“Tormenta Vinicius” ¿Es Galicia racista? La visión migrante

El “caso Vinicius” reabrió la polémica de los discursos de odio vertidos en el fútbol. Y apremia la necesidad de saber hasta qué punto es el campo un reflejo de la realidad. ¿Acaso puede ser racista un pueblo migrante como el gallego? “Vigueses con otros acentos y colores” responden

A la izquierda: Ana María, Beatriz, Gabriel, Clara, Vicente, Amanda, Isaías y Miriam(desde izq.) | A la derecha, ciudadanos de origen magrebí y subsahariano en una mezquita de Vigo tras el rezo.

A la izquierda: Ana María, Beatriz, Gabriel, Clara, Vicente, Amanda, Isaías y Miriam(desde izq.) | A la derecha, ciudadanos de origen magrebí y subsahariano en una mezquita de Vigo tras el rezo. / Pablo Hernández Gamarra

Una situación tan desagradable como cotidiana es la de la violencia verbal en las gradas de los estadios de fútbol. Más allá de análisis sobre por qué el ‘caso Vinicius’ tiene más repercusión que otros cientos. O cuan es poder del presidente madridista... Surge la duda de qué significan realmente los insultos vejatorios al jugador. ¿Es el fútbol el espejo del alma de su sociedad? Qué pasa en Galicia, ¿es posible ser racista si se ha sido emigrante? Vigo como ciudad cosmopolita que es, representa una buena plaza donde tomar la temperatura a la discriminación ejercida dentro de la sociedad gallega.

“Por lo menos yo soy de aquí, no vine de otro país”, “a ti qué te importa, tú no eres de aquí, no es cosa tuya”, “no queremos ir contigo”, son solo algunas de las lindezas que Amanda, una argentina de casi 13 años, ha tenido que aguantar cada día en el colegio en los escasos 11 meses que lleva en Vigo. ‘Son cosas de adolescentes’ se podría pensar, pero el caso es que la única forma que encuentran sus compañeras para insultarla es su nacionalidad. Esas mismas que cuando llegó la rodeaban, adulando su característico acento porteño, son las que hoy la desprecian, haciéndole el vacío no sin antes hacerle saber que no es bienvenida.

No la pueden llamar gorda, ni fea. Cumple los requisitos de la denostada la industria de la moda para ser portada de cualquier revista. Tampoco tonta, habla con una madurez que impresiona. Pero en el recreo la dejan sola. En la búsqueda de palabras que de verdad le haga daño, sus compañeras tiran del recurso fácil: es extranjera. Una condición que no depende de ella y por la que no debería sentir vergüenza. Y para más inri, una extranjera que representa a un país que acogió hordas de gallegos cuando el hambre y la persecución política arreciaban, pero eso, probablemente no lo saben las chicas de su clase.

“Vinimos a Galicia porque desde allá se tiene la impresión de que el lazo entre argentinos y gallegos es fuerte, de hermanos, pero no es así”,

Relata con tristeza Marcela, su madre

Vicente, Beatriz,Isaías y otros migrantes que denuncian casos de racismo

Vicente, Beatriz,Isaías y otros migrantes que denuncian casos de racismo / PABLO HERNANDEZ GAMARRA

Una psicóloga a la que solo le ofrecen trabajo de “doméstica”, porque homologar títulos es una odisea que tiene su propia categoría oficial en el mundo de la discriminación. Se llama racismo institucional y según el historiador y presidente del Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial o Étnica (CEDRE, dependiente del Ministerio de Igualdad), Antumi Toasijé, “es la más insidiosa de todas”.

Y es que la discriminación tiene muchas formas. “Lo primero que hay que distinguir es la diferencia entre racismo y xenofobia. El primero hace referencia al rechazo al origen étnico que se percibe por el color de la piel o los rasgos. El segundo es el rechazo hacia las personas que son de otro país, independientemente de su color de piel”, explica la doctora en Sociología y coautora del libro ‘Muller Inmigrante, lingua e sociedade’, Iria Vázquez Silva. 

“Hace falta pedagogía para aplacar el racismo”

Iria Vázquez

— Doctora en sociología

Es decir, los insultos a Amanda responden a la idea instaurada de que unos países están por encima de otros. Una percepción que, con mayor o menor intención, se ve en casa y se aprende. “Hace falta más pedagogía”, sentencia la doctora. Porque el problema no es el conflicto sino la actitud de aislar por ser de ‘fuera’ y que la nacionalidad sea vista como un insulto.

