Titiriteros en el siglo XXI
Tres generaciones de gallegos dedicados a este oficio nos relatan cómo ha evolucionado este género teatral desde su profesionalización hace 40 años y cómo se ha adaptado a la era digital. Los teatrillos de marionetas de antaño han dado paso a espectáculos escénicos multidisciplinares

Los tres miembros de Tanxarina, la compañía más veterana de Galicia, en Redondela / Marta G. Brea
La imagen romántica del titiritero que viajaba en su carreta con su teatrillo y sus marionetas de guante parando en los pueblos para representar su función en plazas abarrotadas de público mayoritariamente infantil forma parte de un pasado ya lejano. La era digital y la propia evolución social que ha supuesto cambios en los intereses del público, por un lado, y la proliferación de escuelas de formación, por otro, han propiciado que aquellas compañías familiares de artistas autodidactas que construían sus propios muñecos, creaban sus propias dramaturgias y las representaban hayan dado paso a espectáculos en los que la manipulación de títeres se combina con videproyecciones, hologramas, música en directo, danza, trabajo actoral, máscaras y otros elementos escénicos e interpretativos.
Galicia puede presumir de ser una potencia en esta disciplina escénica y de contar con una rica y variada oferta servida de la mano de tres generaciones que conforman tres formas de hacer y entender la profesión. Siguen en activo algunos de los más veteranos que en los años 80 del siglo pasado construyeron el teatro profesional de muñecos y comparten pasión con integrantes de generaciones más jóvenes que se reivindican orgullosos como titiriteros. Hablamos en este reportaje con tres sexagenarios integrantes de compañías que llevan 40 años en escena, Eduardo Rodríguez “Tatán”, de Tanxarina, Anxo García, de Viravolta ,y Jorge Rey, de Cachirulo, dos treintañeras de compañías fundadas en la primera década de los 2000, Celtia Figueiras, de A Xanela do Maxín , y Alba Grande, que desarrolla su proyecto individual y es actriz del último espectáculo de Alakrán, y un veinteañero que lleva dos años al frente de Nauta.
Tanxarina
A punto de cumplir los 70, Eduardo Rodríguez Cuña, cuyo nombre artístico es Tatán, continúa en escena, ya jubilado pero no retirado, con su veterana compañía de títeres Tanxarina, fundada en 1983. “Somos dous vellotes ao lado dun rapaz novo”, comenta aludiendo a los otros dos integrantes del trío de titiriteiros: Miguel Borines, actor de teatro que lleva en la compañía de Redondela desde pocos años después de su fundación, y Andrés Giráldez, el más joven de los tres, quien anda por los cincuenta, fue uno de los niños que seguían a la compañía y lleva más de dos décadas siendo la tercera pata del grupo. “O de continuar con esta profesión é cuestión de pasión, vai moi vencellado a que alguén teña moito interese en tomar o relevo ou se decida a abrir unha compañía nova, algo que en Galicia é minoritario”, comenta Tatán.

Tatán, Borines y Giráldez, los tres miembros de Tanxarina, la compañía más veterana de Galicia, en Redondela. / Marta G. Brea
Formado a principios de los 80 en el Institut de Teatre de Barcelona con Harry Tozer, considerado el padre de las marionetas de hilo, Tatán pertenece a una generación de titiriteros que se tuvo que abrir camino de la nada. “Nos 80 non había nin redes de teatro, o noso esforzo centrábase en sobrevivir buscando funcións dentro e fora de Galicia, ata en América. Iamos a asociacións culturais coas nosas funcións moi orgullosos, vimos nacer o Centro Dramático Galego, máis tarde levantamos o Festival Internacional de Títeres de Redondela, que diriximos os doce primeiros anos” y este año celebrará su vigésimo quinta edición. “Ese esforzo por subsistir fixo que non nos ocuparamos por abrir camiño aos que viñan detrás, pero si demos e seguimos dando milleiros de cursos de formación, de sombras chinescas de máscaras de Entroido, de títeres de guante...”, explica este titiritero, que demanda docencia reglada para esa disciplina escénica. “Na ESAD (Escola Superior de Arte Dramática) debería haber unha materia relacionada co mundo da manipulación e creación de obxectos. Iso serviría como referencia aos alumnos sobre que existe teatro de títeres ou monicreques. Daríalle un certo prestixio”.
