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¡Hola, chatos! ¿cómo fue todo?

La vuelta al trabajo crea siempre inapetencia. FARO

Hola chavales, qué, ¿ya de vuelta? Les veo volver de sus vacaciones, mustios, y cómo me saludan con desgana porque saben que yo las tengo por delante. Vuelven con el párpado superior caído, una pérdida de enfoque en los ojos y los extremos de los labios a medio bajar y yo, que siempre les veo volver, al principio nunca sé si este gesto patógrafo pero ya emblemático de inapetencia es por el retorno al trabajo o por el síndrome del bolsillo vacío o por la crisis a que se somete la pareja cuando las vacaciones obligan a las partes a estar juntas todo el día. Ya lo avisé en mi columna de hace un mes, cuando se marchaba esta pobre gente de agosto. Encima en agosto, a quién se le ocurre salir ese mes en que todo se hace en fila india y todo sale más caro. Muchos han ejercitado una inteligencia de supervivencia y no han leído nada ni se han enterado lo que aquí, en medio de la vorágine laboral, hemos pasado quienes ahora nos vamos.

No saben lo que hemos pasado, lo que les espera: la factura que les va a venir cuando enciendan la luz, el régimen meteorológico abrupto y destartalado que nos han anunciado ni que ya funciona la ley del "solo sí es sí” , y los hombres van a tener que ir con un contrato como el del alquiler pero de consentimiento para hacer el amor . No les va a quedar más remedio, por seguridad, que abandonar la heterosexualidad por el onanismo o la homosexualidad, ya que el solo sí es sí no está previsto para gentes del mismo sexo. Aún así, eso no ha sido lo peor. Tendremos que contarles que entre los malos tragos que hemos pasado hubo algo que pareció anunciar, mientras duró, el fin de los tiempos: ¡se acabaron las existencias de hielo! En los lugares de veraneo se habían aprovisionado ante la avalancha de guiris y no se enteraron pero los que nos quedamos sufrimos un interrogante perturbador, descorazonador, letal. ¿Qué iba a ser de nuestros gintonis, de nuestros cubalibres? ¿Qué sentido tendría la vida sin ellos? Yo mismo entré en un supermercado con la mano bajo un periódico gritando a la cajera de todos los días: ¡Dame todo el hielo que tengas! No me perdonó la broma. Y es que ese fue quizás el signo peor, lo que más nos hizo prever un apocalipsis, la llegada de los 4 jinetes que llevan las plagas a toda humanidad: la enfermedad, la hambruna, a pobreza, la guerra...

Bueno, no me voy a poner ahora trascedente por culpa de esta pobre gente recién llegada de hacer colas y comer a la buena de Dios tras sobrevivir a un paisaje infestado de sombrillas. Sin embargo, no puedo evitar una pregunta ¿Cómo no ha surgido una teoría conspiranoica línea maldición bíblica sobre el final de los tiempos (“Os tempos son chegados” dicen los textos gallegos) con tantos signos extraños que se suceden en nuestro entorno, entre fuegos, huracanes, granizos que matan por su tamaño, pestes como la pandémica vivida, dengue y la fiebre del mono por vivir, levantamiento de los demonios de la extrema derecha, guerras, hambres desatadas en el Tercer Mundo y crisis económicas en el desarrollado?

Extraño que no haya surgido una conspiranoia en torno a estos hechos que se lo están poniendo tan fácil y verosímil a estos seres de luz que interpretan la realidad a su modo entre alucinaciones o delirios y creen que el covid-19 “es una conspiración para acabar, definitivamente, con los derechos de los ciudadanos y establecer un sistema autoritarios o  un arma biológica diseñada por científicos, que la Tierra es plana, el hombre no llegó a la luna o que el Estado español tiene responsabilidad en los atentados terroristas del 2017 en Barcelona según los de la fanfarria independentista, aún no catalogados por la psiquiatría. Pero de lo que empezamos hablando es de los que vuelven al trabajo, a las clases... en ese eterno retorno que es la vida. Yo no, que me voy... aunque volveré.

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