“Echo de menos el calor”, es lo que contesta María Ana cuando se le pregunta qué le ha faltado estos meses en Vigo. Se emociona porque no habla del eterno verano de su ciudad en su Venezuela natal, sino del calor humano. “Entraba en el autobús y daba los buenos días. Nadie contestaba. Me hacía sentir tan lejos de mi casa... Luego entendí que cada lugar tiene su forma de ser y que yo no podía perder la mía”, reflexiona esta mujer que abandonó su tierra “tras el segundo secuestro”. “Íbamos en coche por lo que aquí llaman carretera, no la autopista. Salieron unos delincuentes armados. No sabíamos qué iba a pasar. Nos retuvieron durante cinco horas. Es una experiencia que no se la deseo a nadie. Fue horrible. Nos quitaron el coche, pero nos dejaron con vida”, relata con el corazón en un puño. La experiencia le hizo encerrarse en casa durante semanas, no quería salir, pero tampoco estar sola dentro. “Yo siempre decía, si voy a España será de visita y ya. Pero no se pudo más”.

Tuvo la suerte de marcharse con su marido y su hijo. Son muchas las mujeres de toda Latinoamérica que vienen solas, porque es más fácil para ellas encontrar trabajo y mandar a casa las famosas remesas con las que quienes emigran ‘mantienen’ en gran medida la economía de sus países de origen. “De los tres, el que peor lo ha pasado es mi hijo”. ‘Guacamayo’, ‘sudaca’ o ‘negro’, son algunos de los apelativos desagradables con los que ciertos compañeros del instituto se dirigen a él. Su madre, comprensiva, le anima diciéndole que no pasa nada. Y justifica que como él es de piel más oscura pues claro... “Aun así siempre le digo a mi hijo que no pierda su esencia. Que recuerde lo que le hemos enseñado su padre y yo. Ya tiene 18 años y hará su camino”. A pesar de todo, María Ana dice que ha encontrado en Galicia “gente muy buena” pero también algunas personas que no le han “tratado bien”. “Son gestos, a veces te miran como si pensaran ¡ay, Dios! Un día en el autobús una persona se iba a sentar a mi lado y al llegar a mi altura de repente cambió de puesto”, narra con una sonrisa paciente esta mujer, para la que abandonar su país es “una herida abierta”, que nunca pensó que acabaría limpiando una casa porque no tiene otra opción y que se repite a sí misma que “la felicidad es una decisión personal”.

“Mamita, no llores. No te puedes levantar de madrugada todos los días y trabajar así en el campo. Debes irte con él (su hijo)”, le dijo Angelita a Clara, su madre, cuando solo tenía 17 años. Su llegada a España fue un viaje ‘sorpresa’ organizado por sus hijos. La situación de trabajo extremo y precariedad en la castigada zona de Perú de donde proviene, era insostenible. Su marido, enfermo, ya no la reconocía, ‘señora qué hace aquí’, le solía decir. Y ella, a destajo en el campo para mantenerle como podía. “Fue para mí una tragedia”, dice sin perder la sonrisa. Dice que su vida en Galicia es mejor, aunque echa mucho de menos a su hija. Que la gente la ha tratado bien. Y que nunca dejó de tener trabajo. Algo normal según aprecia, porque “hay muchas personas ancianas”, ella es interna.

“La convivencia entre musulmanes y gallegos es ejemplar”

Abdel El Aziri

— El Centro Cultural Islamico De Vigo

Si el color o el acento, son motivos suficientes para que se suelte el que quiere odiar, la religión es otro. Sin embargo, y a diferencia de otros puntos del país, los gallegos son respetuosos con otras confesiones. “Desearía la convivencia que hay entre la comunidad musulmana y el pueblo gallego, que es ejemplar, para otros lugares”, afirma el secretario general de la Asociación Cultural Islámica de Vigo, Abderrahim (Abdel) El Aziri.

