Los viejos oficios: Blas Piñar Martínez, artesano de calabazas

Las formas de la calabaza

Su cultivo se remonta a miles de años y ha servido desde transporte de líquidos a ofrenda de dioses. Blas Piñar lleva varios años elaborando lámparas e infinidad de objetos con calabazas desde O Corgo. Todo en su taller Dukaree Gourd es ecológico y biodegradable

Aunque no hay consenso sobre su origen o cuándo comenzó su cultivo, lo cierto es que la calabaza lleva miles de años presente en todas las culturas. Como en la cestería, ha servido para todo. Con la cucurbitácea se han elaborado vasos, objetos de almacenamiento, sombreros o escudos de protección, entre otros muchos, además de ser alimento y ofrenda. A Blas Piñar Martínez, un joven barcelonés afincado en el concello lucense de O Corgo, siempre le ha fascinado este fruto hortícola, del que lo sabe todo. Desde hace varios años en su taller Dukaree Gourd transforma la calabaza en arte. Con ellas hace desde lámparas a todo tipo de piezas, tanto domésticas como decorativas. Y sus creaciones tienen cada vez más demanda.

A través de los siglos la cucurbitácea se extendió por el mundo y fue adoptada en cada región tanto como alimento como objeto utilitario y también artístico. La misma planta, el fruto o la flor aparecen como motivo decorativo sobre objetos de cerámica, como en el caso de México y de ella se aprovechan todas sus partes, incluida la pepita. La calabaza del peregrino, que antaño servía a los caminantes para transportar agua a modo de cantimplora, es uno de los ejemplares preferidos por Blas para fabricar sus lámparas. Además de ser el que mejor se adapta a los modelos que dan luz, es un guiño a la ruta jacobea.

Blas Piñar en su taller Dukaree Gourd de O Corgo

Blas Piñar en su taller Dukaree Gourd de O Corgo / Eva Veiga

Todo el material que emplea es biodegradable, desde los moldes –hechos a partir de cáñamo o maíz, entre otros– a los tintes, elaborados con cáscaras de nueces, hojas, bayas o moras. La dureza de las calabazas tras secarlas es similar a la madera. Y un día, al limpiarlas por dentro e iluminarlas para que no quedase resto de pulpa, se dio cuenta de los juegos de luz que proyectaban y del uso que podían tener como lámparas.

El taller de Blas se encuentra ubicado en la Reserva de la Biosfera Terras do Miño de O Corgo. Su labor le ha llevado a que medios de prensa e instituciones se interesen por su empresa, cuyo trabajo, además de en el espacio físico lucense, lo muestra en internet. Cada calabaza, dependiendo de la variedad, tiene diez meses de cultivo, entre seis y doce de secado y de uno a tres meses de transformación hasta obtener el producto final.

Blas Piñar se encarga de todo el proceso, totalmente ecológico y sostenible. La producción anual de calabazas ronda las 1600 piezas, que se recogen en el mes de diciembre o enero. De ellas salen cabazos de peregrinos, cuencos, lámparas, portavelas e incluso bolsos que Nuria, su pareja, se encarga de tejer con oveja de lana gallega. El proyecto de este artesano hunde sus raíces en el pasado para crear frutos de futuro. Y apunta que la calabaza es probablemente una de las plantas más importantes de la historia de la humanidad.

Suscríbete para seguir leyendo