Septiembres... Como en cada año anterior, estos son los días de las vueltas. A la escuela, al trabajo, a la rutina… A todas esas cosas en las que no nos apetece pensar hasta que no nos toque regresar. Hasta entonces, escogemos la tranquilidad. Por desgracia, esta vez apenas hemos tenido tiempo ni para extrañarla, que la paz ya se había esfumado cuando aún ni siquiera habíamos deshecho las maletas.
Porque esa ha sido la verdad: esta vez no hemos tenido que esperar mucho para volver a darnos de bruces con la más insalvable evidencia de que, en el fondo, lo nuestro parece no tener remedio. Siento mucho escribir esto, porque, del mismo modo que nunca es buena idea coger borracho el volante de un coche, habitualmente escribir desde la tristeza tampoco suele ser la mejor idea para dejar después un poso agradable en los ojos de quien lee… Pero es que, seamos sinceros, ¿acaso soy yo el único al que, por regla general, el nivel de nuestra clase política le parece deprimente?
Si a esto le sumamos el hecho comprobado e indiscutible de que, en la mayoría de las ocasiones, la conjunción de un político y el acceso a las redes sociales suele ser una combinación tan peligrosa como la de un mono y una pistola, Felipe González y un micrófono, o Miguel Ángel Rodríguez y alguien que le aguante el cubata, pues… No falla: vergüenza asegurada.
Una de mis escenas favoritas en la filmografía de los hermanos Marx es aquella en la que Groucho pronuncia ante el jurado la famosa defensa de su hermano: “Caballeros, Chicolini puede hablar como un idiota, y tener aspecto de idiota. Pero que eso no les engañe: ¡es realmente un idiota!” Noventa años más tarde, esa frase del guion de “Sopa de Ganso” sigue teniendo tanta vigencia como en 1933. Y, esta vez, ha sido algo tan aséptico, tan neutral, tan ajeno a cualquier intención de conflicto como una alerta meteorológica la que ha bastado para, una vez más, dejarnos en evidencia.
Porque, ya lo saben, en el fondo eso es lo que ha ocurrido: el pasado domingo se emite una alerta de Protección Civil advirtiendo a la población del riesgo de tormentas de nivel 1 en la comunidad de Madrid. Como después todos pudimos ver, acomodados en la distancia de nuestros televisores, padeciéndolo bajo los aguaceros o, incluso, tres de nosotros muriendo bajo ellas, las tormentas llegaron, lo arrasaron todo a su paso y, como vinieron, se fueron. Y no, yo no estaba allí, pero tampoco soy tan tonto como para no comprender que un fenómeno meteorológico que se lleva la vida de tres personas y provoca la desaparición de otras tres es algo realmente serio. Lo es. Y, sin embargo, para otro tipo de gente la cuestión no era esa…
Para ese otro tipo de gente, cuya presencia en nuestra sociedad ya es algo más que normalizado (principalmente porque, en muchos de los casos, hemos sido nosotros los que como ciudadanos los hemos puesto ahí), la emisión de algo tan serio como una alerta meteorológica era una maniobra política, la AEMET es ahora una especie de órgano propagandístico-leninista, y las tormentas… Bueno, supongo que aquí podría cerrar el párrafo con algún chiste sobre lo poco empáticas que las tormentas han demostrado ser con los madrileños y su estrambótico concepto de la libertad. Pero no lo voy a hacer. Porque no dejo de pensar en que han muerto tres personas…
Pero, con todo, a esta sarta de imbéciles les faltó tiempo para echar mano de sus teléfonos móviles y empezar a tuitear no sé qué mierdas sobre “pitidos orwellianos”, ataques cardíacos, rigor y falta de precisión. ¡En serio! El mismo tipo que no solo no supo reaccionar a tiempo con las advertencias acerca de la borrasca Filomena sino que, además, acabó hundiendo a su ciudad en un caos aún mayor, ¡ahora viene a dar lecciones en Twitter sobre faltas de precisión!
Es cierto: puede que tuiteen como unos idiotas, e incluso puede que tengan aspecto de idiotas. Pero no se dejen engañar: son unos… Y sin embargo y con todo, lo más triste no es eso, la certeza de que a estas alturas hayamos dado por normales este tipo de reacciones, esta manera de intentar hacer política con todo. De permitir que todo valga. No… Al final de la historia, en el medio, pringando bajo la lluvia, balanceándonos perplejos entre la vergüenza ajena, la risa nerviosa y el dolor, siempre estamos los mismos: nosotros.
No sé, quizá deberíamos estar un poco más atentos a esas otras alertas, las de “Atención, cuidado: político tuiteando”, porque no suele fallar: nada como las redes sociales para detectar a un imbécil. Bueno, a veces los artículos de opinión también sirven…