La naturaleza, la vida del rural y del mar, las historias de la emigración gallega y el valor del trabajo y el esfuerzo. Los primeros cuatro años de vida, en los que Chus Martínez (1972) convivió durante mucho tiempo con sus abuelos en O Couto, un pequeño pueblo cerca de Ponteceso, en la Costa da Morte, marcaron para siempre su forma de entender el mundo. La comisaria de arte, una de las más relevantes a nivel mundial, no ha dejado nunca atrás sus orígenes, lo que la ha motivado a imaginar el arte en formatos diferentes y dirigir su mirada a gente que escapa de lo convencional. Arriesgando… Y casi siempre ganando.
Chus tiene una envidiable trayectoria profesional que no pasa inadvertida. De hecho, la revista Art Review la situó entre las cien personas más influyentes del arte. De la dirección artística de la Sala Rekalde de Bilbao pasó a convertirse en la primera directora mujer de la historia del Frankfurter Kunstverein (FKV), un centro de más de dos mil metros cuadrados en el mismo corazón de Frankfurt. Trabajó como comisaria en la 13ª edición de la Documenta de Kassel y dirigió durante un año el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) hasta responder a la llamada de Carolyn Christov-Bakargiev para entrar en el equipo de Documenta. Tras su experiencia como conservadora jefe del Museo del Barrio de Nueva York, fue fichada hace 9 años para dirigir el Instituto de Arte de la Academia de Arte y Diseño de Basilea, donde permanece actualmente.
Una mujer con ansias de seguir aprendiendo y para la que asumir nuevos retos es un atractivo al que no quiere (ni puede) resistirse.
Hablamos en el mes de agosto, mientras disfruta junto a su marido (escritor alemán) en su casa de Mallorca, y ambos aprovechan para escribir, otra faceta importante del trabajo de Chus. Martínez da conferencias, escribe catálogos y ensayos críticos y colabora en medios especializados internacionales. Incluso en la pandemia buceó en las historias de las generaciones anteriores a su familia, que plasmó en “Corona Tales. Let life happen to you”.
En breve se reencontrarán con su hijo de 14 años que está en O Couto, donde cada verano absorbe también esas raíces gallegas que para su madre han sido tan importantes.
Nos cuenta que tras aquellos imprescindibles veranos en Galicia, a los cinco años Chus se instaló con sus padres en Barcelona, donde pasó toda la etapa escolar y comenzó a estudiar Filosofía e Historia del Arte. “Me encantaba estudiar y la verdad es que tenía unas notas muy buenas. Nadie en mi familia tenía ni remotamente relación con el mundo artístico, ya que mis padres eran del campo y del mar, pero también en el rural hay mucha creatividad e imaginación y así me lo transmitieron, al tiempo que me ofrecieron un apoyo incondicional en todo lo que quise hacer”, agradece la gallega.
Aunque asegura que no tenía claro hacia dónde dirigiría su futuro profesional, Chus sí tenía una total certeza desde muy joven sobre su deseo de “ver mundo”, estudiar en distintos países y, gracias a las numerosas becas que recibió, así lo fue cumpliendo. Estudió a conciencia alemán y así pudo terminar la carrera en Alemania. Siguió su recorrido formativo por Suecia, Colombia y Estados Unidos. “No paraba de moverme, buscaba otro máster y otra beca más, era maravilloso seguir ampliando mi horizonte vital, aunque seguía sintiendo que no sabía lo suficiente”, advierte.
Poco a poco, Chus fue descubriendo sus pasiones y percibió “que la teoría por sí sola me sonaba vacía, pero que el poder de transformación del arte podía ser enorme”. Así, “casi de casualidad”, se fue embarcando de la mano de algunos de sus profesores en los más diversos proyectos como comisaria. “Me entusiasmaban las propuestas, algunas muy locas, que me ofrecían, y disfruté y aprendí muchísimo con aquellas primeras exposiciones”, cuenta Martínez.
Se casó muy joven – “el primer matrimonio fue también un aprendizaje”- y siguió viajando, participando en proyectos y conociendo a artistas.
“Acabas teniendo mucho material, descubriendo distintas formas de contar la historia contemporánea… Empiezas con la masa y acabas con el pan”
Su talento pronto comenzó a destacar y tras una primera oportunidad para trabajar en la Sala Moncada de Barcelona, la comisaria fue invitada en el año 2002 a llevar la dirección artística de la Sala Rekalde de Bilbao.
Su siguiente destino fue la dirección del Frankfurter Kunstverein (2005–2008), etapa en la que comisarió exposiciones individuales de artistas como Esra Ersen, Wilhelm Sasnal o Ibon Aranberri, entre otros. “Me encantan los cambios; si pasas demasiado tiempo en el mismo puesto es difícil seguir aprendiendo. En nuestra cultura hay poco movimiento en los equipos y eso es un error, siempre hay que proporcionar a la gente la posibilidad de que evolucione”, considera.
En 2008, Chus confiesa que la morriña tuvo mucho que ver para aceptar el cargo de comisaria jefe del Museo de Arte Contemporánea de Barcelona (Macba). “No me resultó fácil trabajar en mi país, aunque el equipo que tenía me gustaba y aprendí mucho con ellos”, recuerda.
La experiencia no fue lo que realmente esperaba, por lo que al año siguiente aceptó con gusto incorporarse al equipo de comisarios de la 13ª edición de la Documenta Kassel, el gran banco de pruebas del arte contemporáneo que se celebra cada cinco años en esta ciudad alemana. “Durante tres años me dieron mucha libertad para desarrollar proyectos y una de sus sedes paralelas fue Kabul, lo que fue para mí todo un descubrimiento: un mundo al que no podemos o no queremos tener acceso y que me permitió entender qué significa lo propio y, a partir de ahí, elaborar programas específicos para gente del mar, del rural o para personas con problemas de salud mental. Que el arte esté en los museos es obvio, pero la función motivadora que tienen los artistas que viven en nuestro lugar es algo mágico”, opina.
