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De aniversarios, cumpleaños… y un poquito de vergüenza

La princesa Leonor, durante el acto de jura de la Constitución. Eduardo Parra / EP

Han sido estos que ahora se van días de múltiples celebraciones, todas vestidas en las formas de aniversarios y cumpleaños para el recuerdo y la historia… Empezando por los Premios Xerais, que el pasado fin de semana celebraron su cuadragésima edición en el parador de Baiona; y acabando anteayer mismo, que fue –como ya todos saben– cuando nuestro querido FARO cumplió los 170 años mejor llevados en la historia del periodismo español.

Pero, claro, sucede que ninguno de estos saraos fue tan importante para garantizar la inquebrantable unidad de España como ese otro cumpleaños. Ya se lo imaginarán, me refiero al de la princesa Leonor. A ver, que al fin y al cabo quién de ustedes puede presumir de celebrar su mayoría de edad jurando la Constitución, ¡ni mucho menos siendo garante de nada, hombre!

Y así ha sido, que sin saber ni cómo ha pasado (el tiempo quiero decir), ya lo ven ustedes, ¡la “funcionaria” más joven de nuestro sistema de gobierno se nos ha hecho mayor de edad! Criatura…

Vaya por delante, señores de la Fiscalía, que yo, por supuesto, no tengo absolutamente nada en contra de la ciudadana Leonor. A ver, a favor tampoco, la verdad. Pero en su contra desde luego no. Ahora, de ahí a dejar un reguero de baba monárquica y perder el culo alabando unos méritos que tienen tanto de existentes como el currículum académico de Pablo Casado, pues… qué quieren que les diga: lo cierto es que en estos días no he podido reprimir unos cuantos accesos de vergüenza ajena. No sé, tal vez unos dos o tres. Puede que incluso dieciséis…

Porque, a ver, seamos realistas (y no, no en el mismo sentido que Jaime Peñafiel): vale que yo soy un patán ignorante, pero, una vez reconocido este punto, ¿puede alguien explicarme qué es lo que ha hecho por nosotros la hija mayor de Felipe El Preparado? Si aun fuera romana, no sé, podrían decirme ustedes que el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, los baños públicos… ¡Ah, y el vino, el vino! Pero no, Leonor no es romana… Estos días incluso han regresado los discursos sobre la garantía de continuidad de cara a la unidad de España, lo cual, en los términos del Frente Popular de Judea, vendría siendo algo así como “la paz”. Pero, como dirían los Monty Python, “¿La paz? ¡Que te folle un pez!” Que uno ya va siendo perro viejo, y tiene a mano bastantes libros de Historia como para saber que los Borbones nunca han sido garante de paz alguna (no hay más que recordar la alegría con la que Alfonso XIII reaccionó ante el golpe de Primo de Rivera, o quién fue el principal avalista en la campaña para la elección –guiño, guiño– de Juan Carlos El Campechano), y que la única continuidad que a esta soberana familia le ha importado siempre es la de sus reales posaderas, tan lucrativamente acomodadas en el trono español, aunque no siempre (por no decir casi nunca) dentro de los márgenes pautados por esa misma ley, Constitución e igualdad de la que tanto les hemos oído hablarnos…

Y, por si todo esto no fuera suficiente, estos días también hemos visto como no pocos medios de comunicación (esos pajarillos inocentes que cantan a la luz de la mañana), “celebraban” el aguardado reencuentro entre las dos actuales facciones del monarquismo español, a saber:

Por una parte, esa extraña perfección del leonorismo, tan fría e irreal como la mirada sin vida de la elfa Galadriel. Y, por la otra, el mamporrerismo garrulo del victoriafederiquismo froilanista juancarlero. O, dicho de otra manera, el “Mortal Kombat” entre la virginal asexualidad de los ángeles indiferentes, y el marrullerismo desatado en favor de todo que no sea el exceso desenfrenado, la fiesta, las tarjetas sin límite del abuelo, los hostiazos en las colas de los baños, el navajazo a la salida de la discoteca… Y no se engañen, eh. Que por más que unos puedan parecerles muy buenos y otros muy malos, en el fondo ambos clanes tienen algo en común: a los dos les importa un soberano carajo su opinión. Chusma, hombre, que son ustedes chusma…

Así pues, ¿saben qué les digo? Que, visto lo visto, yo prefiero quedarme con el aniversario de nuestro amigo Pepe Bordallo, uno de los mejores y más talentosos músicos que ha dado esta ciudad, a quien la semana pasada no se le ocurría mejor gamberrada que cumplir los setenta y cinco años. Y, créanme, a su edad, la carcajada de Pepe, estruendosa, anarco-burguesa y, sobre todo, siempre llena de vida, sigue siendo la mejor composición de nuestro enfant terrible preferido. Para que vean ustedes que, en efecto, los números no significan nada. Ni a los dieciocho ni tampoco a los setenta y yo qué sé…

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