En una nave alquilada a Adif en la estación de tren de Redondela, Tanxarina tiene su taller de construcción de títeres y ensayo. Allí crean sus espectáculos, cuyas temáticas buscan hacer reflexionar al público infantil y familiar en diversas cuestiones, desde los desahucios, en “A galiña azul “, a la diversidad funcional en su espectáculo más reciente, “A cazola de Lola”, una obra sin texto, con audio pregrabado, que ha paseado por España con versiones en gallego, euskera y catalán y que llevarán en inglés el próximo marzo al festival de títeres de Sanghai. “Hai público para teatro de títeres e iso o demostra que cando programan funcións en datas e horarios adecuados os auditorios están medianamente cheos”, afirma Tatán, quien destaca que la idea de que ese tipo de teatro es solo para niños ya está desterrada, si bien sus espectáculos se centran en público familiar. “Temos unha responsabilidade tremenda porque son o futuro público, ao que estás educando para que no futuro vaia ver un Shakespeare, por iso coidamos moito a parte intelectual para que o neno, ademáis de disfrutar, vaia para casa relexionando sobre algo que para nós é importante”.
Cachirulo
Jorge Rey es otro de los pioneros de la profesionalización de los títeres en Galicia. Con su compañera y socia Carmen Domech forma desde 1985 la compañía Cachirulo, que en la actualidad se rodea también de colaboradores jóvenes para sus espectáculos. “La nueva camada en la comarca de Santiago – Cachirulo tiene su sede en Teo– está mucho más formada que nosotros cuando comenzamos, que fuimos autodidactas. Se han formado en bachillerato de artes escénicas, en escuelas de arte dramático fuera y dentro de Galicia e incluso en otras parte de Europa”, comenta.

Jorge Rey y Carmen Domech, de Cachirulo Títeres. / Cedida
A sus 67 años, Jorge Rey sigue en activo y acaba de llegar de Zaragoza de representar “Do, re, mi Mozart juega aquí” . “Nos hemos adaptado al público del siglo XXI escuchando lo que opinan los niños y las niñas –el consejo de uno le llevó a dirigir una obra de títeres sobre dinosaurios con la joven compañía Monicreque Larei Lará–. “Hay unos valores y un discurso que queremos transmitir, pero también hay que saber lo que les puede interesar. Cuando sacas un títere y ves a esos niños acostumbrados a los vídeojuegos saltar de la butaca porque suena un petardo o disfrutar porque ven a sus abuelos y a sus padre riéndose de lo mismo que él, comprendes que este espectáculo sigue vivo y funciona igual que antes. La cuestión es mantener como público a ese niño de nueve años en un futuro”, sostiene Rey, quien indica que él se ha resistido a caer en la corriente de espectáculos “excesivamente lights” con lobos vegetarianos y ausencia de conflictos. “Las obras que hacía Vidal Bolaño en los años 80 ahora estarían prohibidas”, dice.
Jorge Rey y Carmen Domech asistieron (y protagonizaron) la eclosión del teatro de títeres en Galicia: la creación de la asociación de titiriteiros en los 80 para organizar la actividad, de la UNIMA (Unión Internacional de Marionetistas) en Galicia en los 90, el nacimiento de la sala Yago en Santiago (donde llegó a haber cuatro espacios de actividades de artes escénicas a la vez), más tarde el de la sede de la Fundación de Autor de la SGAE, la constitución del premio Barriga Verde para textos para monicreques, el comienzo del festival Galicreques, que este año celebrará su 29 edición, y hasta la edición de la revista Bulubú durante cinco años con una tirada de 5.000 ejemplares. “El teatro de títeres de Galicia es uno de los más potentes a nivel estatal, están Cataluña, Madrid y luego diría que nosotros”, afirma Rey. Al igual que Tanxarina, Cachirulo muestra su talento en escenarios internacionales, ya que todos los años pasean sus espectáculos por Latinoamérica. “Creo que entre las dos compañías exportamos más que el resto del teatro gallego”, dice Rey.
Respecto a si hay un sello que caracterice a los titiriteros gallegos, Rey considera que “hay una tradición heredada de Barriga Verde que nos abrió puertas en los 80 cuando íbamos a las fiestas de los pueblos a ofrecer una función de títeres”, del mismo modo que hay “un legado cultural de Valle Inclán, Lorca o El Quijote”, y también “hay una forma de construir que tiene que ver con los hacedores, con Cuncas, Tanxarina o Carmen Domech, de los que dentro de unos años, cuando se haga un estudio de dramaturgia, se verán las influencias.
