Pueblos olvidados en el tiempo, mujeres de negro que soportaban con dignidad el peso de resistir y mantener el país con su trabajo, incipientes movimientos reivindicativos y contestatarios que surgían por primera vez tras cincuenta años de silencio impuesto por la dictadura, romerías, represión policial, sombras y luces se suceden en las fotografías que la catalana Anna Turbau (Barcelona, 1949) ha dejado como legado histórico al Consello da Cultura Galega (CCG).
Anna Turbau realizó cerca de diez mil fotografías durante su estancia en Galicia entre 1975 y 1979, los años de la transición a la democracia. Medio millar de esas imágenes conforman un libro editado por el CCG en 2017 y un centenar alimenta la exposición “A intimidade da imaxe”, comisariada por Margarita Ledo, que recorre Galicia desde hace seis años y actualmente está en O Vello Cárcere de Lugo. El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía también cuenta en su colección con obras de la artista catalana hechas en Galicia entre 1975 y 1979.
La fotoperiodista vino a Galicia junto a su compañero cineasta Lorenzo Soler a documentar un proyecto de viviendas en el poblado de O Vao (Pontevedra) para familias de etnia gitana diseñadas por César Portela, a quien conoció en Barcelona. El que iba a ser un destino esporádico para la entonces colaboradora independiente de las revistas “Interviu” y “Primera Plana” se convirtió en su residencia durante cuatro años, hasta que tuvo que abandonar su piso de Santiago por represión policial.
Activista comprometida, la joven fotógrafa se convirtió en testigo de una época de profundo cambio social y político que plasmó en planos medios, planos abiertos y encuadres arriesgados que permiten conocer una Galicia íntima, muy personalizada en las figuras de la mujeres, protagonistas absolutas de su cámara.
Su rabia, la que sentía por saberse víctima de aquellos que pretendían que ella fuese otra persona diferente a la que era, se encontró con la rabia, el sufrimiento y también la eclosión democrática de aquellos a los que retrataba. Y en esa comunión se fueron sucediendo imágenes cargadas de verdad y sentimiento que conmueven al que las ve, incluso en el presente, y conforman un valioso discurso documental de memoria histórica.
Anna Turbau, que se había formado como diseñadora gráfica e la Escola Massana (Centre d’Art i Disseny) y en la ELISAVA (Escola Universitaria de Disseny y Enginyeria de Barcelona), había descubierto meses antes de llegar a Galicia el poder de la fotografía como medio expresivo para visibilizar lo invisible al captar una serie de imágenes en la Ciutat Vella de Barcelona, donde se encontró con una realidad marginal y oculta que la llevaría a ser después una de las figuras destacadas del realismo fotográfico.
Con un estilo personal caracterizado por el uso del blanco y negro con voluntad simbólica y el angular para conseguir efectos ópticos muy expresionistas, además de plasmar con una gran riqueza visual la Galicia rural, las fiestas y romerías, el trabajo de las mariscadoras o el universo de las curanderas, Anna Turbau dio visibilidad a los movimientos sindicales, políticos y asamblearios protestatarios que comenzaban a surgir en esos años, desde las movilizaciones contra las obras de la autopista del Atlántico a los debates sobre la autonomía, pasando por las manifestaciones del naval y las voluntades nacionalistas que le acarrearon más de un problema con la policía.
“Lo de la autopista fue un reto personal, me involucré tanto que al final hasta deseaba tener un metro cuadrado de terreno para ser una afectada más”, comenta. “Quería tener esas imágenes – de personas que muestran los daños que las obras infringían a sus viviendas, de un grupo de mujeres enfrentándose a la policía, una de ellas paraguas alzado amenazante, de señoras que encabezaban manifestaciones de protesta llevando en brazos a sus hijos – para guardarlas, no solo para que se publicaran, por una cuestión de respeto hacia las personas que dejaron que las retratara de una determinada forma y por preservar ese concepto de trabajo. En aquellos años, como ahora, se publicaban con mucha morbosidad determinados temas y a mí eso no me gustaba nada”, explica.
Una de las series fotográficas más destacadas es la que realizó en el hospital psiquiátrico de Conxo, una institución en el momento cerrada a cal y canto a la que consiguió acceder gracias a un amigo médico. En la hora y media que duró la sesión, al atardecer y sin apenas luz natural, la fotógrafa iba captando imágenes de los pacientes, de las instalaciones, de las camas,... Y se produjo un encuentro con una adolescente internada allí a la que retrató con una muñeca en la mano y una mirada que remueve sentimientos. “Me la encontré y ella me encontró a mí; son cosas que pasan en la vida: a veces conoces a una persona y aun sin hablar estableces un vínculo del que no sabes el porqué. Supongo que ella necesitaba cariño yo estaba en un momento personal muy duro en el que necesitaba lo mismo que ella. Esa mirada que transmite ella era la misma que tenía yo en ese momento. Fue una comunicación preciosa”.
Las fotos de Conxo no se hicieron públicas hasta 40 años después de que Anna Turbau las realizara. “Cuando decidí sacarlas a la luz, siempre en libros o en exposiciones, gracias a psiquiatras que conocían a esa adolescente que nunca tendría que haber estado allí, se estableció una especie de búsqueda de esa mujer y me enteré de que ya había muerto. Sabían quién era, no la enfermedad o síndrome que padecía. Se pasó toda su vida en el psiquiátrico”.
El trabajo de Anna Turbau sirvió para dar a conocer a España diversos aspectos de la realidad gallega de los albores de la democracia, como es el caso del caciquismo y la manipulación electoral. Por encargo de la revista Interviu, realizó junto a su compañero y amigo el periodista Perfecto Conde un reportaje sobre las votaciones en las elecciones de las cámaras agrarias, “un chanchullo exquisito”, que les llevó a recorrer el rural con el censo electoral en mano para desvelar el fraude en lo votos. De esa serie es la foto de un matrimonio en Cenlle (Ourense) en la que la mujer mira a la cámara junto a su marido, encamado, quien, según las listas, había votado en el colegio electoral. También hizo fotos en el cementerio a las lápidas con los nombres de personas que supuestamente habían emitido su voto. “Obviamente tuvimos que salir por piernas, era un escándalo lo que pasaba y encima tenían la desfachatez de que les daba igual que se viera ostensiblemente”, relata.
Eran los años en que comenzaba a celebrarse en democracia el Día da Patria Galega. “Más que nacionalismo, que había mucho, había una expresión de libertad, de decir ‘esto es lo que queremos’, de sentimientos tantos años reprimidos, de ideales, de cómo hacer una Galicia diferente. Digamos que el espíritu nacionalista fue el que menos me llamó la atención porque cuando hay una mujer sencilla con su carterita en la mano chillando en la Plaza del Obradoiro, chilla por Galicia, por ella, por su familia, por todo el sufrimiento arrastrado de la supervivencia. Poder expresar eso me maravilló”.