Una vida al filo de lo imposible

El aventurero gallego Jesús García Juanes lleva tres décadas de retos al límite de la resistencia humana. Ascender al Kilimanjaro semidesnudo o dar 200 vueltas a la muralla de Lugo fueron algunas de sus primeras proezas. La última, atravesar caminando los Pirineos en invierno desde el Cantábrico al Mediterráneo sin más alimento que el que llevaba en su trineo

Unos días antes de que la pandemia nos confinara en nuestros hogares en invierno de 2020 y a punto de cumplir los 60 años, el aventurero y atleta gallego Jesús García Juanes cumplía con éxito uno de los más de cien desafíos a los que se ha enfrentado en las últimas tres décadas: completar la Travesía Transpirenaica sin esquís, algo que nadie hasta el momento había conseguido.

García Juanes celebra el remate de su travesía transpirenaica invernal en 2020.

García Juanes celebra el remate de su travesía transpirenaica invernal en 2020.

Recorrió en 26 días, 22 horas y 6 minutos la distancia que separa la playa de Hondarribia, en el Cantábrico, de Llançá, en el Mediterráneo de Girona. Y lo hizo atravesando collados y valles con un desnivel de hasta 100 kilómetros, caminando con sus raquetas de nieve y arrastrando su pulka, una especie de trineo reformado en el que llevaba los alimentos necesarios para la expedición –unos 19 kilos de los que consumió 18 y había calculado a conciencia para una ingesta diaria de un máximo de 650 gramos–, la tienda de campaña y el equipo necesario para pernoctar a la intemperie. “Si llevara la comida que me apetece comer, de 700 gramos a un kilo diario, sumaría treinta kilos y sería imposible tirar de tanto peso cuesta arriba – si la nieve está blanda se te entierra en el suelo–. Así que asumo que voy adelgazar diez kilos y las semanas previas me preparo engordando ocho kilos” explica.

Una vida  al filo de lo imposible

Jesús durante su travesía / Ana Rodríguez

Con presupuesto cero

Una de las máximas que se plantea Juanes en sus retos es buscar la autonomía total, llevar un “presupuesto cero” y no depender para nada de apoyo del exterior, lo que implica no comer nada más que lo que lleva consigo ni parar a dormir en ningún refugio o albergue. “La autosuficiencia no es una cabezonería mía, se trata de poder ir a tu aire, con libertad, sin depender de horarios de comida ni de reservas”.

Una vida  al filo de lo imposible

El aventurero en una de sus hazañas de autosuficiencia. / Ana Rodríguez

Desde su casa en Castroverde, a 22 kilómetros de Lugo, y con 62 años cumplidos, este ponferradino de padres de Pedrafita do Cebreiro y gallego de adopción no descarta volver a intentar por sexta vez un desafío que se le ha resistido hasta el momento: realizar la Transpirenaica en época estival en doce días. “Es un tiempo tan ajustado que cualquier factor mínimo, como que se te presente una tormenta o no estés fuerte psicológicamente, puede suponer el fracaso de la expedición”, explica. En la primera tentativa tardó cerca de 19 días y en la segunda, quince, “pero rompí la autosuficiencia alimentaria porque paré a comer un bocadillo en un restaurante”, explica. En la tercera incursión se quedó sin GPS durante la noche y “acabé en Francia”, y en la cuarta, una equivocación al tomar el camino erróneo en una bifurcación en Bielsa le llevó caminar diez kilómetros en sentido contrario al destino. “Me cogí tal rebote psicológico que no fui capaz de superarlo y abandoné”, dice. La última intentona fue el pasado verano. “Llevaba recorridos más de 400 kilómetros, me quedarían 250 para llegar al Mediterráneo cuando las granizadas y tormentas me machacaron; una de las noches dormí sin tienda ni nada que cubrirme y me empapé. No lo superé”, relata.

Arriba, García Juanes celebra el remate de su travesía transpirenaica invernal en 2020, de la cual es la imagen de primer plano y la de la derecha.

En un desafío para superar a una moto (2011) / Ana Rodríguez

Del alpinismo a los retos en solitario

Aficionado a la montaña desde siempre, Jesús García Juanes acababa de coronar el Aconcagua cuando en lugar de seguir en el alpinismo en la “carrera de los ocho miles”, escalando las cumbres más altas del mundo, decidió cambiar las expediciones de grandes presupuestos en países lejanos por desafíos personales en territorios más cercanos. Se acercaba a los cuarenta años cuando completó su primer reto personal: unir cuatro catedrales gallegas caminando y corriendo 400 kilómetros en cuatro días. Ese mismo año, 1998, dio doscientas vueltas a la Muralla de Lugo en cuatro días (completando un recorrido de unos 450 kilómetros) para reivindicar ante la Unesco que esa construcción fuese declarada Patrimonio de la Humanidad.

