El final de este jodido mundo

La nadadora Lia Thomas / Cedida
Ahora que todos tenemos que ser buenos y quedarnos calladitos ante los temas que generan controversia, permítanme una travesura. Dejen que les cuente mi opinión sobre las mujeres transgénero. Para ir directos al grano, les diré que estoy a favor. Integración, aceptación, cultura diversa e inclusiva. Faltaba más. Ahora bien, otro asunto completamente distinto es el que vincula a las mujeres transgénero –hayan recurrido o no a la asistencia médica para cambiar de sexo– al deporte. ¿Tienen derecho a competir? Por supuesto. ¿En la categoría femenina? Hum.
¿No sería posible una categoría femenina que incluyese la palabra transgénero o que indicase un “género abierto”? De lo contrario, imagínense: sería posible que una persona nacida hombre y convertida en mujer transgénero, de metro noventa de altura y de al menos ochenta y cinco kilos de peso, se enfrentase en un campeonato de natación a compañeras con características físicas biológicas y técnicas muy inferiores. Pues exactamente eso es lo que ha sucedido con Lia Thomas, que ha ganado un campeonato de natación y que, ante las quejas de sus compañeras, las ha acusado de “falsas feministas”, llegando a compararse a sí misma, en cuanto a discriminación, a las atletas negras en sus tiempos.
Al leerlo en prensa, sonreí. Qué afán por ganar, qué extraños argumentos. Hasta Martina Navratilova, –abiertamente lesbiana y feminista– ha declarado considerar “tramposo que las mujeres transgénero compitan en un deporte femenino”, pues biológicamente siguen siendo hombres. Ella misma ha propuesto una categoría de género abierto para quien se considere trans, no binario o genderqueer. No olvidemos, tampoco, a aquellas que sufren androgenismo y hermafrodismo, pues estas últimas tienen características de ambos sexos, y tendrían también que tener su espacio.
En este sentido, Caitlyn Jenner también ha realizado unas declaraciones muy interesantes; como algunos sabrán, Caitlyn antes se llamaba William Bruce Jenner, y en su vida ha sido popular, primero, por sus éxitos deportivos, llegando a ganar el oro olímpico en 1976 en decathlón; y segundo, por ser el padre de dos de las famosas Kardashian. En 2015 realizó la transición de género, procedió a terapia hormonal e intervenciones quirúrgicas y, ya en 2021, declaró su oposición a que hombres biológicos trans compitiesen con mujeres; “simplemente, no es justo”, declaró.
Esto de hacer declaraciones trae muchos problemas, porque opinar es como expandir una onda letal con posible retorno; y si no que se lo pregunten a J. K. Rowling; ella, que llegó a decir “me manifestaría con vosotras si se os discriminara por ser trans” se vio acusada de transfobia por no identificar a las mujeres transgénero como mujeres, sin más. ¿Por qué no puede aceptarse el matiz? Mujer transgénero. No le veo yo el problema. Sin embargo, sí percibo de inmediato la discrepancia de fuerzas en la piscina entre Lia Thomas y sus compañeras.
Recuerdo cuando vi la magnífica serie The end of the fucking world (El final del jodido mundo), en Netflix. Sí, también veo series, no les voy a hablar siempre de libros. El protagonista, James, creía que era un psicópata. Se echó de novia a Alyssa –una chica que aseguraba odiar a todo el mundo– para asesinarla y ejercer por fin como el cruel asesino que creía que era. Sin embargo, según comenzaron a vivir correrías juntos, ambos descubrieron en su tortuoso camino hacia la madurez que no, que no eran quienes pensaban. Que el mundo era un tinglado extraño lleno de modas, prejuicios, ofensas y normas inventadas. Que lo suyo no tenía por qué llamarse de ninguna forma, aunque ambos ya supiesen por fin quiénes eran. ¿Por qué no puede haber en el deporte, también, una categoría de competición de género abierto?
No me vale el argumento de Lia Thomas, conforme su título de campeona es lícito porque incluso entre mujeres hay diversidad biológica. Claro que sí, querida, pero en este juego hay algo que se llama principio de igualdad de armas, y creo, y opino –aunque lluevan sobre mí rayos y centellas– que los derechos de algunos no pueden suponer injusticia para otros. Sería el comienzo del fin de este jodido mundo.
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