dedicarse a las ciencias naturales y exactas, su verdadera pasión, cultivada mediante la lectura de libros de Isaac Newton y Leonard Euler, entre otros insignes científicos.
En el curso 1798-1799, con solo 28 años, Rodríguez ejerció como catedrático suplente de Matemáticas Sublimes de la Facultad de Medicina de la Universidad de Santiago. En los inicios de esta institución, las Matemáticas eran una mera asignatura voluntaria para la formación de los licenciados en Medicina, algo que contribuyó a cambiar un profesor suyo, el catedrático Luis Marcelino Pereira.
En 1801 ganó la cátedra de Matemáticas de la universidad compostelana, que había dejado vacante Pereira por un ascenso. Se impuso con enorme brillantez, hasta el punto de que los miembros del tribunal remitieron una carta al rey Carlos IV en la que describieron a Rodríguez como “uno de aquellos genios que de raro en raro forma la Providencia para los conocimientos sublimes”.
Además de fomentar el estudio de las ciencias exactas en la universidad compostelana, José Rodríguez se interesó también por la Botánica. Matemáticas, astronomía, geología... su curiosidad no parecía tener límite. Fue un “perpetuo estudiante”, como lo definió el también astrónomo y matemático lalinense Ramón María Aller (1878-1966), su primer biógrafo. En un artículo publicado en 1927, Aller define a su paisano como poseedor de “un talento un tanto enciclopédico” y un docente inquieto que “desatendió sus obligaciones de enseñar por su afán de aprender”.
Viajes
Esa avidez de conocimiento lo llevó a viajar al extranjero. Entre 1803 y 1806 se fue a París como docente de Astronomía. “Para que pudiera ampliar su formación, la Universidad de Santiago le concedió una excedencia de la cátedra con el pago de la mitad del salario; el otro 50% que quedó lo sufragó el gobierno de Carlos IV”, señala la biografía de José Rodríguez en el Álbum de Galicia, escrita por la historiadora Margarita Barral.
Más tarde comienzan sus trabajos más destacados en el campo de la geodesia, es decir, el estudio matemático del globo terrestre. El Gobierno español lo nombra, junto al valenciano José Chaix, comisario de las operaciones para la medición del meridiano de Dunkerque (Francia) a Basilea (Suiza), y posteriormente, en 1808, de Barcelona a Baleares. El propósito de estos trabajos era determinar el círculo del meridiano para obtener la medida más precisa posible de la longitud del metro, definido originalmente como una diez millonésima parte de la distancia desde el ecuador hasta el polo norte.
En este proyecto internacional trabó amistad con dos científicos franceses, el astrónomo y físico Dominique-François-Jean Arago (1786-1853) y el geodesta y astrónomo Jean-Baptiste Biot (1774-1862). En plena Guerra de la Independencia, Arago fue arrestado en Mallorca bajo la acusación de ser un espía francés. Rodríguez le ayudó a escapar de su cautiverio.
Por encargo de la Junta Central Suprema, realizó mediciones y cálculos para la elaboración de un mapa preciso de España y, un año más tarde, en 1809, y por orden de la misma autoridad, estudió el meridiano de Greenwich. Sus cálculos le llevaron a contradecir a un célebre geodesta de la época, William Mudge (1721-1793). Este teniente coronel británico había concluido que la Tierra estaba achatada por el ecuador, mientras que Christiaan Huygens (1629-1695) e Isaac Newton (1643-1727) habían teorizado que estaba achatada por los polos por un efecto gravitatorio. En una memoria escrita para la Royal Society de Londres, el matemático gallego demuestra que Newton y Huygens estaban en lo cierto.
Entre 1812 y 1814, Rodríguez retoma la cátedra de Matemáticas Sublimes en la Universidad de Santiago y defiende los llamados “colegios prácticos”, como los de Farmacia y Cirugía, en los que –según sus propias palabras– se enseñaban las “utilísimas aplicaciones” de las ciencias naturales: “...que los discípulos de estos colegios deberán aventajarse y sobresalir, más que los estudiantes de pío pío de nuestras mezquinas universidades”, dejó escrito. “Decía que no le gustaban los estudiantes de pío pío, los que recitaban cosas sin entenderlas –explica Elena Vázquez Cendón, decana de la Facultad de Matemáticas de la USC–. Estuvo casi a la vanguardia del espacio europeo de educación superior, apostando por las competencias, con la visión interdisciplinar de hibridar varias áreas”, añade.
