Hordas de turistas armados con sus cámaras y repitiendo mecánicamente los mismos actos conforman hoy, en “paquetes” vacacionales todo incluido, un concepto de viaje que empezó a acuñarse allá por 1845 cuando Thomas Cook montó la primera de las agencias dedicadas a este fin. No sería hasta los años 70 y 80 del pasado siglo cuando aparece el turismo de masas, colonizando las clases medias hasta convertirse en una de las principales actividades de ocio en todo el planeta. Recorrido apresurado por los tesoros museísticos de Venecia, visita a los gorilas de Uganda, safari por Kenia en cómodos jeeps....
Es un modo de viajar, pero temblarían de miedo los turistas contemporáneos que se trasladan en potentes aviones o trenes de alto standing si supieran en qué duras condiciones debían hacerlo sus antepasados hasta hace no más de un siglo y medio, solo comparable a lo que hace hoy un aventurero como Franco Michiella. La suya es una especie de vocación de perderse dejando a un lado mapas, brújulas o relojes, GPS, radios o teléfonos, con los accidentes de la naturaleza o esos faros móviles que son los astros del cielo como única marca para internarse en territorios inhóspitos u hostiles donde no hay caminos, ni hitos de piedra que marquen la vía... todo un vagar de incierto resultado ajeno a las referencias que hoy se consideran imprescindibles para el viaje.
Nada tiene que ver el turismo de masas y alpargata o del todo incluido con el concepto de viaje que el vigués Luis Piñero, cámara al hombro a sus 28 años con su compañero Rubén Díez, alias “Lethal Crysis”, desarrolla para el segundo canal de viajes en YouTube con más seguidores del mundo de habla hispana. Piñero y Díez, que ya han visitado en cinco años unos 50 países, no desechan los adelantos, los coches, GPS o mapas, pero no hacen ningún asco a visitar los lugares del planeta más desconocidos, peligrosos a veces, comiendo o durmiendo en las condiciones de sus habitantes: al tren de la bestia” al que se suben cientos de migrantes que viajan de Honduras a EE UU, entre las ruinas de una Siria devastada vigilados desde Mercedes negros, a los Konyak de la India, la última tribu de cazadores de cabezas del planeta, por los desiertos helados de Laponia en trineos de viento, en el incierto Pakistán o donde están estos días, intentando confraternizar con muyahidines o talibanes, como se ve en la foto superior. “Necesito el movimiento continuo -me cuenta Piñero desde Afganistán- me deprimiria quedarme más de un mes en un sitio. El viaje me hace evolucionar. Viajar es un acto de coherencia con mis pulsiones interiores, que necesitan nuevos estímulos visuales. Ya dice Drexler en su canción “Movimiento”: si quieres que algo se muera, quédate quieto”.
-Viajar hoy es seguir un camino teledirigido pero ¿os imagináis al viajero medieval, incluso al del Renacimiento? Comenzaba su andadura “ciego”, sin mapas que pudieran doblarse en un morral, solo con imágenes prefiguradas en los sermones religiosos o escritos bíblicos que hablaban de geografías terroríficas o paisajes maravillosos, monstruos infernales o árboles que ofrecían comida en abundancia; gentes ignoradas más allá de sus fronteras, no sabían si hostiles; viajes nunca por ocio sino por comercio, política o metas espirituales; a pie o con suerte a caballo, exponiéndose a tormentas inesperadas, fríos inmensos, calores insoportables; sin guías, apenas posadas pero con chinches, sin caminos o llenos de barro que hundía las cabalgaduras, sin puentes a veces para cruzar los ríos, pero con riesgo de salteadores; navegando por vías marítimas en frágiles embarcaciones a merced de la naturaleza o de los piratas; extraviándose en selvas infinitas, intrincadas y oscuras entre animales feroces… ¿Qué tendrá que ver la idea del viaje en el pasado, o la de Franco Michiella o Luis Piñero con la del turismo de masas actual?