A su clausura fue fichada por el Museo del Barrio de Nueva York, fundado en 1969 para estudiar y difundir las culturas latinas de Estados Unidos y la producción artística del Caribe y Latinoamérica. “Tener instituciones como esta para entender los procesos culturales de las segundas generaciones migratorias es un concepto muy necesario, pero me resultó muy traumático porque era una institución muy tumultuosa, en guerra constante, y fue un fracaso, pero un fracaso glorioso porque aprendí muchísimo”, confiesa la que fuera comisaria jefe del centro neoyorquino durante un año.
Chus ha sido también comisaria del Pabellón de Cataluña en la 56 Biennale di Venezia (2015) y del pabellón de Chipre en 2005. Trabajó en la Bienal de Estambul (2015), en el Carnegie International (2010) y en la Bienal de São Paulo (2010). Otro de sus logros fue la fundación de la Deutsche Börse Residency Program, una residencia para artistas internacionales, escritores de arte y comisarios.
En su imparable carrera, la gallega logró el reconocimiento de la crítica y su presencia ha sido habitual en “The Power 100”, ranking elaborado por la revista Art Review con los agentes más influyentes en el mundo del arte, algo que ella agradece pero no otorga excesivo valor. “Me gusta plantearme pequeñas metas; tener tomates no significa que todo vaya a ser cíclico, hay que seguir trabajando cada día y ver cómo podemos seguir ayudando”, destaca.
Sin embargo, confiesa que también ha percibido el machismo a lo largo de estos años. “Es complejo describirlo, pero por supuesto que existen diferencias sobre cómo se considera el trabajo de un hombre y el de una mujer con un cargo en el mundo del arte; cómo se habla de nuestros errores… En fin, aprendes a lidiar con ello pero sigue habiendo diferencias”, apunta.
Y del ámbito museístico, hace 9 años la comisaria gallega dio el salto al académico, al ser la elegida para dirigir el nuevo Instituto de Arte de la Academy of Art and Design de Basilea (Suiza). “Era un nuevo reto porque excepto algunas charlas y seminarios esporádicos, no me había dedicado nunca a la educación. Sin embargo, pronto me di cuenta de que dirigir una escuela es como un comisariado mágico en el que tratas con artistas, contenidos, defines un currículo con los profesores, dotas de formas organizativas, haces proyectos expositivos… Es un oficio que se aprende haciéndolo”, describe.
Ya lleva 9 años en esta tarea, mucho más tiempo del que la inquieta gallega ha permanecido en cualquier otro lugar. “Me costó un poco adaptarme ya que aunque hablan alemán, las formas de hacer son muy diferentes en Suiza: su efectividad es inmensa, pero te lleva tiempo entender cómo funcionan las cosas, qué valoran… Es una sociedad menos obvia que otras”, explica. Sin embargo, el cariño que recibe compensa todo el esfuerzo. “Me tratan muy bien y es complicado querer irse de un lugar así en el que ves que te apoyan y que el proyecto funciona”. Cada año solo aceptan a 60 nuevos alumnos en el instituto y otros 50 en el máster. Estos privilegiados cuentan con el asesoramiento de 62 profesores que realizan “un sistema de seguimiento y atención muy pensados”, describe la directora.
Martínez planeó desde el principio tender puentes con Galicia y, gracias a un acuerdo con la Fundación María José Jove, cada año becan a uno o dos alumnos gallegos. “Hasta ahora, cinco han disfrutado ya de la experiencia y todos ellos se están labrando un camino en el arte muy prometedor”, comenta con orgullo Martínez, que mantiene intacta su fe en el poder de la educación y de la cultura para mejorar la sociedad y transformar el entorno.
Para la experta, los padres nunca deberían desmotivar a un hijo que desea ser artista. “Ellos saben que van a tener que pasar por muchos procesos, pero si tienen creatividad valdrá la pena. Hay que dar credibilidad a la persona que tienes delante y ver cómo puedes ayudarle. Además, en el mundo del arte hay muchas más salidas de las que imaginamos en un principio, por ejemplo en proyectos de mediación artística, y cada uno tiene que buscar su camino”, finaliza con la pasión que caracteriza su discurso.

Julia Minguillón (Lugo, 1906-Madrid, 1965) comenzó a formarse a los 11 años durante la estancia de su familia en Valladolid. En 1923 consiguió una beca para la Escuela de San Fernando, en Madrid. Fue una de las pocas artistas gallegas que logró verdadero reconocimiento nacional a lo largo del siglo XX y, sin embargo, aún hoy en día no goza de la visibilidad que merece.
En 1933 expuso por primera vez en el Concurso Nacional de Retratos, una de sus especialidades. Su primera participación en la Exposición Nacional de Bellas Artes fue en 1934 y obtuvo la tercera medalla con la obra “Jesús con Marta y María”. Al inicio de la Guerra Civil, se refugió en la casa paterna de Vilanova de Lourenzá y se casó con el periodista Francisco Leal Insua. Recibió la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1941 e hizo historia al ser la primera mujer en conseguir este galardón, al que aspiraban todos los plásticos a lo largo del siglo que duraron estos certámenes. Formó parte de una gran generación de artistas gallegos, encabezada por Maruja Mallo, que trabajaban el vanguardismo.