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    30%

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Y es que las percepciones de actitudes racistas son tan variadas como las personas. Y, aunque suele haber alguna situación reseñable, al preguntar por las experiencias, quien no ha tenido un conflicto físico, suele ser positivo. Aunque parece generalizada la sensación de “maltrato de la Administración”. “Hay que flexibilizar la burocracia porque España tiene necesidad de mano de obra. Es muy frustrante hacer todo el sacrificio para poder trabajar y ver que no es posible”, dice Miriam, una joven andina que está a punto de irse a Australia. Después de intentarlo en Galicia, la han contratado para ejercer su carrera, Hostelería y Turismo. “Aquí no tenía oportunidades”, afirma.

A pesar de todo hay quienes, incluso, son capaces de ponerse en los zapatos del otro (el gallego). “Quienes venimos somos nosotros. Somos nosotros los que tenemos que adaptarnos”, opina Isaíasl, un venezolano de pelo blanco y piel morena que vino por su hija, que formó en Galicia una familia. Ahora él ha creado un grupo de ajedrez para ofrecer a los chavales actividades de ocio saludables. Igual de comprensivos se muestra el matrimonio de mexicanos formado por Beatriz y Gabriel, que aguantaron estoicos 6 años separados hasta que hace cerca de año y medio él vino a vivir junto a su esposa. “Es normal que haya normas, debemos respetar ese orden”, dice Gabriel.

“Hoy no podemos vivir en nuestros países”

Ana María

— Migrante peruana

Los ciclos migratorios son de ida y vuelta. Y las motivaciones para emigrar son diversas. “Por el futuro de mis hijos”, “inseguridad”, “no teníamos comida en los supermercados”, son algunas de las razones que manifiestan estos emigrantes ‘vigueses’. Porque, como dice Ana María, “siempre que uno emigra a otra patria, lo hace pensando en nuevas oportunidades y un futuro”. Y remata con serenidad, “hoy no podemos vivir en nuestros países”.

A vida o muerte

Ellos son los ‘privilegiados’ que llegaron en avión en viajes, más o menos, organizados. Pero, ¿qué pasa con quien huye de su país? Alfredo era profesor universitario en Guinea Ecuatorial. Aquí es un ‘negro’ más. Huyó (con la ayuda de cuatro embajadas de por medio, incluida la española) tras la segunda paliza a manos de los soldados de Obiang Nguema. “Me dieron por muerto”. En su país es un conocido activista pro derechos humanos. “Saben dónde estoy, pero creo que aquí no se atreverán a matarme”, dice consciente de que el dictador tiene en España ‘ojeadores’ que controlan a los guineanos influyentes que han conseguido salir. Pero, pese al peligro, Alfredo no quiere el asilo. Otros africanos no tienen más remedio.

La discriminación tiene múltiples formas, unas más sutiles que otras: racismo, xenofobia, aporofobia o clasismo

En la sala de espera de Accem en Vigo, hay una mezcla de emociones. Dos chicos senegaleses, a la espera del intérprete, bromean mientras chatean por WhatsApp. Una chica de Europa del Este mantiene la mirada perdida, mientras permanece callada con cara de preocupación. Quienes les ayudan a formalizar su situación administrativa en España, ilustran lo que supone para alguien tener que reconocerse como asilado o refugiado. Es como la nada, porque estar en Galicia no es una elección, es una necesidad.

“No puede tener cabida en la sociedad el que odia”

Daniel Bóveda

— Accem Galicia

1. Ana María, Beatriz, Gabriel, Clara, Vicente, Amanda, Isaías y Miriam(desde izq.)  | // PABLO HERNÁNDEZ

Ciudadanos de origen magrebí y subsahariano en una mezquita de Vigo tras el rezo. / Pablo Hernández

“Acompañé a un hombre a formalizar el alquiler de un piso. Cumplía todo lo que la casera pedía. Cuando llegamos nos dijo que no esperaba que fuera para una persona como ‘esa’, con él delante”, recuerda la directora de Accem Vigo, Ariadna Navarro. La propietaria se refería a la piel negra del que fuera médico en su país de origen. Una cuestión también de aporofobia (fobia a las personas pobres). “En España hay racismo. El fútbol es una representación de la sociedad”, sentencia el representante territorial de la entidad en Galicia, Daniel Bóveda. Que remata subrayando que “hay partidos que difunden bulos o medias verdades que influyen sobre la vida de las personas. No puede tener cabida el que odia”.

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