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Jorge Castillo Pintor, escultor y escritor

“El mercado es el enemigo de la creación artística”

“El de vanguardia es un concepto gastado, ya no es lo último, sino lo anterior. Hay obras de la Antigüedad, del Barroco, del Renacimiento… que son muy vanguardistas”

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Jorge Castillo, en su taller-estudio de Madrid Xavier Amado

Considerado uno de los principales referentes del arte español contemporáneo, Jorge Castillo Casalderrey ( Pontevedra, 1933) es, sin embargo, un pintor de difícil clasificación. Durante la mayor parte de su infancia, él y su familia se establecieron en Argentina, desde donde regresaron a España en 1955, entre otras razones para que cumpliese el (obligatorio) servicio militar, tras lo cual viaja a París, trabaja con el marchante Jan Krugier en Ginebra, expone por vez primera en Nueva York y San Francisco, se establece en Barcelona en 1962, participa en 1964 en la XIII Bienal de Venecia, se instala en Italia en el 66, reside en Berlín, se traslada al Soho de Nueva York con un gran estudio... En fin, que su vida semeja un viaje interminable de idas y venidas en el que, desde hace unos años, intercala su residencia entre Ibiza y Madrid, en cuyo taller de trabajo nos concede esta entrevista. Pero dejemos su impresionante currículum artístico al margen. Sepan, eso sí, que este artista de cuna gallega estaba incluido en la selecta lista de pintores más admirados por Pablo Picasso.

— Las últimas noticias que tenemos de usted en Galicia hablan de literatura y de escultura (con su sorpresiva exposición en la Cidade da Cultura en 2021). Como también está la pintura: ¿A qué dedica mayormente el tiempo en estos días?

— Sí, la exposición de mis esculturas en Santiago sorprendió a algunos, que desconocían esa faceta de mi quehacer, pero en realidad yo tengo mentalidad de escultor desde hace mucho tiempo. De igual manera que siempre he escrito mucho, ensayos sobre arte sobre todo, pero también novelas, lo cual se debe a mi afición por expresar las cosas que me inquietan, y en ello la verdad es que fui muy precoz. Cuando empecé a escribir mi primera novela, y digo empecé porque no logré terminarla, tenía 14 o 15 años de edad, según creo recordar. Y por esa época, o un poco más tarde, también escribí un par de guiones para cine. Pero, bueno, la verdad es que solo he publicado una novela y, aunque tengo varias escritas, todavía no las he puesto a disposición de ningún editor. De hecho, ahora mismo estoy inmerso en la escritura de una, y lo que sí le confieso es que la literatura es tan importante para mí como la pintura.

Jorge Castillo, en su taller-estudio de Madrid Xavier Amado

—¿Qué conexión existe entre su obra literaria, escultórica y pictórica?

— Existe una unión en el sentido de que tanto cuando pinto como cuando dibujo, cuando hago una escultura o cuando escribo, intuitivamente siempre me ha guiado el deseo de mantenerme fuera de la historia. Ya sé que el tiempo, o mejor dicho el paso del tiempo, es uno de los elementos fundamentales de nuestras vidas, pero es que, para mí, eso que llaman devenir nunca ha sido un amigo, por eso he preferido moverme más en el concepto espacial que en el temporal, y eso es lo que me ha permitido desarrollarme, evolucionar, tener una estética propia. Mi literatura, y hasta te diría que mis personajes, y mi concepto del arte han estado siempre basados en la preponderancia del espacio. Soy de los que consideran que el ser humano siempre vive más cerca del espacio que de la incertidumbre de las necesidades del tiempo y, por lo tanto, de la historia.

—¿Le ha favorecido o perjudicado el que nunca haya pertenecido a una corriente artística determinada?

— Me ha perjudicado. Yo nunca quise estar en un ismo. Y eso me ha perjudicado, sí, y mucho, porque repercutió en que resultase más difícil que mis obras hubiesen sido valoradas.

—¿Y en qué sentido más le ha perjudicado?