“Hai títeres tradicionais galegos aos que asistía a xente mentres durou a tradición ata os anos 60, do mesmo xeito que había música tradicional que o folk actual recuperou dos gaiteiros vellos. O que sucede é que nesa procura de recuperación de títeres que fixemos coa Asociación Morreu o Conto non atopamos vellos que nos comentaran”, explica Anxo García Fernández, fundador e integrante de Viravolta Títeres, una compañía fundada en Lalín en 1982, junto a sus socios y compañeros Pilar Álvarez y Xulio Balado. “Cando empezamos, queriamos reivindicar a palabra "titiriteiro", que naqueles tempos tiña unha concepción pexorativa”, manifiesta Anxo García. Cuarenta años y miles de funciones después, este titiriteiro siente que de algún modo se ha retrocedido. “Os rapaces que acceden agora á profesión volven a ver o teatro de títeres como algo menor, cando hai exemplos de obras moi maiores. Hai unha visión distinta do que agora é unha compañía de títeres, hai moitos contacontos que usan marionetas e non se consideran titiriteiros. Tamén mudou moito o acercamento á profesión, a xente que empeza a facer espectáculo pensa en series de televisión, cousas que antes non había, e a propia ESAD non contempla ata agora a formación de titiriteiro”. Al igual que otras compañías profesionales veteranas, integrantes de Viravolta imparten formación a las nuevas, concretamente en el proyecto “Da barraca á aula” que trata de formar a las nuevas generaciones y darle las herramientas básicas para el manejo de títeres tradicionales. “Nós aquí en Lalín temos unha gran biblioteca sobre o tema e estamos dispostos a pasarlle coñecementos a quen lle interese”, dice García.

Anxo García, Pilar Álvarez y Xulio Balado, de Viravolta Títeres. / Cedida
Tras cuatro décadas sobre el escenario, Viravolta sigue llenando aforos “nos bolos que se programan en horarios axeitados” con espectáculos concebidos para un público familiar. “En Galicia é moi difícil facer títeres para adultos porque o público é mi escaso ou case nulo”, afirma Anxo García. “A nena que regou o asubiote” es el último espectáculo de gran formato que han incorporado a su repertorio, mientras que “O galo Kiriko” es la obra que ya mueven como compañía Seis dedos, reservada para espectáculos de pequeño formato. “Viravolta supoño que desaparecerá cando nos xubilemos, sen moita dor. Funcionou durante máis de 40 anos de vida laboral e houbo xente que aprendeu con nós e fundou a súas propias compañías”, comenta Anxo García.
Del siglo XXI
Celtia Figueiras, socia de A xanela do maxín junto a Xosé Breixo, conocido artísticamente como O Topo, forma parte de una generación de titiriteros que creció viendo los espectáculos de los veteranos. De hecho, guarda entre sus recuerdos de infancia la función a la que asistió de Cachirulo (y en una foto que le enseñó Jorge Rey en la que ella sale entre el público). A sus 36 años, lleva ya 16 siendo titiritera, tal y como ella se define a sí misma. “Considerámonos unha compañía multidisciplinar que non só usa títeres, senón que tamén os acompañamos de videoproxeccións, traballo actoral, música en directo e outros elementos adaptados aos novos tempos”, comenta.
“O apalpador e as palabras perdidas” es el último espectáculo que han creado en A xanela do maxín y en él utilizan un monigote gigante y hologramas. Antes estrenaron “Coliño”, su primera obra para bebés, con cuatro intérpretes en escena y música en directo. “Traballamos moito o pequeno formato para levar tamén os títeres ás escolas, teatros e bibliotecas”, explica Figueiras, quien se formó con los maestros veteranos de Cachirulo y Viravolta, primero, y con otros integrantes de la UNIMA (Unión Internacional de Marionetistas) a la que pertenece, más tarde. En su compañía, con sede en Brión, le acompaña su socio, director de teatro por la ESAD y creador de la aplicación web “Teatro de obxectos de Galicia”, y actores y actrices formados también en la ESAD que intervienen en sus espectáculos, como Mario Rodríguez o Julia Abad.
De la misma generación que Celtia es la actriz y titiriteira ourensana Alba Grande, de 34 años, formada en e Institut de Teatre de Barcelona por consejo del veterano Anxo García, con el que coincidió siendo ella adolescente en un proyecto para montar un teatrillo de marionetas en la Casa da Xuventude de Ourense. “Ser titiriteira hoxe vai ligado á multiplicidade de roles e tarefas. Nestes tempos que predomina moito a cultura de emprender, de levar a cabo un proxecto individual, atopámonos con que hai compañías con grandes elencos centradas na capital e o resto somos compañías pequenas e multidisciplinares ás que nos custa moito asentarnos. Hai moita vontade e tamén pulsión por asociarnos, porque necesitamos compartir recursos e apoiarnos, pero aínda que as ferramentas online nos permiten estar presentes en reunións pese á dispersión xeográfica, estamos todas collidas por iso de ‘non teño tempo’”, reflexiona. Apasionada por la parte pedagógica, Grande combina la organización de talleres formativos de teatro de objetos con su participación como actriz para otras compañías, en estos momentos para el espectáculo "Desconexión” de Alakrán, compañía del consolidado director, constructor y titiriteiro Borja Insua, al que considera maestro y hermano mayor y uno de los pocos titiriteiros que hace espectáculos para un público adulto en Galicia.