Luego vinieron otros desafíos, como recorrer 3.500 kilómetros por Europa en patinete, siendo uno de los pioneros en usar ese medio de transporte hasta entonces solo común en Finlandia, o completar también en patinete el tramo gallego del Camino Francés (170 kilómetros en dos horas).

Una vida  al filo de lo imposible

En la cumbre del Kilimanjaro semidesnudo y acompañado de su guía (2001) / Ana Rodríguez

En 2001 se propuso retar al frío y consiguió subir a la cumbre de Kilimanjaro semidesnudo, en pantalón de deporte. Repitió desafíos similares en once cumbres de otras tantas provincias españolas y lo intentó sin éxito en el Aconcagua. “Hubiera conseguido subir más y hasta llegar a la cumbre si hubiera preparado una ascensión más a mi medida, con un guía que me siguiese el ritmo”, explica. Y es que en esa expedición fue junto a dos compañeros más lentos, “los tenía que esperar y me enfriaba”, explica.

Otra de las hazañas que intentó fue la de permanecer una hora inmerso en las aguas del río Miño en invierno. Se preparó durante seis meses para ese desafío, haciendo varias inmersiones entre agosto y diciembre de hasta media hora en aguas a tres o cuatro grados de temperatura. “No llegué a intentar permanecer una hora porque tenía miedo de que en el hospital de Lugo no hubiera gente especializada en hipotermia, pero recogí una información muy importante respecto a la resistencia al frío: que el organismo se aclimata a él. Yo mismo en una de esas inmersiones de treinta minutos ingresé con una temperatura corporal de 37,4 grados y salí con 37,5 ” , apunta.

Estudios médicos

Varias actividades extremas de Juanes han servido de material para estudios de hipotermia e hipoglucemia que han sido llevados a congresos de medicina de montaña y publicados en revistas especializadas. Es el caso de las ascensiones a cumbres semidesnudo, sus inmersiones en agua helada y una ruta en bicicleta en un velódromo donde pedaleó 500 kilómetros sin ingerir ningún alimento, solo bebiendo agua. “La conclusión a la que se llegó es que un ser humano está preparado para hacer ejercicio continuado sin comer durante 500 kilómetros si no hace ningún pico de sobreesfuerzo; nuestro organismo funciona como un coche eléctrico que pasa de consumir la glucosa a la reserva de grasas, pero, ojo, siempre que esté entrenado”.

Cuando se le pregunta por su capacidad física, Juanes niega ser especial. “No tengo ninguna cualidad física que destaque, quizá porque tengo un organismo lento y nunca sería capaz de desarrollar gran velocidad en una carrera ni hacer una maratón es por lo que puedo hacer largos recorridos de autosuficiencia a un ritmo lento que tal vez un deportista de alta capacidad no podría”, manifiesta.

El aventurero en una de sus hazañas de autosuficiencia.

En bicicleta de Estaca de Bares a Tarifa (2010) / Ana Rodríguez

Lo que sí hay que tener es una preparación psicológica. “En estos retos, como en cualquier cosa importante a la que te enfrentas en la vida, es importante que tu cabeza funcione. Siempre vas tener una voz que te dice que te quedes en el sofá y otra que te dice que te levantes”, explica. Y esa voz que le lleva a poner su organismo a prueba constantemente, el porqué realiza esos desafíos, “es la misma que le lleva a un atleta a echarse media vida intentando rebajar su marca; es una cuestión puramente deportiva”, explica.

“En estos retos, como en cualquier cosa importante a la que te enfrentas en la vida, es importante que tu cabeza funcione"

De su madera de deportista aficionado a diferentes disciplinas habla cada una de las aventuras que ha emprendido tanto a pie como empleando diferentes vehículos singulares, como la bicicleta con ruedas de clavos para una travesía invernal de mil kilómetros por Finlandia, el trimarán de vela para navegar sobre el hielo en el golfo de Botinia o el packraft, una especie de canoa ligera hinchable que lleva en el portabultos de su bici y emplea para sus rutas anfibias.

Una vida  al filo de lo imposible

Material de una de sus rutas anfibias en kayak y bicicleta / Ana Rodríguez

Su ilusión: “poder pararme a recoger arándonos en la montaña, como pude hacer en una travesía de autosuficiencia mirando al Mont Blanc y me dije ‘Suso, ¿cuándo dejarás de andar con prisas y disfrutarás de lo que tienes a tu alrededor en la montaña?’. Creo que ha llegado el momento”, dice. Conecta así con la decisión que tomó hace casi cuatro décadas y abandonó el ejercicio del periodismo para el que había estudiado y se trasladó de Barcelona a Castroverde para vivir en contacto con la naturaleza y abrir un granja de cunicultura de la que se ocupó durante más de diez años. 

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents