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Mujeres fuera de serie

La mujer que ilumina la oscuridad

Maríán Lorenzo, ciega de nacimiento, estudió Derecho, un máster y está entregada desde la ONCE a la eliminación de barreras. Es madre de dos hijos junto a su marido, también invidente.

Marián Lorenzo, en las rampas de la Gran Vía de Vigo. Alba Villar

Marián Lorenzo estudió Derecho. Vive en Pontevedra y tiene un puesto de responsabilidad en una empresa. Está casada y es madre de dos hijos. Hasta aquí, la vida de Marián parece “común”, tal y como ella misma la define.

Sin embargo, este adjetivo deja de ser válido cuando añadimos a esta descripción un detalle trascendental: Marián es ciega.

La pontevedresa es un ejemplo de normalización de esta discapacidad, y, realmente, ha logrado superar todas las barreras y desarrollar su vida con total autonomía. Pero Marián no es en absoluto común; es una mujer valiente, positiva y comprometida para la que los límites se difuminan con la perseverancia.

Marián Lorenzo (Ponteareas, 1973) es la mayor de tres hermanas. Nada más nacer le detectaron un grave problema ocular en el que confluyeron cuatro patologías. Estuvo tres meses ingresada y pasó por los mejores oftalmólogos de España, pero no pudieron hacer nada. Tan solo ayudarle a conservar un pequeño resto visual que ha aprovechado a tope a lo largo de su vida.

No era un problema de herencia genética, por lo que sus padres -él trabajador de Citroën y ella ama de casa- tuvieron que aprender a educar a una niña con ceguera sin ninguna experiencia previa. Sin embargo, en seguida entendieron que la lección más importante que debían enseñar a su hija era autonomía. “Mis padres me trataban en casa exactamente igual que a mis hermanas, que no tenían ningún tipo de discapacidad; me exigían lo mismo y nunca me intentaron disuadir de hacer cosas nuevas, aunque tuvieran miedo, y eso hizo crecer la seguridad en mí misma”, agradece.

Marián de bebé con su madre.

Marián de bebé con su madre. Cedida

La pontevedresa comenzó en un colegio ordinario, dos años más tarde que el resto, pero fue capaz de aprender a leer gracias al esfuerzo y la inquietud de una profesora que creaba materiales especiales para ella.

Sin embargo, al poco tiempo el centro admitió que no disponía de herramientas para educar bien a la niña y los padres decidieron internarla, con 9 años, en el colegio de la ONCE en Pontevedra. “El cambio fue grande, pero yo tenía suerte porque los fines de semana podía volver a mi casa; otros niños de Asturias, País Vasco e incluso de Aragón, solo podían hacerlo durante las vacaciones”.

Marián recuerda esos años con una sonrisa. “Lo pasábamos en grande y, por primera vez, fui consciente de que tenía que aprender las cosas de otra manera, pero estaba contenta porque era capaz de hacerlo al mismo ritmo que el resto de mis compañeros”, apunta.

De forma natural, la niña aprendía el braille al mismo tiempo que las matemáticas y el resto de materias. Pero, sobre todo, en aquel colegio Marián aprendió a ser autónoma y a enfrentarse a un mundo que no está concebido para las personas que no ven.

Marián con sus dos hermanas.

Marián con sus dos hermanas. Cedida

Tras cursar lo que entonces era octavo de EGB, Marián emprendió una nueva aventura en Madrid. “Me fui allí a estudiar BUP, con 16 años; el primer curso estuve interna en un colegio pero en segundo ya dormía en una residencia”, cuenta. El cambio de una ciudad pequeña como Pontevedra a la enormidad de la capital no amilanaron a la joven. “Al principio tenía un poco de miedo, pero aprendí rápido los nuevos recorridos y me movía bien en el metro, contando las estaciones ya que en aquellos momentos ni siquiera las decían por megafonía”, recuerda Lorenzo, que sólo se ayuda de un bastón cuando no conoce el terreno y por las noches.

