A merced del viento

El Empire State de Nueva York en una imagen de archivo

El Empire State de Nueva York en una imagen de archivo / LUCAS JACKSON

Armando Álvarez

Armando Álvarez

Nadie conoce a nadie. Siquiera y apenas a uno mismo. Adjudicamos etiquetas y escribimos reseñas de solapa. Creemos que un puñado de datos bastan para definirnos. Pero ninguna biografía contiene la vida que pretende relatar. La más voluminosa y pormenorizada constituirá un bosquejo, un remedo, un atisbo. Incluso la existencia más discreta o anodina excede la suma de sus segundos. Ya podrían proyectarnos sobre una pantalla, fotograma a fotograma, y aún se escurriría algún misterio entre los resquicios de esa persistencia retiniana que los cose. Una razón que nunca hemos explicado, una pregunta que nunca responderemos, un silencio que nunca quebramos. Esa mirada que cada noche le hurtamos al espejo y esa máscara que nos vestimos cada mañana. Todo eso también nos compone igual que lo explícito.

Nacemos sin guion, salvo por el ineludible final y aun de este ignoramos su fecha y circunstancias. En ocasiones nos sujetamos a una precisa aritmética de actos y retribuciones. En ocasiones nos controlan fuerzas que no comprendemos y cuyo propósito ignoramos porque probablemente carezcan de él. Será así en este 2023 como lo ha sido siempre. La vida es tan consecuente y a la vez tan impredecible como tirarse desde lo alto de un edificio.

Lo cuenta Xavier Vilatella. Evelyn McHale, una contable blanca de 23 años, se despidió de su prometido el 30 de abril de 1947 y viajó de Baldwin a la vecina Nueva York. A la mañana siguiente subió hasta el mirador de la planta 86 del Empire State y se arrojó al vacío. El 2 de diciembre de 1979, Elvita Adams, una desempleada negra de 29 años, hizo lo mismo desde ese exacto punto. Dos mujeres distanciadas en raza, origen social, personalidad y generación; reunidas en un salto desesperado o sereno. Distintas en cada resuello e iguales en la breve esquela que debiera haberles aguardado.

Robert Wiles era un estudiante de fotografía que siempre paseaba con su cámara al cuello. Oyó el impacto del cuerpo de Evelyn al estrellarse y se acercó. La joven había caído sobre el techo de una limusina. Yacía boca arriba en apariencia intacta, como recostada sobre una flor de mercurio. Tenía las piernas elegantemente cruzadas bajo la falda rebelde, los pies desnudos como al descuido, la mano enguantada aferrada a un collar y un rostro beatífico, angelical. Ninguna violencia parecía perturbar su sueño.

A Elvita Adams, recién impulsada, una fuerte racha de viento la empotró contra la cristalera del piso 82. El golpe la dejó inconsciente. Un guardia del edificio, Frank Clark, la rescató de la cornisa antes de que su cuerpo se deslizase. Fue llevada al hospital, indemne salvo por la conmoción y una cadera rota.

Evelyn guardaba una breve nota en su bolsillo. Pedía perdón a su novio. Aludía a la melancolía que también su madre había padecido. “No quiero que nadie dentro o fuera de mi familia vea parte alguna de mí”, había escrito. La revista Times publicó en portada la foto capturada por Wiles. “El suicidio más hermoso”, titularon. Warhol la serió en una de sus obras. Ha sido replicada en discos y mencionada en relatos. Su fantasma sigue asomándose desde el mirador.

Elvita había perdido la esperanza de encontrar trabajo. El cheque social no alcanzaba para alimentar a su hijo. El propietario de su piso había amenazado con desahuciarlos. De su caída, explicó: “Las luces de Manhattan se veían tan bonitas que quise acercarme y tocarlas”. Una obra teatral de 2011 la retrata convirtiéndose en comediante. En realidad, no se sabe qué fue de ella tras recibir el alta.

Evelyn buscaba el olvido y ha quedado eternizada por Wiles. Su muerte la ha resumido. Clark concedió a Elvita una segunda oportunidad que ella no había solicitado. Su salvación nos la ha vuelto imprecisa. Solo podemos especular sobre los motivos y pensamientos de ambas, lo que fue y pudo haber sido. Ese salto nos compendia. Nadie conoce a nadie. Todos vivimos a merced del viento. Y acaso así morimos.

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