¡Qué detestables locos egregios!

El poeta Leopoldo María Panero.

El poeta Leopoldo María Panero. / FDV

Fernando Franco

Fernando Franco

Por fin. Con gozo acabé ayer noche las 500 páginas de El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero. Escrita por el periodista J. Benito Fernández, amigo mío de viejo con el que comparto memoria desde los años 80, no me costó leer esta biografía del poeta astorgano a la que dediqué varias noches preinsómnicas, en las que admiré el inmenso trabajo de investigación que debió suponerle al autor tan minuciosa descripción de su vida y, lo más difícil, la vida de un loco, quizás un loco egregio pero insoportable. J. Benito tuvo una vida interesante por el mundo al que le abrió su larga etapa dedicada al periodismo pero creo que fue un tipo tan cabal que como compensación le atraen los malditos, concretamente el ala más putomaldita de los creadores, y por eso tuvo la osadía de biografiar a este Panero como antes lo hizo con otro de sus iguales hasta el punto de que compartieron amor carnal y odio visceral el uno con el otro: Eduardo Haro Ibars. ¡Qué cultos y al tiempo qué canallas!

Ahora que tengo más años y gozo de una vida más contemplativa, miro hacia atrás en ella y creo que mi intenso oleaje nocturno de otrora -seguido de otro diurno no menos intenso por mi trabajo periodístico-, me puso a las puertas de abismos cardíacos (y otros) a los que sobreviví no sé si por inteligencia o por azar. A veces pongo el retrovisor y pienso que bordeé líneas rojas muchas veces aunque en todas retrocediera a tiempo a posiciones defensivas, pero al leer a Panero y sus abominables excesos me consuelo. Lo mío ha sido pura inocencia biográfica al lado de este tipo de los Novísimos de la poesía española fallecido en 2014, más tarde de lo que merecía por el maltrato que dio a su cuerpo, aunque sí del mal que le correspondía: un fallo multiorgánico. Cómo no si tenía hepatitis, diabetes, fumaba como un carretero, bebía como un cosaco y conocía las drogas más diversas, desde el cannabis a la cocaína, desde la heroína a las tortillas de anfetaminas. Cuando yo tuteé a las anfetas fue en mi etapa universitaria, se vendían (centraminas) sin receta en tubos de 20 comprimidos a 20 pesetas y solo las utilizábamos para aguantar los largos atracones de letras antes de los exámenes.

Recuerdo haber leído hace tiempo Locos egregios, un libro del psiquiatra Vallejo Nájera que entraba en las verdaderas personalidades de Maquiavelo, la supuesta psicosis de Goya, la epilepsia de Abderramán II, la enajenación mental de Vicent Van Gogh... Este Leopoldo Panero, ante cuya casa familiar pasé unas cuantas veces en mis veraneos astorganos, pues maragato es mi tronco paterno, es uno de estos locos egregios que murió en un psiquiátrico y fue un incordiante con los demás porque no dejó títere con cabeza entre sus amistades, desde la okupación tras autoinvitarse a sus viviendas hasta robarles las copas, mearles en sus alfombras o sablearles sin contemplaciones. Yo creo que incluso mi amigo biógrafo -que es un tipo muy cuerdo- tuvo que sufrir un subidón de locura para atreverse a recomponer vida tan caótica y licenciosa y hacerlo de modo tan minucioso.

El poeta Leooldo María Panero(foto Michela Scalia).

El poeta Leopoldo María Panero. / Michela Scalia

No hablo aquí de su posible genialidad, de su estatura poética; eso es cosa de peritos en estas materias que a mí me quedan grandes. Pero doy cuenta, al acabar este libro, de mi estado boquiabierto al seguir su vida, tan admirablemente detestable (al tiempo que la de su permisiva y hasta la náusea indulgente madre Felicidad Blanch) que me permite espantar posibles remordimientos que pudieran acaecerme al pensar en la mía, de tierna inocencia al lado de esa suya con autodestrucción incluida. Buen libro el de este Benito que siempre vivió en Madrid, que presentaré el sábado en su pueblo de origen, Tomiño, y que nos permite asomarnos también a todo ese vergel creativo, poético y vitalmente un tanto esquizofrénico de la España de los 70 y posteriores en que tan prestigiada estuvo entre literatos y artistas la locura, con nombres como Félix de Azúa, Trías, Vila-Matas, Juan Manuel Bonet, Chamorro, Gordillo, Alcolea, Villalta… ¡Qué libertades y afanes por experimentar cosas nuevas las de entonces, al salir de una dictadura que las tuvo silenciadas!

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