Para el COU, Marián regresó a Galicia y esta vez ingresó en un instituto ordinario de Ponteareas. “Me encontraba muy preparada en cuanto a autonomía y destrezas y realmente no tuve problemas para adaptarme. Contaba además con una profesora de apoyo de la ONCE y el profesorado puso todo de su parte”, relata.

El siguiente escalón que subió Marián fue el de la universidad. La joven formó parte de la primera promoción de Derecho Económico de Vigo. “Me gustaba mucho Magisterio, pero me aconsejaron Derecho porque es una formación muy amplia que me permitiría acceder a un puesto de trabajo que se ajustase mejor a mis circunstancias”, justifica.

Marián confiesa que siempre fue buena estudiante y muy realista. “Sabía que tenía que destacar en mis estudios ya que era mi única opción para salir adelante”, destaca.

Marián, graduada en Derecho Económico.

Marián, graduada en Derecho Económico. Cedida

En Vigo, la pontevedresa se estrenó en la independencia, como otros jóvenes de su edad. “Alquilé una habitación con derecho a cocina y fue una experiencia fantástica; estaba muy cerca de la ONCE por lo que acudía a diario a su biblioteca y participaba en muchas actividades”.

Su relación con la ONCE fue clave en su educación ya que se benefició de varias becas y contaba con la institución para la adaptación de sus libros, material tecnológico y otras necesidades.

Los profesores de la universidad, cuenta, también estuvieron siempre abiertos a hacerle exámenes orales y otras pequeñas adaptaciones. Sin embargo, Marián siempre tuvo muy claro que no quería ser tratada con condescendencia. “En una ocasión, saqué muy mala nota en un examen y yo sabía que era justa. El profesor me llamó y me dijo que si hubiera sacado un poquito más me podría aprobar… Yo salté como una fiera ya que no quería ningún trato de favor por ser ciega y mucho menos por ser mujer”, cuenta riéndose ahora por su osadía.

Marián es una mujer tranquila y reposada, cuesta imaginarla enfadada, pero confiesa que durante la adolescencia, como cualquier chaval, mostró un carácter mucho más rebelde. “Estaba cansada de que mucha gente ignorante me cuestionara y me aconsejara sin saber; ahora sé que somos nosotros los que tenemos que explicar lo que es la ceguera, por eso insisto mucho en hacer formación en los colegios sobre la discapacidad visual”, reflexiona.

"Nunca permití que tuvieran conmigo ningún trato de favor: ni por ser ciega ni por ser mujer”

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Tras terminar la carrera y cursar un máster en Recursos Humanos, llegaba uno de los momentos más complejos para una persona con ceguera: acceder al mercado laboral.

Marián se sentía suficientemente preparada para trabajar en cualquier empresa. “Mandé muchos currículums y me salió un trabajo como ayudante de procurador en Redondela. Pero a la vez me llamaron de la ONCE para el departamento de coordinación en A Coruña y, finalmente, opté por este puesto”.

La pontevedresa considera que las personas invidentes pueden realizar perfectamente muchos trabajos, “tan solo las empresas deben de ser más flexibles y darnos la oportunidad de demostrarlo porque todos tenemos mucho que aportar”, advierte.

Pero no todo fue estudiar en la juventud de Marián. En el colegio de Pontevedra conoció al que sería el amor de su vida, José Ángel Abraldes, un chico también invidente con el que comenzó a salir en COU y formó un perfecto tándem desde el principio. La incipiente relación no frenó los planes de la joven, aunque supusieran una separación temporal. “Los dos debíamos seguir creciendo, pero ambos tenemos un desarrollado sentido del compromiso así que estar separados no era un problema”, dice.

Marián trabajó durante seis años -de 2001 a 2007- en A Coruña, por primera vez en un piso propio, y asegura que fue una gran experiencia. “Aprendí muchísimo porque participaba en temas de todos los departamentos, desde recursos humanos a prevención de riesgos laborales y la gestión de los juegos; me dediqué a tiempo completo”, describe.

