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Nos hemos separado (y 3)

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@A2C_ILUSTRACIONS / emma placer

Emma Placer

Emma Placer

Separarnos, comprometernos, cambiar de trabajo, coche o casa: son situaciones que, más o menos deseadas o no, suceden a lo largo de nuestras vidas; durante estas semanas hemos querido abordar el hecho de que las separaciones obviamente tienen peculiaridades, sobre todo con nuestro entorno, y también cómo afecta a hijos e hijas y la forma de comunicarlo. En “Nos hemos separado 2” os contábamos las peculiaridades desde los 0 a los 5 años, seguimos…

De 5 a 7 años

En este tramo de edad existe más conciencia, se dan cuenta de lo que puede suponer el cambio y sienten mucha confusión. La emoción de tristeza aparece independientemente de que sus madres/padres lo estén. Pueden existir en esta etapa sentimientos de desamparo, extrañan a la “parte” ausente y se desarrolla una especie de duelo donde pueden estar deprimidos y enfadados. La ira, en ocasiones, se puede dirigir a la parte que ellos consideran responsable de la ruptura. Os pongo un ejemplo: imaginad una pareja heterosexual con una hija en común en la que es el padre quien se va de casa y la hija convive con su madre; puede suceder que la hija piense que la madre “ha echado” al padre fuera de casa y se genere un enfado intenso contra la madre por este hecho.

También es habitual que fantaseen con la reconciliación.

A la hora de comunicarlo tenemos que meditarlo y prepararlo mejor que cuando tienen menos edad, insistir en las muestras de amor y afecto, y muy importante no bloquear sus miedos e incertidumbres, dejar que las exprese con total libertad.

De 8 a 12 años

Las emociones y la conciencia de lo que sucede va aumentando durante esta etapa; si existe enfado y rabieta, va a multiplicarse por 100 con respecto a la etapa anterior; van a tomar parte de forma más radical, y es probable que culpen a una de las partes de forma extrema y con la otra generen una alianza y apego excesivo; puede darse falta de autoestima y problemas de mala conducta y rebeldía. Como siempre, tened en cuenta que esto son generalidades y que, por suerte, no siempre es así, pero con este panorama hay que insistir en darle la oportunidad al niño para que exprese lo que siente y no bloquear o invalidar sus emociones, no cesar en los encuentros y en el tiempo que pasa con cada una de las partes, y sobre todo y muy importante: tratar de mantener hábitos, rutina y regularidad en su día a día. Os pongo un ejemplo facilito que seguro que os suena: sí de lunes a viernes el niño o niña come en casa de forma sana y variada, no llevarle al centro comercial a comer comida rápida porque es el plan que se me ocurre, tenemos que tener una continuidad.

De 13 a 18 años

En esta etapa, se pueden sumar las conductas de rebeldía ya clásicas de la adolescencia con una mezcla de sentimiento de pérdida de la infancia, debido a la responsabilidad que le puede suponer el cambio por la separación. En muchas ocasiones, ponemos a nuestros hijos e hijas en medio del conflicto y con cierta obligación y prisas por decidir dónde quieren vivir, qué tiempo pasar con cada uno etc…en algunos casos pueden tomar decisiones maduras y muy conscientes, pero normalmente supone un estrés adicional a la adaptación al cambio en sus vidas. Es fundamental discutir y dialogar de forma mucho más clara y abierta que en otras etapas, obviamente las cuestiones más íntimas y morbosas se dejan a un lado y se deja claro que esto no es cosa suya, pero sí cuestiones como las logísticas y económicas que sí le van a afectar; explicarles qué decisiones se han tomado, y que se han tenido y se tienen en cuenta sus opiniones, ayudarles a expresar sus necesidades, hacer una escucha activa y estar disponibles.

A partir de los 18 años

Uno de los errores más comunes en este periodo es mantenerlos al margen, “para que van a sufrir si ya sufrimos nosotros”. Vivan o no en la casa familiar, necesitan saber lo que está pasando; debemos aliviar su incertidumbre haciéndoles partícipes apelando a su madurez, y explicándoles y aclarándoles todas las dudas que tengan. En muchos casos, se presentan separaciones cuando los hijos e hijas están estudiando fuera de la ciudad y sufren por pensar en cómo será volver a “casa”, en si sus progenitores necesitan su ayuda, en cómo va a cambiar su situación económica etc. La recomendación más lógica y fundamental es: no “utilizar” a vuestros hijos adultos como confidentes, no les hagáis tomar parte de vuestros anhelos e inquietudes, desahogarse con ellos/as no es buena idea.

Como véis, es un tema amplio y no exento de peculiaridades; cada persona, cada familia es diferente, y así hay que tratarlo.

Gracias placeres, como siempre, por estar ahí con vuestro inmenso apoyo. Nos leemos y escuchamos en www.saludplacer.com.

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