Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norma y Theodosia

Norma Jeane (por Bert Stern) y Theodosia Burr (escena de "Cleopatra").

Sesenta años después, al hilo de Blonde, nos hemos puesto a discutir quién era en verdad Marilyn. Un ser humano, aplastado bajo una estrella, recreado como personaje por una novelista en un juego de matrioshkas. Un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma, habría dicho Churchill. A nadie le importó jamás Norma Jeane y hoy, que la buscamos bajo los disfraces y las leyendas, ya resulta demasiado tarde. Frágil y tenaz, dependiente e inteligente, desequilibrada y sensible; seguramente fue todo eso, en algún momento y a la vez. Norma Jeane falleció aquel 4 de agosto de 1962 y nada resta de ella salvo sus escasos huesos. Marilyn permanece intacta y eterna, como el material con el que cada uno construirá lo que sueñe.

Norma Jeane no fue la primera mujer que Hollywood moldeó a su antojo. Theodosia Burr Goodman era una chica judía de Cincinnatti que quería dedicarse al teatro para disgusto de sus padres, que la repudiaron. También Theodosia se tiñó el pelo, de su rubio natural al negro azabache para que contrastase con su pálida piel. También a ella la rebautizaron, como Theda Bara, y le fabricaron una biografía. Theda había nacido en Egipto de los amores prohibidos entre un príncipe y una actriz francesa. De pequeña había bebido sangre de serpientes venenosas y aprendido magias arcanas. Nació así la primera “vamp”, la hembra voluptuosa y seductora que arrastra a los hombres a su perdición, como la Salomé que inevitablemente interpretó.

Theda Bara protagonizó cuarenta películas entre 1915 y 1918. Su carrera culminó con Cleopatra. Luego, el público se liberó del magnetismo de su mirada. Tras la guerra se reclamaba una alegría despreocupada que se encarnaba en un nuevo modelo femenino: las “flappers”, de lenguas impertinentes, faldas cortas y zapatos de charol.

A Theda la retiró del cine su marido, el director Charles Brabin. “No quiero que vuelva a la vida pública”, declaró Brabin en 1923 a la revista Movie Weekley, según recogía Alfredo Serra. Ella, aunque graduada universitaria, se plegó al dictado de la época. Se aseguraba conforme: “Lo único que me interesa es la literatura y la filosofía”.

A diferencia de Norma Jeane, Theodosia disfrutó de una vida relativamente longeva, hasta los 69 años. La muerte prematura no protegió su mito de la decadencia y el deterioro. Si acaso, se guareció en el silencio y el olvido. Escribió unas memorias, Lo que las mujeres nunca dicen, que irónicamente nadie quiso publicar. La gran mayoría de sus películas se ha perdido entre incendios y traslados. El hechizo de Theda pervive en un puñado de fotogramas.

Hoy las mujeres se rebelan contra esos arquetipos en los que los hombres han querido enclaustrarlas. Transitan del objeto al sujeto en los relatos. Pronuncian su verdad y se dejan las canas. Todos nosotros, sin embargo, aún podemos sentirnos reflejados en Norma Jeane y en Theodosia. En la dualidad con la que tuvieron que escenificar su existencia.

Theda Bara, en 
una escena de “Cleopatra”. 
(J. Gordon Edwards, 1917).

Theda Bara, en una escena de “Cleopatra”. (J. Gordon Edwards, 1917).

No sé si Norma Jeane veía a Marilyn al contemplarse en el espejo ni si Theodosia se sentía más auténtica como resignada ama de casa que como mujer fatal. Todos nosotros vamos mudando de escenario y de carácter a lo largo del día igual que a lo largo de la vida. Somos el padre suave o riguroso, el empleado contestatario o solícito, el amigo fiel o desatento. Fuimos el joven rebelde y seremos el adulto acomodado. Necesitaríamos, en realidad, un nombre artístico, uno o cien alias que nos representasen en cada papel.

A veces, por algún desajuste sináptico, nos contemplamos como si fuésemos alguien ajeno. No nos reconocemos en los vídeos y en las fotos. Nos engañamos en los exámenes de conciencia. Nadie sabe quién es realmente o distingue su actor de su personaje. Jamás deberíamos juzgar al otro. “La luz se iba. Marilyn parecía esfumarse con ella, mezclarse con el cielo y las nubes, disolverse a lo lejos”, escribió Truman Capote en Una adorable criatura. Quizá sea el momento de dejarla marchar.

Compartir el artículo

stats