En 2006 la pareja se casó y pronto Marián se quedó embarazada. Un mes antes de dar a luz logró el traslado como directora de la Agencia Administrativa de Pontevedra.

La maternidad no asustaba a la pareja. Marián admite que hay algunas tareas, como administrar medicación o tratar de seguir al niño cuando da sus primeros pasos, que son bastante complicadas para unos padres invidentes, pero disfrutaron de esta nueva aventura con la ayuda de la abuela, que acababa de quedarse viuda y se mudó con la familia, lo que les permitió además no tener que renunciar a sus trabajos, ambos con horarios extensos.

Sus hijos José Angel y Elena, hace unos años. Cedida

Tras José Ángel, al año y medio llegó Elena, que ahora tienen 15 y 13 años respectivamente y, a excepción de sendas operaciones de cataratas congénitas cuando eran pequeños, gozan de buena salud visual. “Cada etapa tiene sus dificultades, ahora estamos en la adolescencia… Pero estos niños son bastante responsables; seguramente el tener que estar más pendientes cuando salíamos a la calle les hizo desarrollar esta capacidad y una especial sensibilidad”, considera la madre. Vivir en una ciudad pequeña como Pontevedra, donde todos les conocen, también facilitó las cosas.

En estos momentos, la Agencia de la ONCE en Pontevedra asiste a 1.500 afiliados y Marián tiene a 225 personas directamente a su cargo. “El COVID fue un reto muy complejo para nosotros; y más aún para las personas mayores, que son con las que yo trabajo”, explica. Marián trató durante este periodo de estar muy pendiente de estas personas, especialmente de las que estaban en las residencias y que no se sintieran solas. “Perdimos a bastantes y fue muy duro”, relata.

Homenaje de la asociación de alfombristas del Corpus Cristi de Ponteareas al grupo ONCE. Cedida

Ahora, está inmersa en mejorar la accesibilidad tecnológica de los afiliados. “Cada vez nos ponen nuevas barreras en los bancos, donde gran parte de las operaciones solo se pueden hacer en el cajero; en las consultas médicas, donde tu número aparece en una pantalla y no te llaman por tu nombre, lo mismo que sucede si vas a entregar un paquete a Correos… Esto deja a muchas personas descolgadas del sistema y más aún si son mayores”, lamenta. Para paliar esta situación, Marián está potenciando el servicio de voluntariado y realiza una constante labor de intermediación con las instituciones.

Cuando Marián tiene tiempo libre disfruta leyendo y viendo películas con el sistema de audio descripción. También les gusta pasear, nadar en la piscina y acompañar a sus hijos a los entrenamientos de fútbol o las clases de música. Tiene ganas de volver a viajar.

Marián practicó muchos años atletismo y le ha quedado grabada la filosofía de este deporte que aplica en su día a día: “La vida es como una carrera de medio fondo en la que tienes que ir midiendo las fuerzas para llegar al final”. 

Las pioneras

Clara Garrido primera letrada ciega en el Congreso 

Clara Garrido (Salamanca, 1976) fue durante diez años letrada de la Asamblea de Madrid y, tras aprobar la oposición por el procedimiento ordinario, se convirtió en 2015 en la primera letrada invidente que trabaja en el Congreso de los Diputados.

Afectada por una enfermedad degenerativa -retinosis pigmentaria-, Garrido fue perdiendo progresivamente la vista hasta llegar a la ceguera total cuando cumplió los 30. 

Desde pequeña, Clara demostró una gran capacidad de aprendizaje y apenas cumplidos los tres años ya sabía leer.

La discapacidad no ha impedido a Clara llevar una vida completamente normal e independiente e incluso durante la carrera de Derecho realizó un Erasmus en Londres siendo la primera alumna ciega española en este programa.

Madre de dos hijos, Garrido es la letrada adscrita a las Comisiones de Igualdad, Familia y Derechos de la Infancia y la Adolescencia del Senado.

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