Borja Insua y Alba Grande, en la obra "Desconexión", de la compañía Alakrán. / Cedida
La multifaceta a la que alude Alba Grande se completa en su caso con un laboratorio de investigación a nivel internacional nacido a raíz de una beca Erasmus Plus en el que participa con titiriteros de diferentes disciplinas de España, Francia, Eslovenia. Grecia e Italia. Como mujer que vive en el rural y como narradora oral reivindica la figura de la juglaresa, denostada en la Edad Media y ensombrecida por la historia patricarcal, y toma el relevo de aquellas soldadeiras con una serie de relatos populares recogidos y recopilados bajo el nombre de “Contos para derretir a cera”, al que siguieron otros alrededor del fuego, de la tierra y del agua.
Los novísimos
A Rafa Rey el oficio le viene en el ADN. Hijo de Jorge Rey y Carmen Domech, lleva en su ADN el arte de esa primera generación de titiriteros formada a sí misma cuando no existían escuelas de arte dramático y se dedicaron a poner de actualidad una manifestación escénica presente en nuestra cultura desde los tiempos de los juglares, la comedia del arte, el mimo y la marioneta. A sus 26 años, lleva dos como director de Nauta, una compañía de teatro al que pone los apellidos de títeres y máscaras. “En el siglo XXI la gente de mi generación no va al teatro, que para mí está muerto y hay que reinventarlo, son de sofá y Netflix. Si la palabra teatro ya no les apela, imagínate la de titiritero o mascarero”, comenta.

Rafa Rey, en el centro, con el logotipo de Nauta y dos actores de la compañía. / Cedida
Con esa realidad ya asumida y tras su periodo de formación en varias escuelas de Madrid, como la RESAD, y en el Teatro Físico de Bruselas, Rafa Rey, que se define como un enamorado de la pedagogía de Jacques Lecoq sobre el movimiento y el actor que se pone al servicio del personaje y la historia recuperando el valor de la comedia del arte, de la máscara, del mimo y del bufón, considera que la escuela no le enseñó lo que significa la profesión de actor, pero se siente un privilegiado porque esa parte ya la conoció mientras crecía y es uno de los cuatro alumnos de los 33 compañeros de escuela en Bélgica que viven de las artes escénicas.
“En la profesión del titiritero y del mascarero (ambas son primas) te pones al servicio de dos objetos inertes y generas la magia de darle vida a un trozo de cartón o madera. Y eso es importante en la era del yo, del mira mi cara, mira mi Instagram, en la era en que incluso los actores de televisión hacen más de ellos mismos que del personaje, en que importa más el ego que la historia”.
Con el objetivo de interpelar a la gente joven hacia algo presencial que no sea una pantalla, las estrategias que desarrolla el elenco de Nauta, formado además por la madrileña Pilar Pingarrón y los gallegos Carlos Gallardo y Raquel Garabal, se basan en montar espectáculos de producción propia sobre temáticas sociales que les inquietan, como la homofobia o el cambio climático. Y lo hacen con una puesta en escena que hace que el fenómeno teatral sea atractivo y diferente a lo que pueda ofrecer el cine, Netflix o cualquier otro espectáculo. Con danza, música en directo, máscaras, títeres de muchos tamaños y texturas, con una dramaturgia contemporánea “muy visual y visceral que intenta establecer un diálogo directo con el espectador y, en el mejor de los casos, una catarsis”.
Buscando una creación colectiva y trabajando desde la improvisación, Nauta tiene espectáculos de sala y de calle. Además han abierto una línea de teatro comunitario involucrando a gente de la calle y que de momento han plasmado en un pasacalles con 25 integrantes de la banda de batucada Trópico de grelos de Santiago, un proyecto sobre identidad de género con 15 personas de la comunidad LGTBI+ y, en 2024, la producción de una de las obras de conmemoración del 40 aniversario del Centro Dramático Galego con un elenco de veinte actores aficionados del circuito de Fegatea (Federación de Asociacións de Teatro Amador de Galicia).
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