El coito hispanopolicial y la ginecocracia indepe

Mujeres espías ha habido, pero de ellas nunca se quejaron.

Mujeres espías ha habido, pero de ellas nunca se quejaron. / FARO

Fernando Franco

Fernando Franco

Antes se quejaban por la excesiva violencia que ejercieron los policías españoles ante sus pasionales algaradas. Ahora que en vez de porrazos se les ha mandado amor por medio de un solo agente, se siguen quejando. No hay manera de entender a los independentistas, pero menos a los catalanes, que son buena gente pero quizás afectada en este caso por una disforia poscoito, que así llama la psiquiatría al desorden psicológico que comporta tristeza, angustia y otras emociones negativas tras el orgasmo. Tal es la pena que sufren unas cuantas mozuelas indepes seducidas por un poli que se infiltró en sus filas, traidor, valiéndose de sus artes amatorias y de esa buena pinta que tenía él, tatuado, con pendiente, pañuelo palestino, camiseta con mensaje contra los cuerpos represivos y un peinado mohicano de envidia. Un glamuroso casual-wear de la moda nacionalista , vaya.

Conmoción en el separatismo y en los “movimientos sociales” de Barcelona. Dani, el joven mallorquín no era quien decía ser en los juveniles círculos okupas, ácratas o separatistas en que se movía, sino un agente del Cuerpo Nacional de Policía infiltrado. ¡Escándalo! Si es cierta la noticia, si son ciertas las reacciones que están apareciendo en diversos medios, tal ofensa ha puesto en pie de guerra a partidos independentistas, EH Bildu, el Bloque Nacionalista Gallego (BNG) y hasta los socios de Podemos, que pedirán explicaciones. No les basta que alguna de las agraviadas por la falocracia policial española haya declarado que era “extrovertido, atento, muy amable con todo el mundo, dispuesto a ayudar y muy simpático y hablador”. No, no, quieren la comparecencia del ministro Marlaska formalmente por el espionaje practicado pero en el fondo por la afrenta a sus señoras, a esa ginecocracia tan indepe que no entra ni en el Me Too. Desde el momento en que la diferenciación sexual obligó a los homínidos a relacionarse entre ellos para perpetuar la especie o simplemente gozar, las técnicas comunicativas y actorales han sido protagonistas y la mentira parcial o la verdad encubierta han formado parte de ellas. ¿Querrán las nacionalistas que hagamos antes del amor un polígrafo a lo Sálvame?

Esto huele también a discriminación de género. ¿Alguien se quejó alguna vez de esas “femme fatale”, mujeres cuya belleza puso a prueba las mentes estratégicas de hombres brillantes que se dejaron seducir sin resistencia, ignorando los alcances de esos coqueteos? ¿Alguien puso el grito en el cielo con la holandesa Margaretha Geertruida Zelle, a la que conocimos por Mata Hari o, o con la polaca Christine Granville reclutada por el Special Operations Executive creado por Churchill o con La Venus de Bronce, Josephine Baker, que realizó tareas de espionaje entre japoneses, alemanes e italianos? Incluso nuestra Bella Otero, que era pontevedresa y de Valga, podría haberlo hecho fácilmente si se lo hubieran propuesto. Pero ahora la seducción tiene nombre de Dani, que es hombre, y encima un verdugo del Sistema Falocrático Policial Putoespañol. ¡Buf!

Siempre se aceptó como inevitable aquella afirmación de Einstein según la cual la mitad superior del cuerpo piensa y hace planes, pero la mitad inferior determina nuestro destino; salvo nuestros indepes, que son muy suyos. Y nunca se puso en duda la utilidad del espionaje en bien de la seguridad externa o interna de un país. Pero el nacionalismo catalán y sus validos está creando un nuevo orden moral que considera ultraje el coito hispanopolicial con sus activistas femeninas, como si estas fueran menores de edad. La política genera pasiones pero el deseo, su ley, traspasa fronteras ideológicas. Del “no es no” hemos pasado a la ley del “sí es sí” aunque hay quien piensa que aunque haya “si” puede añadirse “salvo que”.

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