De nuevo, entre 1814 y 1817, José Rodríguez abandona Galicia y viaja a Francia y Alemania. Tiene el encargo del Gobierno de ampliar estudios en Ciencias Naturales en la Escuela de Minas de Freiberg y en la Universidad de Gotinga, uno de los centros de mayor prestigio en geología. Conoce al abad francés René J. Haüy (1743-1822), considerado el padre de la cristalografía moderna, que le regala 1.024 modelos cristalográficos. Esta valiosa colección se conserva todavía en la Universidad de Santiago y solo existe otra igual en todo el mundo.
En Gotinga estableció también contacto con el célebre matemático, astrónomo y físico alemán Carl Friedrich Gauss (1777-1855), otro niño prodigio de orígenes humildes y uno de los científicos más relevantes de la historia de la humanidad.
El prestigio del matemático de Bermés llega hasta Argentina y Rusia. Rechaza la oferta de trabajo de un comisario argentino enviado a París y la del zar Alejandro II, que le ofrece la dirección do Observatorio Astronómico de San Petersburgo. Tentado por el imperio ruso, lo consulta con el Gobierno español, que le ofrece el mismo puesto, pero en Madrid. Así es como Rodríguez deja la cátedra de la Universidad de Santiago y es nombrado director del Observatorio Astronómico, así como profesor de Astronomía del Museo de Ciencias Naturales (1819). Dos años después, accede a la cátedra de Astronomía de la Universidad Central, precedente de la Complutense.
Liberal
La creación de una universidad en la capital de España era, precisamente, una aspiración de los liberales, entre los que se contaba José Rodríguez, defensor de la Constitución de Cádiz de 1812. Fue elegido diputado por Galicia en las primeras elecciones del llamado Trienio Liberal (1820-1823). Se declaró a favor de la división provincial de Galicia y de la creación de una quinta provincia con capital en Santiago. Al restaurarse el absolutismo de Fernando VII –comienzo de la Década Ominosa (1823-1833)–, cae en desgracia por sus ideas y se marcha a ampliar conocimientos en las universidades de Coimbra y Lisboa.
Apenas será un año, ya que entre agosto y septiembre de 1824 regresa a Galicia por su precaria salud. Fue acogido en la casa compostelana del farmacéutico Julián Suárez Freire (1751-1832), su amigo y protector. Fallece el 30 de septiembre de 1824, a los 54 años. Fue enterrado en la iglesia de San Agustín de Compostela, tal y como había escrito en su testamento, y sus restos fueron depositados en una tumba sin inscripción.
Aunque solo dio clase de Matemáticas en la Universidad de Santiago un total de cinco años, hay tres importantes científicos gallegos que se pueden considerar discípulos suyos. El más reconocido es Domingo Fontán (1788-1866), autor del primer mapa topográfico y científico de Galicia. Carmen Villanueva, autora de una tesis doctoral sobre José Rodríguez, apunta otros dos: Ramón de la Sagra (1798-1871), sociólogo, economista, botánico, escritor y político; y Casiano de Prado (1797-1866), ingeniero de minas y geólogo.
“Desde el punto de vista científico, su aportación es muy importante”, destaca Juan José Nieto Roig, investigador de la USC y uno de los matemáticos más citados del mundo en los últimos años.
Un medallón con su efigie, colocado en el Paraninfo Histórico de la Universidad de Santiago a principios del siglo pasado, es la única imagen que se conserva de José Rodríguez, inmortalizada también en un busto de piedra en la parroquia lalinense de Bermés. Pequeños homenajes que rescatan del olvido a quien, según el académico Francisco Díaz-Fierros, fue el primer gran científico gallego.
“La labor del matemático de la cercanías de Lalín, del sabio de Bermés, tiene siempre originalidad –defendió, en su pionero artículo de 1927, Ramón María Aller–. Si no aparecen en ella creaciones que lo pongan entre Newton, Gauss, Lagrange, Poincaré... y otros de primera fila, contiene, sin embargo más que suficiente para figurar muy alto entre los sabios, y particularmente entre los españoles que a esa clase de estudios se dedicaron en el siglo XIX. Con mismos méritos se han levantado monumentos a otros hombres”.
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