En Semente galega en América (Bolanda) que, si la memoria no me falla, fue su último libro publicado en vida, Xosé Neira Vilas incluyó unas breves reseñas de más de un centenar de destacados gallegos y gallegas en América, invitando al lector, o a cualquier interesado, a aportar nuevos datos biográficos de esta serie de emigrantes (y/o exiliados), consciente de que a él ya no le daría tiempo a hacerlo, funesto presagio que, desgraciadamente, se cumplió al fallecer el 27 de noviembre de 2015, unos meses después de que esta obra llegase a las librerías.
Uno de estos personajes era, precisamente, Enrique Muiños, del que confesó tener noticia cuando lo vio en una película interpretando el papel de Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la Repúbica Argentina entre 1868 y 1874: “Era tan naturalmente arxentino -escribió Neira- que non podía imaxinar que nacera en Galicia”. La confirmación de la cuna gallega de Muiño todavía sorprende en Argentina, donde no escasas biografías ubican el nacimiento de este mítico actor de cine y teatro en la ciudad de Buenos Aires. Craso error: cuando sus progenitores, Antonio y Antonia (no me ha alcanzado para averiguar el apellido de la madre, que nunca se menciona) llegaron a la capital, Enrique ya contaba con 12 años de edad.
Hasta aquel entonces, es verdad, Enrique había disimulado muy bien su vocación artística, o hasta es posible que ni siquiera se le hubiese pasado por la cabeza. Pero Buenos Aires era mucho Buenos Aires. Sin embargo, no lo tuvo fácil. Cuando le comunicó a su padre que quería ser actor -conciden Neira y el periodista Ricardo Filighera- éste lo obligó a ingresar en la Armada.
Por cierto, que esta tesitura recuerda bastante a la de Vargas Llosa, al que su padre forzó a matricularse en una academia militar para que “se hiciese un hombre”, en vez de “perder el tiempo” con sus cuentos y poemas. Pero a diferencia de don Mario, Enrique se rebeló desde el primer momento contra la autoridad paterna, y lo hizo a tal punto que abandonó su casa en varias ocasiones, “viviendo en la calle misma, vendiendo diarios o como lavacopas, y se escapaba del colegio, cada vez que podía”, señala el citado Filighera, quien prosigue: “En definitiva, desata la ira de su padre. Y recibe, en consecuencia, soberanas palizas”. Y es que aquel hogar de los Muiño no debía ser un nido de feliz convivencia pues, además de él y sus hermanos, es probable que su madre también fuese víctima de la ira de Antonio.
Tuvo que esperar a cumplir con las milicias (1902) para poder iniciar, profesionalmente, su carrera artística, primero en el teatro, y después en el cine. Y lo hizo en la Compañía de Jerónimo Podestá, en la que cada vez se le fueron ofreciendo papeles más relevantes, y obteniendo grandes éxitos en el teatro El Nacional, con obras como “Así es la vida”, “Triple seco” o “San Antonio de los Cobres”.
En 1922, a los 41 años, realizó una gira teatral por España que lo devolvió a su tierra natal con la Compañía Muiño-Alippi. En esa gira, también se efectuaron presentaciones en Madrid, Barcelona, Valencia, San Sebastián y Bilbao, recibiendo sendos homenajes en Laracha y el Centro Gallego de Madrid. Enrique ya era, a esa altura, toda una figura de la escena.
Fue a su regreso a Buenos Aires cuando comenzó su carrera en la industria cinematográfica de Argentina. Intervino en grandes clásicos como “La guerra gaucha”, “El cura gaucho”, “Su mejor alumno” o “El abuelo”, ésta junto a la también actriz gallega Mecha Ortiz, de la que ya hemos hablado en estas mismas páginas.
Desde 1932 se sucedieron los éxitos y las giras nacionales e internacionales, generando enorme repercusión gracias a sus aportes en producciones como “Así es la vida”, “Los tres berretines”, “Los mirasoles”, “Pan criollo” y “Lo que le pasó a Reynoso”.
En 1941 recibió un Diploma de Honor en los premios Cóndor Académico (otorgado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina), por su labor como mejor actor en la película “El cura gaucho”.
En los últimos años de su vida cultivó la pintura, retirado en la calma y la presencia existencial que le daban los paisajes de la localidad de Capilla del Monte, en la provincia de Córdoba. Murió en Buenos Aires, a los 74 años, a causa de una dolorosa enfermedad.