El amor visto por comadreros, ufaneros y zarrapastrosos

¡Ay Bertín, cómo te llueve por culpa de quienes quieren hacer, del amor, calderilla!

¡Ay Bertín, cómo te llueve por culpa de quienes quieren hacer, del amor, calderilla!

Fernando Franco

Fernando Franco

Pobre Bertín, el de Osborne, que por haber entregado tanto amor pasajero, que es una forma legítima del amor, se ve ahora perseguido por mesnadas de damas dispuestas a sacar, del asunto, dividendo. Sandra Domecq y Fabiana Martínez como mater  nutricias siempre idolatradas y luego, lo que Dios le fue dando por el camino en su infinita generosidad a tan ansiado varón al que la madurez no parece afectarle: que si la norteamericana Arianne Brown, que si las españolas Ana Obregón, Mar Flores  o Chabeli Martínez... por no abundar en otras, que si la paraguaya Gabriela Guillén, que si la americana Arianne Brown, que si la danesa Brigitte Nielsen, que si la argentina Gabriela Sabatini... y ahora le aparece una triunfito, la cantante Encarna Navarro, que debe andar mal de tesorería y quiere salir en la lista de víctimas del despecho con efectos retroactivos por el amor bertiniano, al que el gran Vicente Fernández podría dedicarle su disco “Los grandes amantes”: Aunque ya a mi rostro le marquen arrugas/Y aunque ya mi pelo se pinte de canas/ Aún tengo la dicha de alcanzar la gloria/ En los tibios brazos de una linda dama.

Bertín no gana para disgustos porque, si la mayoría de las damas afectadas por esas flechas del amor que ya cantó Karina en los 60 ha sumado su historia con el cantante a las muescas de su revólver y aquí paz y después gloria, dos o tres de ellas se han empoderado, término que ahora está de moda para cualquier nadería, y quieren rentabilizarla a través de los nuevos medios encargados de comprar lo que antes eran intimidades a precio de oro: la prensa y la televisión rosa, que todo lo puede y a las que nadie le pone frenos. Por los pelos se salvó Julio Iglesias (mujeriego sin par aunque ahora la nueva censura haya malogrado tal palabra) del voraz apetito de estos profesionales de lo íntimo que compiten a sangre y fuego entre sí dispuestos, si es menester, a no dejar que la verdad les estropee una buena noticia.

Se salvó Julio porque en los momentos de su esplendor amoroso no existía ni tanto programa cardíaco ni mucho menos Internet, con su corte de advenedizos, comemierdas, zarrapastrosos, ufaneros, oligrofrénicos, comadreros, falsarios y cabroncetes sin oficio conocido ni firma con la que responder ante la ley, dispuestos a imitar el graznido de las aves carroñeras. Se salvó (solo en parte) de ese mundo que ya en los años 60 vio venir Guy Debord en su Sociedad del Espectáculo cuando escribió sobre el advenimiento de una nueva relación social entre personas mediatizadas por imágenes y de la alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado. Bertín, del que todas dicen que se porta como un caballero, vive acosado por las que viven o quieren hacer calderilla del amor y los que las pagan por la delación amorosa, cuando él no es más que un devoto discípulo de Walt Whitman, aquel amador incontinente que decía que el que camina un minuto sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral.

No es Bertín ese Don Juan arquetípico de la literatura española, burlador o libertino que no respeta ninguna ley divina o humana. ¡Qué va! A Bertín, que es un tipo muy experto por vivido pero poco intelectual aún siendo listo, conservador y de derechas a mucha honra, le ha tocado en sus años maduros una sociedad vigilante y delatora en que el Me Too sacudió para bien al mundo y lo convirtió en grito de guerra contra la agresión y el acoso sexual, aunque ahora uno tema darle un beso a una dama si ella no ha firmado antes en papel timbrado o subir en ascensor a solas con otra por si grita; una sociedad aniquiladora del piropo y recreadora de nuevos géneros a más del masculino y femenino, tan adoradora de lo políticamente correcto que empuja a la autocensura. La sociedad de los los, las las, les y demás familia bastarda. Y Bertín no es el acosador sino un gran seductor y un pobre acosado por buscavidas del corazón en una humanidad en la que la estupidez avanzó más que el progreso.

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