Es sorprendente que, en primera instancia, debamos (también) a Castelao el contar con una de las más bellas canciones escritas en gallego. Me refiero, claro está, a “Lela”, que de la mano de Carlos Nuñez, que la incluyó en su primer disco “A Irmandade das Estrelas” (1996), ha recorrido el mundo en la prodigiosa voz de la portuguesa Dulce Pontes.
“Lela” tiene una curiosa historia. Para empezar, está considerado el único poema escrito por Alfonso Daniel R. Castelao, al menos el único publicado, y si bien es cierto que el carismático galleguista era un gran amante de la música (como lo demuestra el haber sido cofundador y colaborador activo de la Coral Polifónica de Pontevedra) y que la creó con intención de destinarla a integrar la banda sonora de la obra de teatro “Os vellos non deben de namorarse”, al cabo, y casi diría que lógicamente, no fue él quien compuso la melodía.
“Os vellos non deben de namorarse” (asimismo, la única incursión de Castelao en la dramaturgia) se estrenó en Buenos Aires en 1941, pero habría que esperar veinte años, y a que su autor falleciese, para que, en la Praza do Obradoiro el 25 de julio de 1961, se representase por primera vez en Galicia.
Esa legendaria representación es, precisamente, la que recoge la música que hoy conocemos de “Lela”, que fue encargada por Rodolfo López-Veiga (gallego nacido en Cuba, actor radiofónico e incansable animador cultural) al vilalbés Rosendo Mato Hermida.
Nacido en el seno de una familia de músicos, Rosendo Mato residió casi toda su vida en Santiago de Compostela, donde se formó musicalmente y en cuya Banda Municipal tocaba el saxo tenor. También fue miembro del histórico coro Cantigas e Agarimos. Y a él debemos, así pues, esta preciosa melodía en cuya letra se narra el mal de amores que sufre el boticario Saturio, enamorado hasta la locura de la bellísima Lela , quien lo rechaza y hasta se mofa de él debido a su avanzada edad.
Estamos ante una canción de amor y desengaño que si Castelao concibió como propia de una alegre y burlona serenata de tuna estudiantil, Mato acabó por convertirla magistralmente en una especie de fado mestizo.
P.D. “Os vellos non deben de namorarse” y, posiblemente, “Lela”, fueron escritas en Nueva York, como remedio para “matar las horas de nostalgia de Galicia”, según se cuenta en algunos apuntes biográficos del insigne galleguista.