— Pues, mira; por ejemplo la figuración que yo hacía a finales de la década de los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado no era muy aceptada que digamos, decían que yo estaba equivocado, aunque al cabo resultó que hubo muchos pintores, seguramente algunos mejores que yo, que posteriormente recogieron eso y tuvieron éxito. Y me ha pasado que casi nunca he coincidido con nadie; cuando en España funcionaba el grupo El Paso, yo no iba por ahí, como tampoco por el simbolismo catalán ni por el realismo abstracto y a veces expresionista. Lo mío era detenerme en la mirada, en el gesto, en los personajes de mis cuadros, y en ello sigo, porque continúo ligado a la representación del mundo con unas técnicas que no son clásicas pero que, no obstante, no reniegan de los clásicos, porque ellos han sido mis maestros, he aprendido de ellos todo lo que sé.

Jorge Castillo, en su taller-estudio de Madrid Xavier Amado

—¿Cuándo tomó la decisión de ser pintor y cuándo descubrió que efectivamente podría ganarse la vida como pintor?

— Has citado dos momentos claves, la verdad, pero confieso que nunca se me había ocurrido pensar en ellos. En mi vida no ha habido un momento en el que yo decido que me voy a dedicar a la pintura porque veo la posibilidad de poder ganarme la vida pintando. Tal vez porque pertenezco a una generación en la que no se pensaba en eso. Cuando yo era joven no existían esas disciplinas alternativas que abundan hoy en día dentro de las Bellas Artes, de manera que para mí pintar era un sí o un no, y elegí el sí, aunque en aquella altura no estaba seguro de si iba poder ganarme la vida con la pintura. Pero que sería pintor toda mi vida, de eso sí que estaba completamente seguro.

—Claro, es que hoy en día todos los estudiantes de Bellas Artes sueñan con vivir del arte, y al mismo tiempo saben que no siempre podrán vivir de sus propias obras arte, pero que al menos tienen otras alternativas cercanas.

— Exacto. Y también hay que señalar el hecho de que España sigue sin tener verdadero interés por el arte. Por el contrario,lo que sí se ha desarrollado es el interés por el objeto; en este país el cuadro es un mero objeto y nada más, y no una expresión ni un pensamiento. Por lo tanto se considera que el artista no es alguien que tenga un concepto de la vida sino, simplemente, alguien que pinta bien. Y al no existir la pintura como un arte de pensamiento, como ocurre en Alemania, en Francia o en Inglaterra, la consecuencia es que en España no interesa nada más que el objeto, la decoración. El coleccionista español ha descubierto la modernidad no a través del arte sino del mercado del arte.

—Ahora se acepta que casi todo es arte pero ¿dónde están las fronteras entre lo que es y lo que no es arte?

— No me extraña que hagas esa pregunta, porque es producto de la confusión que hay hoy en el arte. Yo creo que ese es un problema menor en tanto en cuanto una obra será o no será de arte a medida que pase el tiempo. Es muy difícil imaginar una instalación artística que consiste en dejar un par de zapatos en un espacio de un museo y darle a eso un contenido de mensaje…Habrá gente a la que le guste ese arte conceptual pero ¿hasta qué punto eso es arte comparado con un cuadro pintado al óleo? Eso no lo podemos saber ahora. En el fondo no es más que la expresión de una época. El mundo del arte no trata de lo que hacemos ni de lo que queremos hacer, sino de lo que podemos hacer. Naturalmente que yo cuando trabajo quiero hacer esto o lo otro, pero en realidad solo hago lo que puedo hacer, no lo que quiero hacer. Y eso vale para todos los artistas. Las épocas exigen que se exprese de una determinada manera. ¿Eso es bueno o malo? Pues ya lo veremos.

Jorge Castillo, en su taller-estudio de Madrid Xavier Amado

— Si no hay emoción ¿tampoco hay arte?

— Para mí el arte es expresar emociones, al menos eso es lo que intento hacer. Pero esa es “mi” posición. En cambio, en el arte minimalista hay artistas que han intentado expresarse precisamente a través de la no emoción. En el abstracto europeo la emoción suele estar presente en los grandes maestros. En cambio, en los Estados Unidos han escogido tratar de expresarse a través de la no emoción, de un arte mucho mas frío, pero que sigue siendo arte. Y es que el artista, por muy huraño que sea, siempre vive en una determinada sociedad, y en ella se expresa como puede.

— A estas alturas ¿existe el concepto de vanguardia?

