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Con la música a otra parte

Público durante el concierto de Sting en Vigo. José Lores

Todavía tengo los ojos llenos de todas las puestas de sol. La playa bañada en la luz última de todos esos días que, como espectáculos de color, se derramaron por el oeste pintando al mundo en naranja y dorado. Las mañanas en la hamaca, con el olor del café llegando desde la cocina, y las tardes sentado bajo la sombrilla, escribiendo a mano sobre la arena. Atardeceres de paseos por la orilla del mar, mojando los pies en las olas en minúscula, las aguas mansas del momento exacto en que la marea decide empezar a subir. Las gafas de sol, las bermudas, las camisas de flores, el albariño, las claras con limón y los tintos de verano. (Oh, Señor, perdona a este pobre pecador, que se adentró en el camino del exceso a lomos de tantos y tantos tintos de verano…). Todavía con el recuerdo nítido del sol poniéndose por detrás de las islas, siento que este verano que ya empieza a convertirse en despedida ha sido uno de los más extraños que recuerdo. Porque, después de todo, ha sido también uno de los mejores. ¿Y quién nos lo iba a decir, después de todo lo que fuimos a vivir en estos dos últimos años? Ahora, como el beso de un amor con el que ya no se contaba, toca buscar ese equilibrio imposible entre la perplejidad y el deseo de más, y aprender a decir adiós. Pero sin quejas, sin lamentos. Sin reproches ni, mucho menos, tristezas. Porque ha sido un buen verano, uno que, entre otras cosas, también ha tenido tiempo de componer su propia banda sonora…

Como muchos en estos dos meses, yo también tengo mi propio recuerdo en el que me veo sentado en las gradas de Castrelos. Uno en el que sonrío al pensar que, en ese preciso momento, estoy viendo a Sting. He tenido mucha suerte en mi vida. La música me ha acompañado a lo largo de años y kilómetros, y, con ella, he recorrido mundo, escenarios y conciertos. He podido ver, escuchar e incluso compartir tablas con algunos de los músicos y artistas a los que más he admirado. Y por eso sé que, por más que uno haya visto naves en llamas más allá de Orión, las cosas no tienen menos valor por venir a encontrarlas en la puerta de nuestra casa. Puede que haya habido problemas, que la página web se haya colapsado, que las reservas on-line no respondiesen como debían y todo lo que me quieran contar, pero… He sonreído al pensar que, al fin y al cabo, en la arena o en el anfiteatro, seguíamos teniendo mucha suerte. Han estado muy bien todos esos conciertos grandes, ya fuera el de Raphael o el de Iggy Pop, el de Serrat o el de C. Tangana. Yo me he emocionado de la misma forma al ver al público. Porque, como soy así -no sé si sentimental o más bien bobo-, me emociono al ver a la gente reunida para compartir celebración. Sí, han estado bien todos esos conciertos grandes… Pero los pequeños también. Y de esos, de aquellos con los que no había que ponerse nerviosos por si la página, la reserva, la entrada, la cola el sitio la pantalla el… De esos, decía, también he podido ver unos cuantos. Y de todo tipo.

Hemos tenido algún que otro momento ciertamente curioso (por no decir extraño), como el que vivimos en Baiona, contemplando a Ben Jackson, un artista que, según alguien lo ha definido, es el mejor doble oficial de Michael Jackson. En Vilagarcía les dejamos recado a los de M-Clan para que le recordasen a Carolina que lo único que queríamos en esta vida insana era que se quedase a dormir. Estuvimos en el Náutico, donde Miguel de la Cierva sigue haciendo magia para que las noches de San Vicente do Mar sean un verdadero milagro musical. Urbano Cabrera y Juanchi Vázquez fueron capaces de hacer que Bob Dylan, Cat Stevens y hasta Javier Krahe se asomasen a la noche de Gondomar. Volví a fundirme en un abrazo más de quince años después con Tom Trovador. Y en un espejo sobre el mar de Panxón, junto a la playa de los Ahogados, nos encontramos con el talento desbordado de esa súper banda disfrazada de dueto que son los Two in the Mirror: Noelia Álvarez, cuya voz es un prodigio de la naturaleza que lo mismo te puede acariciar como un guante de terciopelo como te puede hacer arder en un incendio de puro soul, y Paco Dicenta, que directamente es un genio.

En todos esos conciertos hemos sentido cómo nos subía uno o dos grados la temperatura del alma y, como en un Hallelujah, hemos dado gracias, de todo corazón. Porque, este verano, hemos sido un poco más felices. Y, sobre todo, porque no hemos estado solos. El verano se va, con la música a otra parte. Nos queda el alma, quizá un poco más fría, y el recuerdo…

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