Brujo Saruman:
“Has librado muchas batallas y arrebatado muchas vidas, Rey Théoden, y has hecho la paz después. ¿No podemos llegar a un acuerdo como antaño hicimos, mi viejo amigo?¿no sellaremos la paz, tú y yo?”
Rey Théoden:
“Tendremos la paz. Viviremos en paz, cuando respondas por la quema del Folde Oeste, y por los niños que yacen muertos en él. Tendremos la paz, cuando la vida de los soldados cuyos cadáveres fueron descuartizados y tendidos muertos frente a las puertas de Cuernavilla sean vengados. Cuando pendas de una horca, como festín de tus propios cuervos, entonces tendremos la paz”.
(“El Señor de los Anillos”. J.R.R. Tolkien)
El pasado mes de agosto Zelenski expuso su plan de paz en la cumbre de Riad. En esa cumbre estaban los países BRICS (sin Rusia), estaban los países del sur global y, muy importante por su influencia sobre Moscú, estaba China.
El presidente Zelenski expuso su plan de paz que consiste en la retirada del ejercito ruso de todo el territorio ucraniano, incluida Crimea; el desembolso ruso del coste de reconstrucción de los daños causados por la guerra y el sometimiento de los líderes del ejército y gobierno ruso al Tribunal Penal de la Haya para que respondan de sus crímenes de guerra.
Ese plan de paz me recordó la respuesta del Rey Théoden al brujo Saruman en “El Señor de los Anillos”: Cuando pendas de una horca, como festín de tus propios cuervos, entonces tendremos la paz. Como en la ficción, ese plan de paz presupone la victoria militar absoluta en el campo de batalla. O incluso más: para llevar a Putin al Tribunal de la Haya, no basta con que los tanques ucranianos liberen su territorio: tendrían que entrar victoriosos en Moscú.
Y mientras tanto los líderes occidentales, desde Joe Biden a Von der Leyen y Borrell, siguen ufanos afirmando que las condiciones de paz las ha de fijar Ucrania. Es evidente que occidente posee el mando a distancia con el que se dirige la guerra de Ucrania. Porque la guerra entre Ucrania y Rusia hace meses que se transformó en una guerra vicaria entre occidente y Rusia. Occidente hostiga a Rusia por mediación de Ucrania, prueba sobre el campo de batalla sus juguetes bélicos y reactiva su industria militar. Todo ello sin una sola baja humana.
Los analistas militares, a diferencia de los líderes políticos, descartan una victoria ucraniana en el campo de batalla. Anuncian una guerra de larga duración, en la que ninguna de las partes podrá vencer militarmente a la otra y que finalizará, sí o sí, con un armisticio o un acuerdo de paz.
Recientemente un ejecutivo de la OTAN reconoció que la paz por territorios constituía una salida realista a la guerra de Ucrania. La reflexión no es alentadora pues la partición de Ucrania parece inevitable y la victoria militar sobre Rusia parece un espejismo. La contraofensiva ucraniana se debilita y todo apunta a que la guerra se prolongará todo el 2024, incluso más allá. Ucrania, lo fía todo a una mayor aportación militar occidental. Si primero fueron los carros Leopard, ahora son los cazas F16 y misiles de largo alcance.
La duración de la guerra no es ignorada por nuestros políticos. Borrell, Alto Representante de la UE para Política Exterior y vicepresidente de la Comisión Europea, recordó que Ucrania llevaba mucho tiempo reclamado ese apoyo aéreo. Y señaló que “por desgracia los F16 no van a poder ser usados muy pronto, ya que antes hay que entrenar a los pilotos y eso supone una ‘tarea larga’” y añadió que “Disponer de soporte aéreo y misiles de largo alcance serían muy necesarios para impedir que Rusia siga bombardeando ciudades ucranianas”. De donde podemos deducir que nuestros dirigentes políticos han asumido una larga proyección temporal de los enfrentamientos con Rusia.
Esto es, con franqueza, inaceptable. En este escenario ya no resulta lógica la implicación económica y militar de todo occidente en la guerra, dejando en manos del gobierno ucraniano fijar los términos de un armisticio o declaración de paz. Porque la guerra tiene incluso en Ucrania crecientes detractores: es apoyada sin fisuras por las élites en la capital y el oeste ucraniano. Pero la población del este, donde se desarrolla el campo de batalla, está harta del sufrimiento que la guerra conlleva. Se calcula que han muerto 70.000 soldados ucranianos, y según el New York Times, las bajas en ambos bandos, entre muertos y heridos, asciende a medio millón de personas. Además hay cientos de miles de civiles muertos, miles de ellos niños y adolescentes.
La partición territorial de Ucrania es una realidad dolorosa para quien ha sido víctima de una inaceptable invasión militar extranjera. Pero lo cierto es que esa guerra está dopada por la ayuda militar occidental. En otras palabras, Ucrania dispara con la pólvora del rey; al gobierno ucraniano –que no a su pueblo- le sale gratis enarbolar un plan de paz iluso e inalcanzable.
Por tanto los gobiernos occidentales ya no pueden afirmar que su implicación en la guerra es para liberar a Ucrania, pues saben que ese objetivo es militarmente imposible.
Más pronto que tarde la ciudadanía occidental tiene que poner a los dirigentes políticos en su sitio y promover una paz realista mediante una solución diplomática.