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Sensibilidades modernas

Una Agatha Christie muy playera, durante unas vacaciones. FDV

Todo comenzó con las clases de gimnasia. Llámenme antigua, pero cuando a mi hijo —que con 12 años está en primer curso de la ESO— le comenzaron a poner exámenes teóricos en las clases de gimnasia, fruncí el ceño.

—¿Seguro? ¿Parte de la nota final es de un examen teórico?

—Que sí, mamá. Sobre la historia de balonmano y cosas así.

—¿Y eso?

Se encogió de hombros. Después, reflexivo, suspiró una sospecha:

—Supongo que así sacamos nota igual, aunque no estemos en forma. Así no nos frustramos —concluyó, y se marchó a merendar.

Me quedé pensando en la frustración y en el avance de los tiempos. Que no es que esté mal que los chicos aprendan la historia de las Olimpiadas y las normas del baloncesto, pero siempre había pensado que crear el saludable hábito del ejercicio era lo primordial de estas clases. Les advierto que sobre este punto puedo contradecirme en cualquier segundo, pero lo de mens sana in corpore sano parece que se va diluyendo.

Si se frustra alguna criatura por no poder saltar el potro o hacer una carrera de relevos, vaya por dios. Que aprenda a manejar su frustración, digo yo. Y me refiero a los estudiantes que dispongan de facultades físicas corrientes, por supuesto: no se alteren algunos, que las sensibilidades exageradas resultan ridículas.

Ya sabrán lo que publicó el Sunday Telegraph hace unas semanas sobre la obra de Agatha Christie; al parecer, también había que adaptarla a las “sensibilidades modernas”, y la editorial HarperCollins iba a modificar y reescribir parte de la obra de la famosa autora para no herir la delicada susceptibilidad de sus lectores. Y no solo iba a eliminar expresiones como “negros u “oriental”, tal y como ya había hecho con el título “Diez negritos”, que ahora se titula “Y no quedó ninguno”; HarperCollins iba a eliminar pasajes enteros y a reescribir otros, pues con la mentalidad actual resultaban inaceptables determinadas descripciones físicas de los personajes, además de insultos y/o alusiones étnicas. A mí esto me recordó lo de las clases de gimnasia de mi hijo, y pensé que quien no sabe jugar con el calor que da una pequeña llama no debería encender ningún fuego. Si usted no es capaz de contextualizar lo que lee, no lea. Si cree que los libros son manuales de conducta, olvídese de las novelas de terror y de las románticas: en la vida real no se llevará más que decepciones. Si usted carece de pensamiento crítico, de capacidad para ahondar en el sentido y significado de la palabra, no se sienta herido por algo que no entiende. No censure con la mirada del siglo XXI si es incapaz de tomar perspectiva y saltar con sus zapatos a la época en que haya sido escrito el texto que está usted leyendo. ¿De qué tenemos miedo? ¿Creemos, acaso, que si borramos el pasado éste dejará de existir? En tal caso, propongo eliminar a la propia Agatha Christie, pues cuando nació era una burguesa que vivía de rentas, y los pijos ya no se llevan. Claro que en aquella época —por lo general— solo podía escribir el que tenía la despensa llena y no necesitaba trabajar doce horas al día, pero eso qué más da. Eliminemos a los filósofos griegos, que pensaban mucho pero que solo lo hacían porque tenía tiempo libre de sobra, al vivir rodeados de esclavos a su servicio. Hablando de esclavos, eliminemos La cabaña del tío Tom, no vaya a ser que de nuevo se nos incruste la idea del esclavismo en la cabeza.

Y si decidimos no hacer el imbécil y dejamos que las palabras se asienten tal y como fueron escritas, tal vez podamos detener el clamor de esa sensibilidad herida para convertirla en perspectiva y aprendizaje. Solo si conocemos el lado oscuro de las cosas podremos esquivar lo obsoleto y zafio, para después poder saltar por el aire con la misma valentía y determinación con la que antes hacían gimnasia los niños.

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