— No, no puede existir, no puede seguir existiendo. El concepto de vanguardia está pasado, es una palabra gastada, acabada. Lo que sigue existiendo es el arte y el artista. La vanguardia existió en un momento dado de la historia y tuvo su función. Pero ya se acabó. Es más, yo te diría que ahora mismo es muy posible que la vanguardia sea lo anterior y no lo último. Y me explico: para mí, ciertas obras de la Antigüedad, del Barroco, del Renacimiento… son extremadamente vanguardistas.

— De todas las ciudades en las que ha vivido: Buenos Aires, París, Madrid… ¿cuál es la que le ha dejado mayor huella más que como artista, como persona?

— Como todo artista joven de aquella época, para mí París era el centro de todo. Por eso cuando volví a Europa, me fui a París, y París fue para mí como el inicio. En aquella altura, a mis 22 años, yo carecía de madurez social, de hecho artísticamente era más maduro que socialmente, pero el gran choque que experimenté en París no estribó propiamente en el arte ni en los artistas, sino en la manera de vivir, tan abierta, sobre todo en contraste con la manera española de vivir en la época franquista, que era más cerrada, más aletargada. En París la vida se vivía de una manera muy… ¡viva! En Nueva York sucedía lo mismo, pero cuando yo llegué allí ya era maduro artística y socialmente. Ambas representaron momentos importantes en su momento, valga la redundancia, porque en realidad no hay un momento mejor que el otro. Simplemente circunstancias distintas con una importancia parecida.

— Ha habido y hay artistas que han llegado a quemar sus cuadros. ¿Alguna vez usted ha quemado o destruido sus cuadros?

— Sí, a veces. En una ocasión, en Madrid tiré ochenta y tantos dibujos y tres o cuatro cuadros.

— ¿Y no se arrepintió?

— Si lo hice por algo sería. Cuando el cuadro me da la impresión de que, aunque esté bien pintado, no existe, no es nadie, el cuadro me molesta. Y en ocasiones no es que lo destruya, sino que pinto otro encima. Cosa que han hecho muchos y, aún, hacen algunos.

— Cuando, dentro de, pongamos, 200 o 500 años, a un restaurador le encarguen restaurar una obra suya ¿qué le aconsejaría?

— Que no pierda el tiempo. Que si el cuadro está en mal estado, que no se esfuerce. Yo no creo en la restauración. Y ya sé que los restauradores realizan una gran labor y, algunos, poseen una técnica maravillosa que a veces es mejor que la de un pintor, pero el mundo de la restauración, con todos mis respetos, está dedicado a conservar un mercado del arte, y para mí, en general, el mercado del arte hoy en día es un enemigo de la creación artística. Soy de los que piensan que la restauración no es arte, es historia.

Jorge Castillo, en su taller-estudio de Madrid Xavier Amado

“Nunca me he integrado en Galicia”

— De bebé, sus padres, emigrantes, ya le llevaron a Argentina. ¿Alguna vez se sintió como un extranjero allí?

— Tenía ocho meses cuando me llevaron. Cuando yo llegué, Buenos Aires era una ciudad gallega más. Incluso te diría que ser gallego era el mejor aval para que te diesen empleo porque los gallegos tenían fama de ser muy buenos trabajadores, incansables. Así que nunca me sentí en un lugar que no era el mío. Mi identidad como gallego estaba a salvo, asegurada, en una colonia gallega que además funcionaba muy bien en aquella época.

— ¿Dónde podemos encontrar Galicia en su obra?

— Soy gallego y me siento gallego, pero he vivido muy poco en Galicia. Aparte de aquellos ocho meses, apenas un año más en Pontevedra. Cuando volví por primera vez, me encantó, y esa fue una experiencia que recuerdo siempre, que viví muy intensamente, pero que duró poco. Ocurre que yo no he vivido en Galicia como gallego, no puedo sentir Galicia como un gallego que vive en ella. Lo que sí siento es que ir a Galicia es llegar a un lugar cósmico, mágico, pero confieso que nunca me he integrado en Galicia, como nunca me he integrado en Madrid, ni en Nueva York, ni en París, ni siquiera en Buenos Aires… Y sin embargo todas esas ciudades me atraen porque, al igual que Galicia, son mágicas. Porque el mundo, o es mágico o no es mundo.

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