Adiós a los barrios de holganza y malvivir

Vista general de la Herrería en Vigo.

Vista general de la Herrería en Vigo. / José Lores

Fernando Franco

Fernando Franco

De aquel esplendor prostibulario nada queda. Paseé por la Herrería de Vigo, tantos años escenario del sexo mercantil, vestigio de una humanidad primitiva, reprimida o perversa. Aquel reino de las hermanitas del placer, espacio de iniciación al sexo, parada, fonda y desahogo de todas las flotas, ha sucumbido a la remodelación urbanística de todos los barrios viejos y los nuevos intereses residenciales y comerciales. Sobran los dedos de una mano para contar lo que queda de aquel emporio del alterne que llegó a tener decenas de bares desde que se inició su historia puteril, en la segunda década del pasado siglo. Lo mismo pasa en la Tinería de Lugo, O Pombal en Santiago, Papagayo en A Coruña, A Moureira en Pontevedra o Ferrol Vello allá donde nació el Generalísimo. Muchas de estas zonas del antiguo lenocinio son hoy residenciales tras pasar de la miseria de cuartuchos infectos y bares de batalla a espacios de la nueva arquitectura.

Gabriel García Márquez escribió Memorias de mis putas tristes, Yasunari Kawabata La casa de las bellas dormidas, Fernández de Moratín El arte de las putasmucho se ha escrito sobre este duro oficio de las tapadas, pero de la Herrería viguesa están por hacer unas memorias que cuenten sus placeres y miserias, su expansión inicial, su degradación posterior, su desaparición casi total, como también esa proceso de rehabilitación que supuso incluso una ocupación cultural de sus casas de holganza y malvivir, desplazando o licenciando a sus respetables prostitutas. La calle Abeleira Menéndez, por ejemplo, alberga hoy a la Pinacoteca Fernández del Riego, y los edificios colindantes eran bares y casas dedicadas a la vida lupanaria, errática o meretricia, una especie de Cortes Prostituyentes. O sea que donde hoy se admira el arte se hicieron antaño muchas transacciones concupiscentes, y aquellas pupilas hubieron de emigrar para organizarse hoy en torno a espacios públicos más encubertos, sean pisos de contactos o servicios on-line a domicilio.

Se nos fue hace poco mi amigo Pepe Soto por culpa del exceso de años, un tipo amable y jovial con mucha memoria de Vigo, tan devoto del Cristo de la Victoria como currante de la industria del placer. Nació en 1929 en la calle San Sebastián de la Herrería, en donde con sus hermanos tuvo aquellos bares Lichoca, Cacholi, Cholica y Calicho emblemáticos en los tiempos de fervor puteril de este barrio. Pepe conoció allí la visita de todas las flotas, que daban días libres a sus marinos. Desde que nació, vio en este barrio multiplicar por 30 los bares de cancaneo. ¡Ay el Abanico de La collona, ay el de Jesusa la Paxareta!- que hoy han desaparecido por el proceso rehabiliatorio, como el resto de los gallegos entre los que el de Vigo era el de mayor porte.

Uno siempre tuvo un profundo respeto por las putas, por la explotación que escondían bajo sus faldas y a veces la ternura bajo sus pechos aunque la vida las hubiera malogrado y hecho callo, pero nunca me gustaron los barrios que habitaban ni fui capaz nunca, por ética y estética, de aceptar ese tipo de intercambios. ¿Cómo es posible que los pintores, escritores y poetas de un tiempo ya pasado se hayan mezclado con el incuestionable machismo de los habituales parroquianos? Fueron ellos los que en sus cuadros, poemas o novelas arrancaron de la oscuridad a esas mujeres. Víctor Hugo, bien conocido por sus corerías sexuales, Flaubert, Kafka, Simenon, Toulouse-Lautrec, Schopenhauer, Stendhal, Giacometti, Nietzsche, Cézanne, Verlaine... Y muchos de ellos amados con locura por mujeres fascinantes, en absoluto necesitados de servicios sexuales. Quizás su rebeldía contra el sistema, la evocación del prostíbulo no de oscuras perversiones sino de fantasías y escenas placenteras. ¡Cuánta historia quedó oculta en estos barrios del oficio atroz, que a los hombres resultó placentero y para ellas fue un abismo de miserias!

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